Recurrentemente aparecen tensiones en América Latina. Las más de las veces por excesos verbales, acusaciones infundadas e, inclusive, por ostensibles calumnias contra países y gobernantes.
En el ámbito internacional las conductas han cambiado: Lo que antes no era tolerado –las afrentas a jefes de Estado y a naciones– ahora es visto como un incidente menor. Esto ha hecho que sea corriente lanzar diatribas supuestamente orientadas a afirmar derechos, lo que pone en evidencia la falta de seriedad y serenidad para obtener el reconocimiento de la justicia de una causa. Con esto se empequeñecen las demandas razonables, pues estas conductas enardecen aún más las pasiones y cierran los caminos al entendimiento. Y lo peor: se hace cierto el refrán toscano: “el que dice lo que quiere, oye lo que no quiere”.
Estos malos ejemplos se repiten con una constancia digna de mejor causa. Hugo Chávez Frías, el presidente venezolano, ha acostumbrado al mundo a sus recurrentes diatribas contra presidentes, países y todo lo que él considera opuesto al llamado “Socialismo del Siglo XXI” y a la “revolución socialista bolivariana”. No le frenó ni el absurdo: compartió un supuesto informe en el que se habría acusado al gobierno estadounidense de emplear un arma secreta para provocar el terremoto que asoló Haití.
El ecuatoriano Correa no va a la zaga. Son ya tradicionales sus adjetivos torpes contra sus opositores y, sobre todo, contra la prensa. El presidente nicaragüense Daniel Ortega, sigue la tónica verbal de los “bolivarianos”.
El 1 de octubre pasado, el primer mandatario de Bolivia, en Lima, Perú, afirmó que "El gobierno de Chile no solamente es una amenaza para Bolivia sino también para el Perú; Chile –añadió– es un peligro para la región". Esto en ocasión de la III Cumbre de Jefes de Estado y de Gobierno de América del Sur y Países Árabes. Luego vendría la grosería contra la Embajada de Estados Unidos.
Lo malo es que muchas veces los excesos son respondidos con agravios mayores. Este es el caso del candidato a alcalde de Santiago de Chile, Waldo Mora, que en un debate expresó que “Bolivia busca reivindicaciones marítimas solamente para sacar droga”. Es tan burda la afirmación de este sujeto, que es difícil encontrarle alguna explicación y, menos aún, justificación. Los panelistas del debate, no ocultaron su sorpresa ante la audacia en la mentira.
Atribuir esta majadería irresponsable a la ignorancia del señor Mora, que ufano dijo haber nacido en Tocopilla, un puerto que fue boliviano, es una manera de reconocer que éste simplemente se equivocó. Eso no ha sucedido. Lo hizo consciente de que entraba en el terreno de la calumnia y el oportunismo, cuando es notorio que, por ahora, la causa marítima de Bolivia es cuestionada en Chile. De eso se vale este Mora, con demagogia y perversidad.
Las tensiones recurrentes entre Bolivia y Chile han hecho que quede olvidada la advertencia del diplomático chileno Oscar Pinochet de la Barra (no relacionado con Augusto Pinochet Ugarte), que afirmó: “No nos echemos tierra a los ojos, no incurramos (los chilenos) en la simpleza, la ilusión de creer que Bolivia a la larga se olvidará del litoral perdido. El país del altiplano continuará clamando por el mar. No es capricho suyo, es una cuestión de identidad, de patria, inolvidable, insoslayable, inmodificable”.
Obviamente, este Mora ignora deliberadamente que superar antagonismos y buscar justicia, no es cuestión de calumnias que ensucian el ambiente internacional de América.
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