Oscurantismos y violencias en la religión musulmana
11 oct 2012
Por: Adhemar Ávalos Ortiz
El tema de la religión, tan grave en su esencia primigenia, siempre fue candente en el largo y penoso transcurrir de la Humanidad, en un camino incierto y plagado de obstáculos propios y ajenos. Lo que hoy se llama religión musulmana, nació formalmente después de la muerte de Mahoma, un supuesto “iluminado” que se creyó Dios. Llegó a la vida en el año 570 y falleció en 632, cuando una serie de individuos recuperaron parcialmente su pensamiento. En realidad, Mahoma era un hombre promiscuo que vivía de los bienes de su primera esposa, no la única, Jadicha. En uno de sus sueños pensó que había visto a Dios (Alá) y se fue a Medina, donde dio comienzo a una religión grave y confusa, la que se sumerge en un totalitarismo pleno. Tuvo hasta 4 esposas porque su banalidad le obligaba a ser “plumo”, con perdón de una expresión rígida pero directa y necesaria. Mahoma simplemente hablaba de sus sueños. La “Sharia” nació después, como un terrible mandato, como una suerte de indignidad perversa, como la maldad hecha carne en el cerebro humano. Sería bueno, y tranquilo, hablar de los egipcios y sirios como buenas personas, hasta correspondería a una política razonable. No obstante se choca con una realidad que se insume en un terrorismo completo.
La expresión plena, y absoluta, del crimen pleno y socializado, es Al Qhaeda, como la representación neta de la barbarie. Sería tonto decir que es criminal, que lo es, claro, con toda evidencia, pero calificar su conducta raya en el genocidio, ya que desconoce y maltrata toda idea diferente.
Mahoma tuvo una revelación satánica, no porque Satanás exista realmente, sino porque vive en la mente humana como su peor maldición. Él comenzó a predicar su religión y la difundió por la Península Arábiga para después difundirla por medio Mundo. Pero su mensaje fue obra reciclada de personajes dogmáticos que hoy priman en el Norte de África y media Asia. El “Corán” fue obra de sujetos acostumbrados al totalitarismo en todas sus esencias.
Mahoma fue un individuo encerrado en sus esposas, Jadicha no fue la única. El problema no radica en su asunto privado de la poligamia, sino en lo que recreó. Los musulmanes se extendieron a sangre y fuego hasta Indonesia y también España. No fueron dóciles, más bien violentos. Evidentemente tienen derecho a creer en un Dios que les tranquiliza, pero no a obligar a los demás a sentir su dogma como propio.
Ahora, sus grupos más radicales se dedican al terrorismo más nefasto porque no se enfrentan cara a cara, lo hacen ocultamente. Matan a inocentes en la idea de que están obligados a liquidar al que no cree en su dogma. Por ello son criminales. Su aberración llega al extremo de que someten a la mujer a la peor perversión: taparse completamente el rostro y ablandar, o sea cortar el clítoris a estas representantes del género femenino en Sudán para que no sientan el placer sexual.
Se atreven a abrir iglesias y a manifestarse en muchos países europeos cuando niegan ese derecho a extranjeros obligados a ocultar su cristianismo en Arabia Saudita, Qatar, Emiratos Árabes Unidos y Omán, además de Bahréin. El mundo debe enfrentarse a esta barbarie facilitada por Estados Unidos, Gran Bretaña, Francia y España a partir de la liquidación de Libia como estado laico a título de una supuesta primavera que no deja de ser invierno. El mundo está en crisis y hay que recuperarlo.
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