Quien desempeña una destacada función pública debe ocuparse de asuntos trascendentales. En concordancia con esto, los encumbrados tienen el deber de ser respetuosos, veraces y mesurados cuando les corresponde dirigir mensajes públicos. Al fin y al cabo, de ellos depende la continuidad democrática –si la hay– y la satisfacción de las necesidades y aspiraciones ciudadanas.
No sólo se trata de la capacidad de trasmitir mensajes. Deben reflejar el orden de prioridades en el manejo del Estado, dejando de lado lo trivial y lo anecdótico. Sucede, sin embargo, que el afán de notoriedad se satisface con la asiduidad agobiadora de discursos, afirmaciones, definiciones, anuncios, advertencias, etc., todo sin “separar la paja del trigo”.
La injustificable frecuencia de las obligatorias cadenas de televisión para actos o discursos y la proliferación de espacios pagados para la propaganda oficial, son manifestaciones del culto a la personalidad, pues tienen subyacente el objetivo de satisfacer la vanidad del poderoso. Pero el costo de ello puede ser alto: los disparates cuestan en popularidad y se pierde la confianza ciudadana.
El presidente venezolano Hugo Chávez, como si en su país no hubiera asuntos muy importantes: el abastecimiento normal de alimentos, la solución de la crisis en la generación de electricidad, la lucha contra la violencia, etc., hace un tiempo dijo: "Hagamos telenovelas como las de Cuba, con contenido social". Y ya se ha hecho una de estas: “Teresa en tres estaciones”, al decir de Carlos Malamud, un “culebrón bolivariano con moraleja incluida”. Esta es la última ocurrencia del inquilino del Palacio de Miraflores; antes hubo muchas más.
Esa liviandad se advierte también en asuntos serios. La fragata argentina “Libertad” ha sido embargada y detenida por orden judicial en Ghana, por bonos ya vencidos impagos; los llamados “buitres”. La mandataria argentina, en uno de sus frecuentes monólogos –odia las preguntas y el diálogo-, dijo: "Se podrán quedar con la Fragata, pero con la libertad y la soberanía no se va a quedar ningún fondo buitre". Tampoco esta retórica sirve de mucho. El supuesto desprendimiento kirchnerista, parece destinado a ocultar lo que la presidente sabe: hay una obligación incumplida; esto fuera de cualquier objeción al embargo de la nave argentina.
Si de declaraciones impertinentes se trata, se ponen en evidencia las de un presidente considerado serio. El uruguayo José Mujica, cuando era candidato, dijo: “Como te digo una cosa te digo la otra”, lo que fue recogido en el libro "Pepe coloquios", de Alfredo García. “Tengo que aprender a callarme la boca”, dijo el ahora presidente, pero, por su persistente locuacidad, se ve que no aprendió.
En Bolivia también hay incontinencia verbal. Un libro recoge las anécdotas presidenciales: algunas inocuas y otras que confunden. Ejemplo: se ataca ferozmente a Estados Unidos y, simultáneamente, se insiste en “normalizar” las dañadas relaciones diplomáticas con ese país.
En cuanto a la poca coherencia, destacan los anuncios presidenciales de que el gobierno seguirá líneas paralelas –probablemente excluyentes– en el intento de lograr el retorno al mar: Volver a la inconducente agenda de los 13 puntos, demandar a Chile ante la Corte Internacional de Justicia de la Haya y reclamar la reivindicación marítima en todas las reuniones de organismos internacionales. Todo al mismo tiempo.
Luego, vendrán las aclaraciones, los desmentidos, y las nuevas versiones de estos confusos discursos.
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