Parte el Año de la Fe en este mes del Santo Rosario, y en el año en que se recuerda la ter-cera centuria del Tratado de la Verdadera Devoción a María (TVD), escrito por San Luis Ma-ría de Montfort.«Durante este año será útil invitar a los fieles a dirigirse, con particular devo-ción a María, imagen de la Iglesia, que “reúne en sí y refleja en cierto modo las supremas verdades de la fe”. Por lo tanto, se debería alentar toda iniciativa que ayude a los fieles a re-conocer el papel especial de María en el misterio de la salvación, a amarla filialmente y a imi-tar su fe y virtud» (Nota sobre el Año de la Fe).
Junto a innumerables santos y doctores de la Iglesia, el Concilio Vaticano II, en el capítulo VIII de la Constitución dogmática Lumen Gentium, dedicado íntegramente a María Santísi-ma,la proclama «miembro sobreeminente y del todo singular» (53), «prototipo y modelo des-tacadísimo en la fe y caridad» (53) de la Iglesia, modelo de cada uno de los miembros.
Para llegar a la inmensa riqueza de la Verdadera Devoción a María, Montfort, «arranca de un argumento sencillísimo expresado en términos parecidos a los siguientes: 1, es voluntad de Dios que seamos santos; 2, para santificarnos hemos de practicar las virtudes; 3, para practi-carlas necesitamos de la gracia de Dios; 4, para hallar la gracia hay que hallar a María».
«La verdadera devoción a la Santísima Virgen es santa, es decir, te lleva a evitar el pecado e imitar las virtudes de la Santísima Virgen» (TVD, 108), «en especial su fe viva, por la cual creyó sin dudar en la palabra del ángel; creyó fiel y constantemente hasta el pie de la cruz en el Calvario…» (TVD 268). De forma análoga el Concilio Vaticano II habla de que María fue «avanzando en la peregrinación de la fe», «manteniendo fielmente la unión con su Hijo hasta la cruz» (Lumen Gentium 58).
María creyó en los dos más imposibles: que Dios se haga hombre y que nazca de Ella sin dejar de ser virgen. Y lo cree desde su humildad: «He aquí la esclava del Señor. ¡Hága-se...!». Y el ángel lo ratifica: «Para Dios nada hay imposible».
La fe, es «raíz de todas las virtudes», principio de la vida y de la fuerza de Dios en nosotros. Pero la humildad es la virtud-base para esa fe viva y actuante. La fe es la forma primordial de la humildad. En efecto, sólo en la humildad comprende el hombre que en este mundo está perdido, que su mente es indeciblemente vulnerable al error, y que únicamente en la Iglesia, haciéndose discípulo de Cristo, puede llegar a encontrar el camino cierto de la verdad por «la obediencia al Evangelio» (Rm 10,16; 2 Tes 1,8). Según esto es claro que los soberbios no pueden llegar a la fe (+Lc 10,21), pues antes que hacerse discípulos de Cristo y de su Igle-sia, Madre y Maestra, preferirán incluso reconocer que están perdidos, que no conocen la verdad… Y aún es posible que lleguen a mostrarse orgullosos de su situación.
La «virtud» de la fe de María, por la cual tomó parte en la encarnación del Verbo, sigue en acción para que Jesucristo sea hoy acogido, para que nazca y crezca en nosotros. Es el Es-píritu Santo que encarga a María, cuya fe llegó hasta el grado más alto, reproducirla en noso-tros: «La Santísima Virgen te hará partícipe de su fe. La cual fue mayor que la de todos los patriarcas, profetas, apóstoles y todos los demás santos. Ahora que reina en los cielos, no tiene ya esa fe, porque ve claramente todas las cosas en Dios por la luz de la gloria. Sin em-bargo, con el consentimiento del Señor no la ha perdido al entrar en la gloria, la conserva para comunicarla a sus fieles en la iglesia peregrina.
Por lo mismo, cuanto más te granjees la benevolencia de esta augusta Princesa y Virgen fiel, tanto más reciamente se cimentará toda tu vida en la fe verdadera: una fe pura, que hará que no te preocupes por lo sensible y extraordinario; una fe viva y animada por la caridad, que te hará obrar siempre por el amor más puro; una fe viva e inconmovible como una roca, que te ayudará a permanecer siempre firme y constante en medio de las tempestades y tormentas; una fe penetrante y eficaz, que como misteriosa llave maestra te permitirá entrar en todos los misterios de Jesucristo, las postrimerías del hombre y el corazón mismo de Dios; una fe in-trépida, que te llevará a emprender y llevar a cabo sin titubear grandes empresas por Dios y por la salvación de las almas; finalmente, una fe que será tu antorcha encendida, tu vida divi-na, tu tesoro escondido de la divina sabiduría y tu arma omnipotente, de la cual te servirás para iluminar a los que viven en tinieblas y sombras de muerte, para inflamar a los tibios y necesitados del oro encendido de la caridad, para resucitar a los muertos por el pecado, para conmover y convertir con tus palabras suaves y poderosas los corazones de mármol y los cedros del Líbano, y finalmente, para resistir al demonio y a todos los enemigos de la salva-ción» (TVD, 214).
En el Año de la Fe, los hijos de María, tenemos una misión: trabajar, entregarnos sin descan-sar para que nuestra Iglesia no enferme de angina, de arterioesclerosis o de esquizofrenia espiritual por falta de fe y humildad. Si somos como Ella «humildes esclavos de amor de Je-sús en María», la Iglesia no sufrirá nunca de paro cardiaco, ya que según las promesas del Señor «las puertas del infierno no la podrán vencer».
(*) Director Nacional Pioneros de Abstinencia Total
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