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Domingo 11 de noviembre de 2012

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Cultural El Duende

El sentido de lo humano

11 nov 2012

Fuente: La Patria

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Una amiga mía, visitando un cierto lugar, en la selva, en Bolivia, se encontró con esta insólita situación: en la casa que visitaba, al terminar la comida y quedarse sentados echados para atrás conversando en una agradable sobremesa, mi amiga vio que una enorme araña bajaba desde el techo hasta la mesa. Mi amiga se asustó, pero la dueña de casa le dijo: No te preocupes, ella baja todas las noches a la mesa, recoge los restos de comida y se los come o se los lleva al volver al techo. La araña nunca bajaba antes que terminaran de comer, sólo lo hacía durante la sobremesa. La conducta de esa araña y la de los moradores de la casa era consensual. La inteligencia tiene que ver con el consenso no con la resolución de problemas. Todos los seres vivos somos inteligentes en algún conjunto de dimensiones porque todos somos capaces de alguna magnitud de existencia consensual.

No necesariamente todos lo somos en las mismas dimensiones. La conducta de la araña y la de los dueños de casa era inteligente, pues habían establecido una coordinación conductual consensual surgida en una historia de convivencia en la que se constituyó un espacio de convivencia en mutuo respeto. Las reflexiones que siguen: ¡Qué inteligente la araña!, ¿cómo se dio cuenta de que no la matarían cuando la gente se echaba para atrás y entraban en la sobremesa y ella podía bajar y llevarse la comida? O ¡Qué inteligentes los dueños de casa! Se dieron cuenta de que la araña no viene a atacar a nadie sino que a recoger un poquito de comida en el momento oportuno para llevársela a su guarida, son adecuadas porque la inteligencia tiene que ver con el establecimiento de consenso. Pero, si yo le pidiera a la araña que operara en consensualidad conmigo en relación con los contenidos de las novelas de Vargas Llosa, no lo podría hacer pues la araña no vive en el espacio de la novela, y no tendríamos modos de establecer consenso. En otras palabras, aunque en literatura todos los seres vivos podamos surgir en el mismo espacio fantástico, en el vivir de cada clase de ser vivo tiene un espacio propio de existencia donde se mueve con señoría, incluso aquellos que llamamos limitados. Pero, ciertamente, si le pido a un ser que vive en un domino que establezca consenso conmigo en otro dominio, no será posible, porque no habrá allí modo de convivencia. De modo que si al ver esto digo: idiota o limitado, sólo revelo mi ceguera.

En la dimensión humana los seres humanos somos mamíferos (espero que todos hayamos mamado cuando guaguas por lo menos seis meses, ojalá un año; no siempre pasa así), y como tales tenemos una serie de características comunes: pelo, glándulas mamarias, cuerpo calloso en el cerebro, diafragma, etcétera. Pero como mamíferos somos animales sensuales que vivimos una parte más o menos larga de nuestra vida total o periódicamente en interacción sensual con otros de la misma especie. Ustedes adoptan un gatito, y éste los adopta a ustedes. El gato se refriega en nosotros, se sube a la falda, ronronea en evidente satisfacción. Nosotros también gozamos el contacto. Pero no pasa así en términos de bienestar como algo abstracto, sino que involucra la fisiología. Si se separa antes de tiempo a un gato o perro de su madre, se interfiere el encuentro corporal continuo que se da en los primeros meses de infancia, y se interfiere el desarrollo psicomotor del animal. Con el ser humano ocurre lo mismo, aunque no siempre se ve porque fácilmente encontramos un sustituto. A esto hay que agregar que la sensualidad para el ser humano se extiende a lo largo de toda su vida.

Mi madre que tiene 84 años me dijo la semana pasada: Uno siempre se enamora por primera vez. Este comentario de mi madre no es trivial. Pertenecemos a una cultura que en gran medida desvaloriza las emociones porque, decimos, ocultan o niegan la razón. Al pensar así, desvalorizamos la presencia de la sensualidad como factor biológico vital. El contacto corporal con la madre en el juego, en la confianza y aceptación total es fundamental para el desarrollo del niño. Pero es fundamental no sólo para que el niño crezca en normalidad psicomotora, sino para que crezca también en el respeto por sí mismo, ya que su mundo tendrá la espacialidad que surja de ese contacto y de ese autorrespeto. Lo mismo sucede con el niño que nos parece limitado, o que llega a ser limitado porque se interfirió con la relación corporal que debe darse en el comienzo de la vida entre el niño y la madre.

Al interferir con las relaciones de sensualidad se genera neurosis. En los humanos esta interferencia pasa por la mezquindad en el lenguaje amoroso. El decir te quiero no es trivial, es decir estar bien no es un comentario abstracto, pertenece a la fisiología de la armonía corporal y de relación.

Todos los seres humanos tenemos dominios de existencia que se intersectan en alguna parte. De todos esos dominios la sensualidad como dominio de intersección corporal tiene un carácter fundamental, porque en la medida que involucra el contacto con el otro involucra la aceptación del otro. La caricia es la aceptación del otro y la aceptación del otro es el fundamento de la convivencia social. Pero cuando digo que la caricia es el fundamento de la convivencia social, lo que estoy diciendo es que absolutamente central en la vida humana, y que cuando la convivencia no tiene lugar en la aceptación del otro, como un legítimo otro en la convivencia, se acaba la caricia y lo que se da es la indiferencia o la negación.

La indiferencia frente al desarrollo de un ser, como el niño, es su negación, porque la indiferencia es no ver. Cuando el padre se queja porque un amigo de su hijo llega a su casa y no lo saluda, no se está quejando por la falta de formalidad, sino que por la negación que la indiferencia implica. No es una negación activa sino que pasiva, pero es una negación de todos modos. El saludo constituye aceptación del otro en la dimensión en que da el encuentro que el saludo tiene sentido. Pero si yo no tengo este encuentro inicial en la aceptación, no tengo ninguna posibilidad de una historia de interacciones que sea el origen de un consenso como el de la araña y los dueños de casa en la selva boliviana. Puede pasar también que el dueño de la casa vea la araña y la espachurre sobre la mesa, o, simplemente, que al hacer sus cosas la empuje por no verla. En tales casos no se establecerá está curiosa y hermosa convivencia en la cual la araña puede bajar con absoluta confianza en la aceptación de los dueños de casa y comerse los restos de comida, y los dueños de casa pueden seguir su sobremesa en la absoluta confianza de que la araña no les hará daño porque ella también acepta su legitimidad.

En nosotros, la aceptación recíproca es fundamento de cualquier quehacer consensual social que uno pueda establecer, y la condición necesaria para la expansión de cualquier dominio de acción en la convivencia social. Los seres humanos adquirimos todos nuestros dominios de acciones en la convivencia. El cigoto no constituye lo humano. El desarrollo embrionario no constituye lo humano. Lo humano se constituye cuando surge la convivencia de la madre con el niño o niña en desarrollo. El nacimiento, con la forma de un ser humano, no constituye lo humano. Lo humano se constituye en el vivir como ser humano, en un ámbito humano. Si la relación materno-infantil comienza durante la gestación, durante la gestación comienza en ese caso el vivir humano, pero no antes. ¡Ah, es que nace el bebé y me gusta, y lo acaricio, y pasan cosas con él!, caro que sí, gracias a eso el bebé logra crecer en un espacio humano: pero si lo miro y me voy, o si ni siquiera lo miro, ese bebé ni siquiera es una posibilidad de ser humano, aunque podría llegar a serlo si alguien lo recoge.

El momento inicial en el quehacer de la educación se encuentra en el punto en que uno acepta al otro como un legítimo otro en la convivencia porque es solamente desde allí que se puede establecer un dominio de consenso social. Es solamente desde allí que yo frente a este ser que es distinto, no le voy a exigir que sea como yo, o que sea como este otro. Si no acepto al otro, no lo veo, y lo confundo con mis exigencias y con frustración de que mis exigencias no sean satisfechas.

La acción de aceptación del otro como un legítimo en la convivencia define el dominio de acciones del amor. Amor es una palabra importante aunque muy manoseada que yo insisto en usar porque es fundamental, cotidiana, básica y trivial, pero esencial. El amor no es ciego sino que visionario. Uno ve al otro solamente en la medida en que uno no lo exige, en que lo permite ser, y solamente es en la medida que soy yo con el otro y el otro conmigo, que podemos generar un espacio de convivencia como el generado por la araña y los dueños de casa en la selva boliviana. Estoy comparando a la araña con el niño porque el niño como la araña es un ser completamente distinto al adulto. Tiene un dominio de existencia diferente, tiene dominios de sensibilidad distintos, tiene un espacio de acciones posibles completamente diferente. Pero todo va a cambiar en la convivencia de una manera tal que los espacios de acciones del niño concordarán cada vez más con los de otros con los cuales conviva, cambio que se producirá de una u otra manera según se dé o no la aceptación. Así, distinto será a si la araña que baja del techo la persigo o no. Si la persigo dejará de bajar o bajará cuando no haya nadie en la mesa y no habrá convivencia social. De todos modos se establece una concordancia conductual, pero ya no una convivencia social en el mutuo respeto sino que una de rechazo, de separación o de indiferencia. El entender que el amor es el punto de partida que configura lo humano es fundamental, porque nos permite aceptar que lo humano se configura en el vivir y no preexiste. No podemos acusar a nadie de no ser como debiera ser según nosotros. Primero, porque nadie debe ser de ninguna manera como nosotros; ya como sea siempre dependerá de cómo y con quién viva y de las circunstancias de ese vivir. ¿Cómo puedo entonces, acusar a una persona de no ser perfecta? ¿Cómo puedo acusar o castigar a un niño por ser como es, si es como es como resultado de su convivir conmigo o con otros? ¿Qué pasa con lo genético, acaso no existe? Sí, lo genético existe, pero existe como un campo de posibilidades en el cual sólo uno se realizará según viva el niño o niña. No hay genes para la maldad o la bondad, pero hay historias vitales que llevan a la maldad o la bondad bajo la misma constitución genética.

Los seres humanos modernos vivimos encandilados por el éxito y la perfección. El éxito y la perfección, sin embargo, se plantean siempre como exigencias. Afortunados seríamos si viviéramos un mundo sin perfecciones, porque viviríamos un mundo sin exigencias. Viviríamos un mundo de la armonía de la conspiración. Iríamos haciendo cosas juntos. Tendríamos libertad para cambiar cuando las cosas que estamos haciendo no resultasen satisfactorias según nuestro deseo compartido. Pero, para que eso pase, tenemos que aceptarnos mutuamente. El niño que crece va a tener un espacio de acciones, un espacio emocional, que va a depender de cómo viva la relación con los demás. Su cuerpo va a ser, de hecho, como surja en la convivencia. Ustedes habrán leído comentarios sobre lo difícil que es determinar la extensión del cuerpo. ¿Hasta dónde llegaba el cuerpo de mi suegro? Con su campanita llegaba a todas partes. El cuerpo de uno depende de cómo vive uno en relación con los otros y consigo mismo. Si el niño está sometido al sufrimiento de la negación por indiferencia o por rechazo, lo que se va a producir es una ser mal adaptado, mal desarrollado, criminal, etcétera…, es decir, un ser cuya corporalidad no será congruente con la circunstancia social que le toca vivir. Pero no tiene que pasar así. En verdad ¿qué nos impide aceptar al niño que se nos entrega tan totalmente como la araña de mi cuento? Sólo nuestra inseguridad, sólo nuestra falta de respeto por nosotros mismos, sólo el miedo a amar. Pero, el amor nunca enferma. La hipocresía sí.

Humberto Maturana Romesín.

Biólogo y epistemólogo chileno, 1928

Fuente: La Patria
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