La proliferación de paros, huelgas, marchas, manifestaciones y hasta bloqueos a la vida del pueblo, se han hecho costumbre en la vida de trabajo y producción del país; parece que los integrantes de estos grupos no alcanzan a entender que los extremos que protagonizan los perjudica y daña a ellos mismos: en primer término, se crea en los diversos grupos razones para el resentimiento, el odio y la división; en segunda instancia, se deja de producir y trabajar con lo que se disminuyen los ingresos de las familias y, lo más grave y cuyas consecuencias son ilimitadas, es que el país pierde, la colectividad vive intranquila y desconfiada, las esperanzas se debilitan y las protestas – así sean mudas y sin manifestaciones extremas – son cada vez mayores en contra de las autoridades que, con todo derecho, se supone que deben ser las que canalicen los mejores remedios.
¿Cuánto ha perdido el país en los últimos años con la gran cantidad de los extremos mencionados? ¿Cuánto han perdido los protagonistas de esos hechos? ¿Cuánto han atentado contra su propia vida y de sus familiares porque con los hechos en que han intervenido han perdido días y meses de vida por haber comprometido su salud que si bien no se nota inmediatamente, con seguridad se harán presentes en el futuro? ¿Cuánto han perdido los niños y los jóvenes con días de clase suspendidos, con calles bloqueadas que les impedía llegar a sus establecimientos y, además, creaban angustia y preocupación en sus progenitores?
¿Por qué el paro y la huelga y los extremos tienen que ser el modo de vivir de quienes reclaman derechos ciertos o ficticios? ¿Por qué no se toma conciencia de los propios valores y se obra conforme a sus dictados? Hay, pues, infinidad de preguntas que tendrían que hacerse los dirigentes de los grupos sociales que incitan a los extremos, que buscan mayor poder e influencia haciendo ver su “liderazgo” o su capacidad para la demagogia y el populismo. El país pierde, se terminan las esperanzas de mejores días para quienes trabajan y producen; las ofertas de bienes de consumo y servicio disminuyen, las posibilidades de exportar se estancan porque los mercados conseguidos en el exterior no han recibido con el debido tiempo la mercadería que importaron para proveer a su clientela. La población nacional se siente afectada porque a menor cantidad de producción mayores precios frente a ingresos que son bajos y que con los extremos caerán mucho más.
Sería importante que el gobierno – que tanto hace ostentación de políticas de cambio que no cambian nada – efectivamente se imponga la tarea de conseguir concordancia y acuerdos en las diversas agrupaciones de trabajadores; que cuando se presentan vestigios para un posible conflicto actúe de inmediato y no espere el estallido del problema. Es importante, además, que los funcionarios que cooperan con el Ejecutivo tomen conciencia cabal de sus deberes y obligaciones y no dejen que el tiempo solucione los problemas sin intervención de ellos que saben, muy bien y por experiencias pasadas, que con el tiempo se agravan los problemas y se agigantan los conflictos. Corresponde, pues un sentido de honestidad y responsabilidad en que cada funcionario tome en sus manos cualquier problema y busque los caminos de conciliación, acuerdo y diálogo permanente; de otro modo, corremos el riesgo de agrandar los límites de nuestra pobreza y dependencia.
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