Un empate técnico sin precedentes en la preferencia del voto popular, fue la tónica que caracterizó la campaña electoral entre los candidatos a la presidencia de los EE.UU. -el demócrata Barack Obama y el republicano Mitt Romney-cuyo desenlace final fue la derrota del segundo, por un estrecho margen de preferencia.
Sin ser experto en ese país, no deja de ser intrigante saber cuáles son los hilos que verdaderamente mueven el espectro político en Washington. ¿Quiénes realmente ponen y quitan presidentes y definen los cargos más importantes en las administraciones norteamericanas?
Se sabe que desde su creación, los EE.UU. fueron siempre manejados por grupos o logias de poder muy bien definidas que, hasta nuestros días, con leves cambios de matiz se constituyen en el famoso “stablishment” o la matriz de relaciones oficiales y sociales dentro de la cual se ejerce el poder encargado de guiar sin cambios la política del imperio, por la senda que le señaló desde un principio la carta magna de esa nación, hecha a imagen y semejanza de dichas agrupaciones de poder.
Entre dichas asociaciones debemos citar al WASP, que es el acrónimo en inglés de blanco, anglosajón y protestante, término descriptivo de un grupo cerrado de estadounidenses de elevada posición social y descendientes de británicos de religión protestante, que supuestamente ostentan un poder social y económico desproporcionado en la Unión, asociado a los que defienden los valores tradicionales que rechazaban la influencia de cualquier etnia, nacionalidad o cultura ajena a la suya, excluyendo a católicos, judíos, negros, hispanos, asiáticos.
Empero, la preeminencia de dicho grupo sólo duró imbatible hasta el fin de la segunda guerra mundial, donde a raíz de la derrota nazi, los horrores del holocausto y la creación del Estado de Israel, el stablishment tuvo que abrir sus puertas a dichos grupos de influencia que se tornaban cada vez más amplios en la Unión. Esos cambios pronto se reflejarían en la cúpula con el poderío económico judío en Wall Street; la elección de un Kennedy, como primer presidente católico y posteriormente la del propio Obama como primer presidente negro; y la cada vez mayor y decisiva participación hispana en las elecciones, como hecho insoslayable.
Hoy, al borde de un precipicio presupuestario que vaticina una recesión económica sin precedentes para el año 2013; la inusitada presencia de factores políticos externos que amenazan la existencia misma del imperio, como es el caso de la violencia de los países árabes que conforman el Magreb, donde el brutal asesinato del embajador de EE. UU. en Libia fue una muestra inapelable de la peligrosa hostilidad contra el imperio; el sangriento desenlace de la crisis en Siria con un férreo apoyo por parte de rusos y chinos cada vez más empoderados y el casi ineludible enfrentamiento con los fundamentalistas iraníes, obliga al presidente de los EE.UU. asumir medidas heroicas como las de Mariano Rajoy en España, con la agravante que, de fracasar, ello significaría el fin de esos grupos de poder y por ende, el fin del stablishment que controla la nación desde hace más de dos siglos. Por tanto, es mejor mantener un Obama en la presidencia, bajo una espada de Damocles plasmada en el control férreo de un Congreso intransigente y salvaguardar la espina dorsal que sostiene al imperio. Así se explica por qué Obama ganó las recientes elecciones.
Tomado de hoybolivia.com
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