Siete años de anuncios sobre aplicación de cambios; cambios que, se debe entender, deberían abarcar la Constitución Política del Estado y algunas leyes que deben concuasar con lo que señale la nueva Carta Magna, hecho que, al menos en parte, se ha efectuado. Pero, hay un rubro importante que debe ser encarado: el cambio de conductas, propósitos e intenciones de quienes quieren cambiarlo todo pero sin cambiar ellos.
Desde la fundación de la República, en 1825, se han producido muchos cambios en la política y en la economía; consecuentemente, también variaron mucho los comportamientos sociales y se ha adquirido conciencia de lo que es el país y sus perspectivas aunque también se ha visto y sufrido el desmembramiento de nuestro territorio que casi se redujo a la mitad con inclusión del último conflicto como fue la guerra del Chaco.
En fin, determinados cambios han sido realidad; pero, lo fundamental en los últimos años es que había que cambiar viejas políticas de nomeimportismo, dejadez, corrupción y, sobre todo, las políticas del “dejar hacer y dejar pasar” que con mucha persistencia ha sido práctica de todos los gobiernos. Es, pues, necesario el cambio, que implique voluntad del Presidente del Estado, del entorno palaciego y del partido de gobierno.
Y cuando se habla de cambios, hay que insistir en la urgencia de buscar la unidad de todos los bolivianos y, en las capas gobernantes, que se tome conciencia de que todos los habitantes del país pertenecen a la misma patria, no son ajenos a nada y a nadie que pueble este territorio; que se cambie para entender que el país no es propiedad de ningún partido en el gobierno o lejos de él; que nadie se sienta amo y señor para disponer lo que quiera y cuanto sea. Cambios para entender realidades en las que está el propio gobierno y que, de todos modos, son verdades del Estado.
La búsqueda de cambios implica el entendimiento y la concordia entre todos y no las rivalidades, los complejos, el odio y las mezquindades que proliferan en el diario vivir. Cambios para encarar las políticas de relación internacional tomando en cuenta el sentir de todos y no obrando sólo partidariamente como si al conjunto nada le importara; cambios, en fin, que determinen la adopción de políticas productivas y se dé paso a las inversiones nacionales y extranjeras.
Como van los hechos, todo parece estar en un mar de utopías, de intenciones inaccesibles, de posturas simplemente demagógicas. Es el gobierno, conjuntamente su partido, el que debe marcar los pasos de los cambios con la prescindencia de todo lo que implique mayores daños a los sufridos y el evitar la imposición de doctrinas políticas obsoletas que han periclitado en todo el mundo y que, a veces, como varios países del Tercer Mundo, creen que pueden resucitarse aun sabiendo lo negativas que han sido en sus realizaciones y resultados.
De todos modos, habrá que ver en el futuro cercano, qué cambios efectivos puedan efectuarse; pero, lo que se haga, sea tomando en cuenta la unidad nacional y con conocimiento pleno de lo que se quiere y, empezando por trocar conductas para superar los yerros habidos.
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