Cuando se habla de las compañeras de los hombres, especialmente en el día del amor y la amistad (el 21 de septiembre), no se puede dejar de pensar y resaltar su enorme aporte a la construcción de la civilización humana desde tiempos pretéritos, reflejados física e intelectualmente en el pasado y presente con multitud de profundidades misteriosas y matices que abarcan todo el arco iris. Y en este día maravilloso, cosa que no significa que las mujeres no sean importantes en todos los días de la vida del hombre, es preciso y motivador referirse a Shirley (como podría ser a cualquier otra bella), representante de toda una pléyade de mujeres pensantes y productivas, a veces caprichosas e intolerantes, pero igual de lindas en sus arrebatos de carácter.
Ella es morena, de rasgos trigueños en su piel desbordante, como muchas dignísimas bolivianas (sin excluir a las demás que tienen rasgos físicos igualmente bellos). Se distingue por sus ojos castaños, casi negros, los que dejan traslucir una mirada profunda, llena de chispas invitadoras y hechizantes. Su mentón revela una decisión que solamente la mitad y un poco más de la especie humana posee, rasgo fundamental que ha adquirido a lo largo de más de cien mil años, es muy difícil precisar el tiempo concreto del nacimiento del “homo sapiens” en sus versiones femenina y masculina.
Sin ellas qué podría hacer el hombre, ni siquiera nacer y realizarse a través de la ternura consecuente y diaria de todas las mujeres que pasan nítidamente por su vida. Su impulso es vital para construir vidas de su género o del de su compañero, haciéndolas bellas en aras del producto de su vientre proficuo. Shirley, como tantas otras mujeres, reúne características comunes, pero también disímiles. Sus miradas y gestos, además de sus acciones invitan a adorarla desde muchos aspectos, pero también advierten certeramente que no se la puede traicionar, ni siquiera con el pensamiento. Así es la mujer latina, con herencias españolas y aymaras o quechuas, además de otras etnias y nacionalidades, apasionada y celosa de sus quereres. Sería imposible afrentarla sentimentalmente, puede perdonar muchas cosas pero esto no, menos todavía dejarla en el olvido. Ama con intensidad desbordante, pero puede odiar de la misma manera, porque su sensibilidad parte de lo profundo de su corazón y se irradia con mucha fuerza hacia el exterior.
Es la madre ideal para el destino de nuestros vástagos. Se maneja como sólo ella y otras pueden hacerlo con mucho amor y prudencia, además conduce con eficiencia la economía del hogar, a pesar de sus rabietas ocasionadas por las travesuras de hijas e hijos, o por los abandonos de los seres que quiere o estima. Ella pretende hacer a su imagen y semejanza, no siempre con éxito, a su pareja o a sus descendientes biológicos.
Por todo ello, que esta pequeña, pero sensible rememoración de una fecha especial, vaya en honor a Shirley y a todas las mujeres abuelas, madres, tías, hermanas, esposas, hijas, sobrinas, nietas y amigas, en general a todo el género femenino. Su revelación de damas, con aciertos y errores, nos conduce por senderos ignotos y preciados, además de misteriosos y sorprendentes hacia el futuro, con la esperanza de que siempre se conserve tal como es, un producto sensible y creativo de la vida en compañía de los hombres en la condición que sea.
(*) Politólogo
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