Los diablos elucubran involuciones marciales, ahora vienen y ahora van, flanquean y cargan, reculan y vuelven a cargar. La diablada es un baile de guerra, un baile que recuerda las batallas de caballería.
En pausa los caballos piafan, cocean, mueven la cabeza como queriendo librarse de las riendas, inquietos, con impaciencia, dando resoplidos, inclinando la cabeza de un lado a otro, en pausa los diablos asemejan corceles dispuestos a la batalla.
Los diablos se agrupan y alistan la carga, los pies de los diablos inclinan mirando al piso, nunca con la suela al frente, pareciera que los pies de los diablos son una extensión de caballos que arremeten en una batalla, cargan de frente y de repente una rápida vuelta, contravuelta como si los sables cortaran el aire y al enemigo, flanquean y vuelven y de nuevo a cargar, flanqueando o de frente.
La cabellera de los diablos, blancas o negras, ahora vienen de colores, parecen crines al viento, la cara desfigurada con el casquete pelado asemeja la ira del caballero en una batalla. Y es que la diablada es una danza recreada de un combate, una teatralización hecha danza.
Los diablos llevan botas con espuelas que marcan el ritmo de la danza, las espuelas son propias del jinete. Los buzos son calzas ajustadas a la piel, no utilizan bombachas o calzones y las botas como deben ser, son botas no botines. La pechera y pollerín son la armadura donde resalta el peto. Las capas asemejan un peletoque, vestimenta estrictamente militar y caballeresca. A esta vestimenta se suma una faja de monedas, cuyo significado, discrepando con muchos escribidores, no es precisamente fortuna o algo parecido, es un símbolo de guerra indio. Los guerreros quechuas, aymaras y otros tenían en su vestimenta militar campanillas de bronce, atavíos de bronce que al entrechocar producían ruido, este símbolo variaba de acuerdo a la jerarquía, antes de entrar en batalla movían el cuerpo para producir ruido e infundir miedo en los contrincantes. El estruendo que producían era idéntico al entrechocar de la espada al peto que realizaban los españoles. Una muestra de esta simbología todavía se recrea en el baile del pujllay, donde se puede ver el uso de campanillas. Cabe también indicar que el pujllay también es un baile que recrea un combate.
Toda la indumentaria del diablo nos recrea una vestimenta de caballero del siglo XV hasta entrado el siglo XVI. La teatralizaciones en Oruro, en los primeros momentos del siglo XVI se daba de seguro en la Iglesia de San Miguel de la Ranchería donde se tenía para alquilar el patio o corral de comedias y un hospital donde los actores itinerantes podían curarse de heridas. La Ranchería también está íntimamente vinculada a una especie de tambo, donde se vendía bebidas espirituosas, ya sea vinos o chicha, o una mezcla de ellos, que se conserva como bebidas secretas que llevan a la ebriedad en dos por tres, llamadas tambarrias o algún denominativo afín a tambo y fanfarrias, todavía se puede escuchar estos denominativos en los valles potosinos. A ello se suma que el tambo estaba vinculado también a prostíbulos, los tambos tenían fama de albergar a tabernas y lupanares. Afín a la idea los prostíbulos de Oruro siempre se han encontrado en la parte Norte de la ciudad.
Volviendo al siglo XVI los comediantes podían atender desde la Ranchería de San Miguel a una población de más de 6.000 indios que vivían con toda su parentela y españoles que escapaban de miradas indiscretas en el centro de Oruro.
Los comediantes podían ir a visitar en tropa, llenos de algarabía en una especie de “partido” a las poblaciones indias asentadas en inmediaciones de Oruro y cercano a las minas. La primera en alcanzar siguiendo el camino y subir al actual santuario del Socavón o el mercado Fermín López, asemejándose la antigua ruta del carnaval. La otra ruta es seguir en línea directa hasta alcanzar la actual iglesia de La Rotonda y subir hasta las faldas del cerro Santa Bárbara donde se encontraban las otras poblaciones indias. Como fuere los comediantes que representaban comedias de diverso tipo entre ellos de evangelización o de exaltación a reyes incas y españoles, que al finalizar seguramente derivaba en fiestas. Casualidad que en Oruro llegaban antes de las fiestas de la Semana Santa o después de las fiestas de Navidad. Por la temporada y el itinerario casi siempre entre febrero y marzo donde se realizan los carnavales. El baile de la diablada es en sí un baile de guerra entre el bien y el mal, el uno desbocado el otro sereno, diablo y ángel.
Realizar investigaciones y ensayos en torno a la diablada bajo este matiz seguramente traerá una serie de debates, estos debates deberán enmarcarse en la evolución del teatro a la danza propiamente, tanto en la coreografía como la música y en otras geografías a representaciones actorales y de danza como es el caso de Paucartambo donde son Sacras los que llevan a los muertos en carretas de fuego, tan populares en el imaginario de toda América, en Oruro la leyenda del carro de fuego y la cruz verde es un ejemplo.
El propósito sin embargo del presente artículo, al margen de apuntar algunos hechos, está en llamar la atención a los coreógrafos y directores de ballets de Oruro y el país, por cuanto la representación que se efectúa, en la televisión y festivales deja mucho que desear.
El carnaval es un hecho dinámico, como tal lleva los talantes de diferentes tiempos y épocas, de su sentir y de su dinámica material, pero siempre sujeto al concepto inicial de donde viene. No puede ser de otra manera en la actualidad.
Sin embargo de ello para no desvirtuar se debe atender a que la diablada no es un baile de pareja, que a pesar de la inclusión activa de la mujer en la danza, sigue siendo un baile de guerra y de carácter colectivo. Otro detalle a velar es que los brincos no son sino representaciones de caballería y las piernas y saltos son en consecuencia una representación equina. El vestuario deberá ser cuidado en su desarrollo, los diseños de la vestimenta deberán darse en el marco de una vestimenta caballeresca de los siglos XV y XVI. Otro de los detalles son las involuciones que deben seguir a través de la representación callejera, no se puede a razón de tiempo quitárselas, y menos en las representaciones de los ballets.
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