Mariano Ramallo. Oruro 1817-1876. Poeta, periodista y abogado. Premio Nacional de Poesía (1846). Traductor de Víctor Hugo y Lamartine. Su producción se halla dispersa en periódicos y revistas de la época. Forma parte de las antologías América poética (1846 y 1850) compilada por el poeta argentino Juan María Gutiérrez y Parnaso boliviano (Valparaíso, 1869) de Domingo Cortés. La humanidad y el amor son temas recurrentes en sus versos
• José Víctor Zaconeta. Oruro. 1885-1945. Poeta, ensayista e investigador del folclore regional. Ha publicados Poemas (1894); Entre el polvo del camino y Odas y poemas (1925). Poesía romántica, clásica, utiliza el romance para desarrollar temas de tradición
Inspiración
En un árido desierto,
bajo un cielo nebuloso,
del huracán proceloso
combatido sin cesar;
al pie de incultas montañas
celebradas por sus minas,
alienta entre sus viejas ruinas
el pueblo do está mi hogar.
Parece que el cielo quiso
condenar en él mi vida,
y que fuese la guarida
de mi seco corazón:
y que encerrado pasara
en un helado sosiego,
un alma llena de fuego
y sedienta de ilusión.
A la inacción condenado
arrastro mi vida triste,
sin gozar de cuanto existe
y cuanto alienta el amor:
solo ven los ojos míos
una llanura desierta,
la naturaleza muerta
sin hechizo y sin verdor.
Jamás escucho el susurro
del céfiro entre las hojas,
ni la angustia y las congojas
llegan a mi soledad
de la tórtola amorosa,
que en acento lastimero
llorando a su compañero,
se queja de su orfandad.
Jamás, ni por un momento
toca mi marchita frente
el embalsamado ambiente
que fecunda la flor:
ni jamás a mi alma llega
alegrándome el oído,
el suave y manso ruido murmurador.
No he visto nada del mundo,
y parece que su nada
por do quiera derramada
mis ojos contemplaran:
pues sólo escucho del búho
el monótono gemido,
las quejas del afligido
y la voz del huracán.
***
El alma no ha gozado todavía
el inmenso espectáculo del mar;
ni ha sentido aun rodar bravía
en su seno la ronca tempestad.
No he visto sus flotantes fortalezas
que dominando el elemento audaz,
conducen en su seno las riquezas
siempre con vivo infatigable afán.
No he visto en esos techos de topacio
a la luna , en flotante aparición,
mecerse vacilante en el espacio
derramando en el mar su resplandor.
Ni en su terso cristal como centellas
retratadas rielar en confusión,
ese espléndido polvo de estrellas
que levantan los pasos de Dios.
***
Nada sublime a mis ojos
mostró aun naturaleza,
sólo miro su tristeza
su aridez y sus abrojos.
Mísera, pálida, inerte,
como olvidada del cielo,
es el palacio del hielo
y el dominio de la muerte.
En las nieves del invierno
envuelta, como en sudario,
parece que un osario
descansa con sueño eterno.
Dolorosa es para el hombre
la idea, penosa la cierta
de tener tumba desierta
en ella, triste y sin nombre.
Es una soledad muda,
sin un ciprés por abrigo,
y sin que llore un amigo
contemplándola desnuda.
***
¡Perdón! No escuches, Dios mío,
mi terrena queja impía,
y la paz al alma mía
devuélvale tu piedad:
esa paz, hija del hombre,
esa paz, hija del cielo,
la delicia y el consuelo
de la triste humanidad.
Con ella libre de angustias
alzaré a voz mi memoria,
y publicaré tu gloria
con inspirado fervor;
con ella veré la tierra
menos desolada y triste,
y cuanto a mi lado existe
no me inspirará dolor.
Oiré en la voz del desierto
tu omnipotente entereza;
y el himno de tu grandeza
en la ronca tempestad:
y tu poder derramado
en el espacio, en los montes,
y en todos los horizontes
de la inmensa soledad.
Mariano Ramallo
Los Chipayas (fragmento)
Ostentado el orgullo de su raza
y de su sangre inmaculada y pura
la indomable altivez, de pie, en la puerta
de su achatada casa
menos que casa, miserable choza
perdida en la llanura,
destácase la imagen
de la india esbelta, varonil y hermosa,
que impera allí cual reina de la pampa
¡o del desierto solitaria diosa!
con sus vivaces ojos, amaestrados
a devorar distancias y horizontes,
escudriña el vaivén de los ganados
entre quiebras de lejanos montes,
la undosa cabellera al son esparce
con sus brazos fornidos y morenos,
dejando ver por la camisa abierta
la acanalada sombra
de sus turgentes y redondos senos:
todo respira en ella aliento y vida,
la vida de la lucha y las tormentas,
en que el cayado y la ascensión le dieron
la amplitud de sus formas opulentas.
***
De la distancia a diez leguas en contorno
y aún más allá tal vez de sus confines,
no hay quién ignore que ese erial produjo
aquella flor silvestre
que descollar pudiera en los jardines.
Su nombre trasponiendo las fronteras
del cacicazgo extenso,
entre cantares y sonoras rimas,
heraldos trajo de extranjeras tribus
desde apartados y remotos climas,
los que asombrados de tan real belleza
y del poder de su virtud y encantos,
rendíanle homenaje
en estos u otros parecidos cantos:
¡Oh la doncella de los labios rojos,
de ascuas que abrasan con letal mutismo!
¡La de los grandes y profundos ojos
más negros que el abismo!
¡La del cabello de ébano flotante
que juega con el viento
y cuya voz arrulladora imita
de un coro de aves celestial concento!
¡La que con pies seguros y ligeros
corriendo por los llanos y las lomas,
lleva anhelantes y en su pecho ocultas
las de sus senos cándidas palomas!
¡La de torneados y robustos brazos
llenos de sangre ardiente,
la del perfil de pensativa diosa,
la de la altiva y soñadora frente!
¡Quién las primicias de su amor pudiera
ganándote, Atalanta, la partida,
venturoso alcanzar, y de ti hiciera
su encantadora hurí de otra vida!
¡Por una hermosa flora, la bíblica Eva,
perdió el Paraíso y la inocencia el hombre,
y a una mujer, a la divina Elena,
debió la ruina de su excelso nombre
la infortunada Troya:
fue una mujer, la Reina de Castilla,
que envió a Colón, a descubrir un mundo,
de una ignorada meta a la distancia,
el que, más tarde, redimido fuera
por férrea heroína, Juana de Padilla;
otra sublime Juana, Juana de Arco,
salvó a su patria gloriosa Francia
al noble precio de su propia vida,
alcanzando, a merced de cruel suplicio,
santificada sea y bendecida;
Carlota el hilo de la vida corta
al ruin Marat, el conductor ficticio
de un socialismo falso
y aquella y la Roland, almas de atletas,
que ante la historia absorta
convierten su valor en un incendio,
serenas se dirigen al cadalso!
¿A qué evocar más gráficas memorias,
si el mundo sabe bien que las mujeres
son causa de desastres y de glorias,
de excelsas redenciones y de crímenes
cubiertos de dolores y de placeres?
Sí, ¡indias o blancas! ambas pueden tanto,
y si, al decirlo, en una vil parodia
mi imperdonable atrevimiento raya,
fuerza es que exclama, al expirar mi canto,
que fue Santula, la gentil, Santula
más bella que la flor de jamancaya,
la causa oculta, misteriosa y sola
de la soberbia rebelión chipaya!
José Víctor Zaconeta
Fuente: LA PATRIA
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