Sábado 10 de noviembre de 2012
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Ayer tuve una charla muy sabrosa con mi vecino. Caminamos juntos como tres cuadras para llegar a nuestros respectivos hogares. Nos deteníamos de rato en rato para subrayar algunas frases. Así que el tiempo que nos tomó llegar a nuestro destino, se extendió más de lo debido.
Mi vecino, como yo, no es político. Es empleado público a punto de jubilarse. No gana mucho, pero su esposa también trabaja; así costearon la educación de sus hijos que ya son profesionales y se encuentran gozando de becas de postgrado en Europa. Su esposa trabaja en una ONG y, de vez en cuando viaja a Iquique a “traerse cositas para vender”, como el dice.
Mi vecino votó por Evo. Siempre. Pero ayer advertí una profunda decepción en su semblante, así que le pregunté cuál era la causa de su estado anímico. Me contestó que, desde que está Evo, su situación empeoró, a pesar de que sus hijos ya no le significan gasto. “Se parten el lomo trabajando con su esposa”, dijo, y “no advierten mejoría”. Tiene un auto “trasformer” que “está botado ahí” porque sus ingresos no le alcanzan para hacerlo arreglar y que el pasaje del transporte subió tanto que solo subir al centro le significa más de la cuarta parte de su sueldo. “Los radiotaxis cobran lo que quieren y nadie dice nada” dijo. “Los micros son sucios, ediondos, nos ‘taucan’ como sardinas y ahora cobran por tramos y además cada tramo cuesta más, porque antes cobraban una luca hasta San Miguel o por cada tramo y ahora cobran uno cincuenta - ¿Cuánto es eso de subida en el pasaje? dijo”. Hace seis años, “antes del Evo, yo compraba cuatro panes por un peso, ahora debo comprar solo dos panes por lo mismo y en épocas como las de Todos Santos, sencillamente no encuentras pan y tienes que comprarte una t’hanta wawa que es incomible y más cara”.