Al abrir las puertas del Año de la Fe, Benedicto XVI, nos pide en este tiempo de gracia, hacer del Credo nuestra oración de cada día. Cuando profesamos nuestra fe, comenzamos diciendo: “Creo”, por esa razón la oración más hermosa es el Credo, porque lo más impor-tante es creer. La fe es la respuesta del hombre a Dios que se revela y se entrega a él, dándole a la vez una luz sobreabundante al hombre que busca el sentido último de su vi-da. “No por casualidad, los cristianos en los primeros siglos estaban obligados a aprender de memoria el Credo” (Porta fidei, 9), así, el Santo Padre desea “que este Año suscite en todo creyente la aspiración a confesar la fe, con plenitud y renovada convicción”, redes-cubriendo “los contenidos de la fe, profesada, celebrada, vivida y rezada” (ibíd.).
El paraíso se perdió por falta de fe en Dios, porque nuestros primeros padres creyeron a Satanás y dieron la espalda al Creador, de ahí que el acto de fe es requisito sine qua non para recuperar el paraíso, y el sumario de nuestra fe es el Credo.
El creyente debe dar testimonio de su fe, debe poder explicar de dónde nace su esperanza (cf. 1 Pedro 3, 15; 1 Timoteo 3, 15, 2 Timoteo 1, 13-14). Las raíces del Credo se remontan a los Doce. Sus enseñanzas básicas están de acuerdo a las formulaciones teológicas de la época apostólica. Frente a un mundo pagano era necesario que el cristiano primitivo pu-diera saber cuál era su propia identidad.
A lo largo de los siglos, en respuesta a las necesidades de diferentes épocas, han sido nu-merosas las profesiones o símbolos de la fe, nos ayudan a captar y profundizar hoy la fe de siempre a través de los diversos resúmenes que de ella se han hecho, así, ninguno de los símbolos de las diferentes etapas de la vida de la Iglesia puede ser considerado como su-perado e inútil.
“Los primeros cristianos no empezaron proponiendo de antemano una filosofía o una teo-logía”. Dieron testimonio de Jesús que les había hablado del único y verdadero Dios de la Escritura como Padre suyo. “En el Nuevo Testamento encontramos las primeras profesio-nes de fe (1 Cor 8, 6), y el esbozo de un “credo”. Las liturgias del bautismo y la de la euca-ristía comprenden una confesión de fe. El Credo cristiano, se desarrolló a partir de las pre-guntas bautismales, de ahí que consecuentemente el origen del Credo cristiano sea el “símbolo bautismal”, puesto que el Bautismo se administra “en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo” (Mateo 28, 19). Segmentos del Credo actual, llamado también “símbolo de la fe”, o “profesión de fe”, se encuentran en los escritos cristianos que datan del siglo II.
Entre todos los símbolos de la fe, dos ocupan un lugar muy particular en la vida de la Igle-sia: el “Símbolo de los apóstoles”, llamado así porque es considerado con justicia como el resumen fiel de la fe de los apóstoles, y el “Credo niceno-constantinopolitano”, formulado durante los concilios ecuménicos de Nicea (año 325) y de Constantinopla (año 381) como respuesta de los creyentes a las primeras herejías, que falsificaban la fe cristiana, particu-larmente a la herejía arriana que negaba la divinidad de Jesucristo.
Nuestro Credo apostólico se formó poco a poco, como ya se dijo, a partir de la liturgia bautismal romana. Las primeras formulaciones hallan su testimonio en Hipólito (+ hacia el 235), y en Rufinus (+ hacia el 410) sacerdote de Aquileia, quien aproximadamente en el año 390, elaboró un comentario sobre lo que él vino a denominar “La creencia de los Apóstoles”, de donde proviene el nombre de “Credo de los Apóstoles”. Rufinus afirma que la Iglesia apostólica desarrolló oralmente las primeras líneas del Credo “con el fin de que hubiera unidad en las enseñanzas impartidas por ellos” (cf. Denzinger, Enchiridion Symbo-lorum definitionum et declarationum de rebus fidei et morum).
“Si hoy la Iglesia propone un nuevo Año de la fe y la nueva evangelización, no es para conmemorar una efeméride, sino porque hay necesidad, todavía más que hace 50 años”, ante la «desertificación» espiritual, que “vemos cada día a nuestro alrededor”. “Así po-demos representar este Año de la fe: como una peregrinación en los desiertos del mundo contemporáneo, llevando consigo solamente lo que es esencial: ni bastón, ni alforja, ni pan, ni dinero, ni dos túnicas, como dice el Señor a los apóstoles al enviarlos a la misión (cf. Lc 9,3), sino el evangelio y la fe de la Iglesia” (cf. Homilía inaugural del Año de la Fe, Benedicto XVI).
Sin fe es imposible agradar a Dios, el Credo comienza con un acto de fe, el Credo es algo indispensable para definir la fe, sin embargo la fe es mucho más que creer una serie de verdades. “¿De qué sirve, hermanos míos, que alguien diga: «Tengo fe», si no tiene obras? ¿Acaso podrá salvarle la fe?” (Santiago, 2, 14). La fe auténtica es creer en Dios de tal ma-nera que yo no dudaría de entregarle a Él mi misma vida.
(*) Director Nacional Pioneros de Abstinencia Total
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