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Domingo 11 de noviembre de 2012

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Cultural El Duende

Desde mi rincón

Eufemística

11 nov 2012

Fuente: La Patria

TAMBOR VARGAS

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La eufemística forma parte de ese tan fundamental recurso humano que llamamos ‘lenguaje’ y que se manifiesta a través de la multitud de ‘lenguas’ que siguen hablándose en el planeta. Su uso puede obedecer a muchas causas o circunstancias (y lo importante es comprobar de cuál se trata, porque unas pueden tener más justificación que otras; otras apenas si tienen alguna). Se entiende, por ejemplo, que donde y cuando el uso de los términos adecuados puede causar notables peligros para quien se vale de ellos, éste recurra a la forma eufemística: es evidentemente una forma de autocensura como cualquier otra alternativa a las amenazas de un uso abusivo del poder. Uno lo entiende y no se le ocurrirá reprochárselo. Otra forma respetable de eufemismo lo tenemos cuando el hablante logra hacer entender el eufemismo con aquella aura de ironía que define su verdadero significado.

Otras veces el término eufemístico puede obedecer a varios tipos de motivaciones, pero que acaban desembocando a que en determinado ambiente social, ‘desde siempre’, se ha establecido, por un lado que determinadas palabras o frases no deben utilizarse; y por otro, que deben reemplazarse por tales otras, convencionalmente equivalentes y (esto es lo que cuenta) ‘respetables’.

En cambio, cuando el área de la eufemística, o bien se extiende excesivamente, o bien se aplica a casos sin ningún tipo de justificación (o con una ‘justificación’ perfecta o directamente desdeñable), la salud lingüística pública debe activar la alarma, so riesgo de entrar en una dinámica que podría desembocar en una desnaturalización de la esencial función del lenguaje (la comunicativa). Aquí y ahora ¿hemos entrado ya en aquella pendiente mortal?

Naturalmente, hablamos de unas realidades que no pueden tratarse ni analizarse como el potasio o la magnesia en un laboratorio; o como la cuantificación de la renta per cápita de una sociedad. En cualquier grupo humano (sociedad mayor o menor) encontraremos una gama de valoraciones sobre las cuestiones de principio y sobre las apreciaciones de hecho; es decir, tanto las que afectan a la teoría como las que afectan a la práctica (o cuestiones de derecho y de hecho); por ello, no podemos aspirar a conclusiones ni apodícticas ni unánimes; por tanto, no esperemos ‘evidencias’ (que, dicho sea de paso, en español no significa en primer lugar ‘prueba’, sino ‘carácter de evidente’ de algo; y lo ‘evidente’ es aquello que por sí mismo no necesita de prueba).

Demos un vistazo a nuestro alrededor. Resulta que, cual si alguien desde un trono lo hubiese decidido con carácter obligatorio, ya no puede decirse ‘manicomio’, sino que debe reemplazarse por ese cultismo que es ‘(establecimiento) psiquiátrico’; o por otra expresión todavía más barroca: ‘clínica o centro de salud mental’; y seguramente en los próximos años irán pululando otras expresiones todavía más poderosas para velar la realidad a que tenemos necesidad de referirnos.

También podemos fijarnos en ‘inválido’, cuyas alternativas eufemísticas (¿o acaso mejor, eufémicas?) han ido siendo sucesivamente desplazadas por ‘minusválido’, ‘incapacitado’, ‘discapacitado’, etc. ¿Y saben cuál es la última invención eufemística? ¡‘(individuos de) diferentes capacidades’! Si su única singularidad es que poseen capacidades ‘diferentes’, ¿cómo se explica que deban pedir atención de las autoridades? (noticia televisiva del mes de octubre de 2012 procedente de Potosí). O cuando se bautiza como ‘Olimpiadas Especiales’ las que les van dedicadas; pero ¿quién podría adivinar quiénes son?

Más chistosa resulta la evolución del término ‘ciego’ – invidente – disminuido visual... De repente alguien propondrá un nuevo eslabón evolutivo para referirse al mismo tipo de personaje: por ejemplo, menos vidente o diferente vidente. Y así ad infinitum!

¿Y qué me dicen del caso de viejo – anciano – adulto mayor? Oh, sublime evolución…

Más cerca de nosotros, hace algunas décadas nació en las minas aquel sustitutivo de despido, con la relocalización…

Ya lo dice todo: un vocabulario cada vez más lejos de su realidad; cada vez menos comunicativo (informativo); cada vez más enigmático, cada vez menos transparente, violando la razón de ser primera del lenguaje, que queda invertida por la positiva voluntad de velar la realidad. ¿Vivimos en una época especialmente amante de los eufemismos?

Otro rasgo implícito de buena parte de la eufemística es creer (y obligar a creer) que los males del hombre se resuelven si evitamos pronunciar las palabras que los expresan (incapacidades físicas o mentales, ceguera, sordera, cojera, locura…). La necesidad de eufemizar es menor para ciertos males que recientemente han proliferado, pero que han recibido una etiqueta que no dice nada (salvo convención): por ejemplo, ‘fulana tiene (o está con) Altzeimer’.

Pero hay también casos en que la eufemística –si siempre lo es verdaderamente– consiste en violar la semántica y la etimología: es el caso del término pareja. Habíamos aprendido a entenderlo como ‘par’ de personas o cosas; ahora hay quien se ha inventado una ‘pareja’ en la que cada uno de los componentes de la pareja recibe la denominación de ‘pareja’. ¡Fantástico! Ya podemos oír que si ‘mi pareja’ tal o cual. Es el paraguas bajo el que, con envidiable igualdad, tanto maridos o esposas como convivientes, enamorados, novios, arrejuntados, adúlteros, etc. encuentran resguardo del ‘furor intolerante’ o simplemente de la ‘indiscreción’. ¿Eufemismo? Por supuesto que tiene buena dosis de él; pero hay algo más… Hay una falta de respeto al sentido que hasta hace muy poco tiempo ha tenido la palabra. Y si cada quien se cocina a su gusto el sentido de las palabras, ¿con quién pretenderá entenderse? Claro, mientras tanto se nos imponen esos neologismos semánticos.

Hay otros ámbitos que, aunque no presentan todos los rasgos propios de la eufemística, por sus raíces están profundamente emparentados con ella. Tomemos, por ejemplo, el término ‘desarrollo’. Antes de la fiebre eufemística, se distinguía entre pueblos o países ‘avanzados’ o ‘adelantados’ y pueblos o países ‘atrasados’; llegó la fiebre de los ascos anti-coloniales y del relativismo antropológico; por tanto, sólo se permitió hablar de ‘desarrollados’ y ‘subdesarrollados’, sin darse cuenta de que sólo habían cambiado las palabras. Entonces se habló de ‘mayor’ y ‘menor’ desarrollo; también, del ‘desarrollo relativo’; finalmente se ha introducido la nueva tabulación del ‘desarrollo humano’ (quién sabe si con el secreto propósito de contraponer el ‘humano’ al ‘técnico’). Y el reemplazo de palabritas los burócratas podrán seguir ampliándolo indefinidamente; pero ¿se habrá igualado el ‘desarrollo’ de los pueblos y países? La ‘ayuda al desarrollo’ se ha tragado miles de millones de dólares, pero las distancias entre ‘ricos’ y ‘pobres’ apenas se ha cambiado (siempre hay alguien que nos dice que no cesa de ampliarse). Los ‘atrasados’ de origen siguen en la cola de la carrera, a pesar de las crisis de los países ‘delanteros’.

En esta especie de cruzada de ‘tabuización’ de términos perfectamente corrientes, tenemos un ejemplo canónico con rasgos étnicos: los argentinos (o porteños) tienen prohibido utilizar el verbo ‘coger’. ¿Por quién? ¿Desde cuándo? ¿Por qué razones? ¡Misterio!

Otro aspecto sobre el que podemos preguntarnos es si la eufemística forma parte y es una expresión más de alguna presunta ‘corrección política’. Desde luego que incluye y conlleva cierta pretensión de fuerza impositiva. No olvidemos que muchos de aquellos ‘eufemismos’ pueden ganar difusión gracias al uso que hacen de ellos las oenegés y, antes, los organismos internacionales vinculados a la ONU (PNUD, UNICEF, OMS, BM, FMI, UNESCO, FAO…); después llega la prensa y los demás instrumentos que los propagan; en bastantes casos, cuentan con la complicidad de ciertos ambientes académicos. Y por esta vía puede llegar un momento en que el recurso a esos tipos de eufemística incluso se convierta en un tic de buen tono.

Y si es así, ¿con qué castigos puede amenazar la resistencia o la infracción de esas presuntas consignas de uniformar nuestro vocabulario? En realidad, pocos; salvo que uno estuviere en la nómina salarial de aquellas redes; o que uno pretenda publicar artículos en una prensa cuyos ejecutivos estén infectados de fundamentalismos; o de los ‘manuales de estilo’ de algunas (más bien pocas) editoriales.

Resumamos: la peste de la eufemística resulta ser un reflejo –entre muchos otros– de varios rasgos de nuestro tiempo: en ella parecen combinarse algunas formas nuevas de represión inquisitorial con las viejísimas pretensiones de controlar el pensamiento humano mediante el ‘disciplinamiento’ del lenguaje de las sociedades.

Fuente: La Patria
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