Como si no fueran suficientes las fantasías de Dan Brown en el “Código Da Vinci” acerca de la descendencia de Jesús “el Natzoreo” (miembro del clan davídico que residía en Nazaret de Galilea), la anterior semana apareció una supuesta prueba de que Jesús tuvo esposa, de acuerdo a un fragmento de papiro en idioma copto, datado (el papiro, no necesariamente el texto) en el siglo IV de nuestra era. La expresión “mi mujer”, seguida de “ella podrá ser mi discípula”, según la académica de Harvard, Karen King, descubridora del texto, probaría que Jesús se refiere a una mujer real y no metafóricamente a la Iglesia o a Jerusalén, como sucede en otros pasajes de la Biblia.
La revelación de la profesora King plantea una serie de dudas.
En primer lugar hay un problema de autenticidad, dificultado por el reducido tamaño del texto. Por lo pronto, un reconocido experto en hermenéutica bíblica, el profesor Francis Watson de la Universidad de Durham, ha afirmado terminantemente que ese texto es una falsificación moderna, aunque escrito sobre un papiro antiguo (The Guardian, 21/9/12). La afirmación de Watson se basa en evidencias técnicas casualmente similares a las detectadas en otras falsificaciones. En breve, el fragmento sería una copia alterada de una edición moderna del evangelio copto de Tomás. En fin, un análisis de la tinta usada podía haber ayudado a King a resolver el enigma antes de hacer el polémico anuncio. Pero en ese caso no estaríamos nombrándola.
Una segunda cuestión se refiere a las evidencias globales acerca del “estado civil” de Jesús. La respuesta es categórica: no hay un solo indicio, menos evidencia, en la literatura cristiana de los primeros siglos acerca de que Jesús hubiese tenido esposa. Al contrario hay razones para creer que su celibato era una provocación a los ojos de los fariseos, como se desprende del insulto “endemoniado” con el cual califican a Jesús. De hecho, era considerado deber y orgullo de cualquier judío el procrear con el fin de cumplir la promesa hecha por Yahvéh a Abraham.
El anuncio de la profesora King suscita otras dos interrogantes, reflejadas en los media. ¿Cuán importante es para la fe cristiana el hecho que Jesús estuviese o no casado? Y, ¿qué implicaciones tendría esa eventualidad sobre el celibato del clero en la Iglesia Católica?
Desoyendo el sabio consejo que me dio una vez el P. Gregorio Iriarte, Premio Nacional de la Paz, de no meterme con la exégesis bíblica, reincidiré dando mi opinión al respecto.
Jesús al asumir su naturaleza humana tuvo que optar: ser varón o mujer, casado o célibe, vivir en Jerusalén o en Cochabamba, etc. Como es inútil y sesgado asumir que detrás de la elección de nacer varón hay una valoración sexista - aunque ciertamente una conveniencia cultural -, del mismo modo creo yo, es inútil y sesgado atribuir al celibato un valor “superior” al estado matrimonial, aunque ciertamente hay una conveniencia en cuanto a “libertad para servir”. De hecho, más que de castidad se trata de libertad, la cual en el fondo es también una forma de castidad.
Por tanto, si aceptamos que el celibato es más una opción de libertad para el servicio que de castidad para no procrear, queda claro que una norma flexible, basada en la elección de cada cual, tal vez estaría más cerca a la comunidad de los discípulos de Jesús, la misma que estaba conformada por una variedad de personas, célibes y casadas, varones y mujeres, gente respetada y con una discutible hoja de vida, pero que se sentía unida profundamente por un mismo Espíritu.
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