Conocí a Antonio Cisneros en 1991. Fue en Copacabana durante ese fin de semana que resultó tan importante para las letras bolivianas, o, al menos, para la formación y la fraternidad de poetas presentes, cuando Los Jinetes del Apocalipsis, el dinámico grupo integrado por Jorge Campero, Rubén Vargas, Juan Carlos Ramiro Quiroga y Renato Careaga, organizó en esa orilla del Titicaca, un encuentro nacional de escritores, al que asistimos 101 invitados de varias regiones del país y, entre ellos, como invitado de honor, estuvo presente Antonio Cisneros, consagrado poeta peruano con una vasta e importante obra en su haber.
Su lectura fue impecable. Su voz serena pero firme repitió versos mil veces leídos, anotados y antologados en varios rincones del mundo. La primera noche del evento, en el salón principal del Hotel Prefectural, frente a todos los invitados, Antonio leyó una docena de poemas de diferentes libros y épocas de su producción poética (aún conservo una grabación magnetofónica de aquella velada). Luego, se entabló un diálogo moderado por Rubén Vargas y poco después se armó la fiesta. La primera de todas o acaso la única que no terminó hasta que el último poeta abandonó Copacabana un par de días después.
Con el tiempo pude leer varios libros suyos que iba consiguiendo aquí y allá. El primero fue Canto ceremonial contra un oso Hormiguero, en la edición de Casa de las Américas, cuyo premio obtuvo en 1968. El último: Un crucero a las Islas Galápagos, comprado hace un año en el Cusco. En el ínterin, además de sus poemarios, Como higuera en un campo de golf, El libro de Dios y de los Húngaros, Comentarios reales, etc., disfruté mucho las Ciudades en el tiempo, sabroso anecdotario de sus desplazamientos. Como dato a ser tomado en cuenta, existe una estupenda edición de su poesía completa editada por la editorial limeña Peisa.
Muchos años después, mantuve con Antonio Cisneros una corta relación epistolar a raíz del deseo de quienes organizábamos (organizamos) el Festival Internacional de Poesía, de invitarlo a visitar nuevamente La Paz. Pero, habían pasado veinte largos años y una enfermedad le impedía, a criterio médico, viajar a cualquier sitio por encima de los 2.500 metros sobre el nivel del mar. Así que invitamos a otro poeta peruano que, llegada la hora, tampoco pudo venir, pero esa es otra historia.
He aquí uno de los poemas, de los más cortos, de cuantos leyó en Copacabana, con la breve explicación que brindó acerca de su título. El poema que voy a leer ahora –dijo Cisneros- se llamaba Contra la flor de la canela, pero luego me hice amigo de Chabuca Granda, así que le cambié el título a Tercer movimiento afectuoso, pero no me gustó y ahora se llama simplemente Para hacer el amor.
Para hacer el amor debe evitarse un sol muy fuerte
sobre los ojos de la muchacha, tampoco es buena la sombra
si el lomo del amante se achicharra.
Para hacer el amor.
Los pastos húmedos son mejores que los pastos amarillos
pero la arena gruesa es mejor todavía.
Ni junto a las colinas porque el suelo es rocoso
ni cerca de las aguas.
Poco reino es la cama para este buen amor.
Limpios los cuerpos han de ser como una gran pradera:
que ningún valle o monte quede oculto y los amantes
podrán holgarse en todos sus caminos.
La oscuridad no guarda el buen amor.
El cielo debe ser azul y amable,
limpio y redondo como un techo
y entonces la muchacha no verá el dedo de Dios.
Los cuerpos discretos pero nunca en reposo,
los pulmones abiertos, las frases cortas.
Es difícil hacer el amor pero se aprende.
Refiero todo esto como un homenaje póstumo a pocas semanas de su muerte o acaso, para decirlo bellamente en palabras del gran Guillermo Cabrera Infante, como una “ofrenda en el altar del bolero” frente a la obra de un poeta de los grandes por cuyas enseñanzas, que fueron muchas, estoy muy agradecido.
Benjamín Chávez
Fuente: La Patria
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