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Domingo 30 de septiembre de 2012

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Cultural El Duende

Fragmento de novela inédita

30 sep 2012

Fuente: LA PATRIA

Para cuando la orquesta interpretó Destacamento 111, la hermosa cueca de José Lavadenz y penúltimo número del programa, tú y yo ya sabíamos, en líneas generales, lo ocurrido en nuestras vidas en los dos últimos años. Aquella fría noche de invierno, un encuentro fortuito en la puerta del teatro, nos había puesto a conversar sobre muchas cosas y comenzó a dibujarse, tímidamente, la primera línea de un paisaje que, en las siguientes semanas, se enriquecería hasta bosquejar todo nuestro horizonte.

Juntados por tan distinta mano de la misma baraja del destino, no cupo, al menos para mí en aquel momento, sino disfrutar su azar y ese resquicio de humor que terminaba por juntarnos después de algunos encuentros y sitios compartidos, en los que habíamos permanecido indiferentes uno del otro. Pero ahora no, algo, no sabía bien qué, había diluido las distancias y, pocos días después, con toda naturalidad, continuamos aquella conversación contemplando el mágico manto de la tarde que cubría la ciudad desde la cima de una montaña.

Lentamente las horas empezaron a girar en torno al eje de nuestros encuentros, y se poblaron los días de historias, anécdotas colegiales, recetas de cocina, pequeñas confidencias y alguna que otra pregunta dirigida al limo abisal de los recuerdos de familia. Hasta que llegó aquella noche en la que, espantados por un frío milenario, luego de comer hamburguesas, buscamos refugio entre las estrechas callejuelas olvidadas por el tiempo de la colonia, y dimos con una puerta abierta que supo cobijarnos al amparo de una botella de vino caliente.

Para entonces ya éramos, claramente, un par de cómplices empeñados en vivir una vida desatadamente compartida en la hermandad de los pequeños guiños y misterios de una cotidianidad que, sin motivo aparente, se tornaba amablemente graciosa, a veces hasta la extenuación de la risa, por el sólo hecho de convivirla.

En esa pequeña mesa redonda, las palabras, mis palabras, se retrajeron frente al calor de las miradas y sólo pude, al amparo de la alta noche, formular un par de frases prosaicas y desangeladas con la desmedida pretensión de llegar a ti. Ahora que repaso estas líneas e, iluso, les doy un acomodo literario, cabe agradecer a la circunstancia que aquella noche dispuso tu benevolencia.

Poco tiempo después, publiqué un poema escrito meses antes, cuyo verso central decía: el desgarrado pellejo del corazón se ha internado en un paraje sin retorno que, releído aquí, entre estas palabras que te pertenecen por completo, se despoja de su aura sombría y da cuenta de un paraje, sin retorno es cierto, pero por motivos muy distintos. Una mesa repetida en torno a un humeante plato de sopa, paseos nocturnos por discotecas y diurnos por museos, café y helados en las tardes de domingo, minuciosas búsquedas de pedrería, extenuantes jornadas de trabajo filigranado, casas de amigos que nos compartieron libros, pinturas, fotografías y muy gratos momentos, una pasarela, dos pasarelas, el esmero de tus manos al construirme cuadernos para propiciar escrituras, tantas y tantas cosas que se agolpan en la dulce memoria que te evoca. Un desfile en el que, al son de la banda fuiste, mi aparición urbana, mi vicio perdedor, mi redención, mi as bajo la manga, mi privado evangelio, mi musa dadivosa, mi lecho de resurrección, mi agua más dulce, o esa cara forma de convocarme que tiene tu nombre.

Benjamín Chávez

Fuente: LA PATRIA
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