Con la serenidad que caracteriza a los inocentes, Guillermo Fortún Suárez murió hace tres días, a causa de un infarto cardíaco, luego de soportar dos años de reclusión carcelaria, pese a su avanzada edad, lo delicado de su salud y una vana espera por un juicio que nunca llegó.
Siendo candidato a la Alcaldía de La Paz, y en medio del desarrollo de dicha campaña, el Gobierno le interpuso una denuncia por un supuesto manejo irregular de la partida de los gastos reservados cuando ejerció la titularidad del Ministerio de Gobierno. En el fondo, se le estaba pasando factura por su actuación en dicho ministerio, frente a la erradicación de cocales, cuando él advirtió: “Las 1.890 hectáreas de coca excedentaria que restan por erradicar no se negocian…” frase que se convirtió en un recuerdo indeleble para fijar su destino en medio de la campaña de “coca cero” que los EE.UU. habían instrumentado. Quizás habría sido mejor que se alíe con los cocaleros que ahora detentan 27.200 Has certificadas por la ONU y con la complacencia de los EE.UU. y no estar a salto de mata después de haber cumplido fielmente la imposición gringa.
Fue entonces que, para evitar su detención, optó por irse a Chile y luego al Perú en busca de asilo. Dicha solicitud le fue negada en ambos países, pese a haber ingresado a ellos legalmente y a que en Bolivia no pesaba sobre él condena alguna o medida de arraigo. Simplemente, las condiciones políticas que primaban en dichas naciones, con respecto a la nuestra, fueron adversas para su propósito.
Por un lado, Sebastián Piñera acababa de asumir el mando de Chile, como el primer presidente de derecha en ser elegido democráticamente en esa nación desde 1958 y el primero en ejercicio desde que Augusto Pinochet dejara el cargo en 1990. Este supuso ingenuamente que su gesto de rechazo a la solicitud de Fortún le granjearía la simpatía, gratitud y amistad que su predecesora Michelle Bachelet mantuvo con nuestro presidente empero, en los hechos, sólo obtuvo como recompensa una partida de fútbol con nuestro mandatario, con el triste resultado de un empate.
Algo similar aconteció en esos días con el presidente del Perú, Alán García Pérez que, agobiado y acomplejado por la retahíla de invectivas que su colega andino le lanzaba acerca de su complexión obesoide y su desastroso pasado presidencial, optó por repatriar a Fortún, a sabiendas del destino que le esperaba y con el añadido de no haber disminuido en nada su manteca y sí haber ganado mucho en su desprestigio.
Como una frase premonitoria a su triste destino Fortún escribió: “Pido perdón de Dios para los verdugos de la democracia y justicia para los inocentes”. Una penosa, como incomprensible historia que ojalá no vuelva a repetirse en Bolivia, ante todo con aquellos compatriotas que purgan penas en San Pedro sin materia de juicio, y en espera de que este santo se los lleve.
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