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Domingo 16 de septiembre de 2012

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Cultural El Duende

De musgo y geranios

16 sep 2012

Fuente: LA PATRIA

Y los geranios murieron asfixiados en aquella primavera agonizante. Isabel ya no podría pisar con sus pequeños pies las hojas secas del otoño porque la sabiduría estaba apoderándose en silencio de su nombre gastado de tanto arrastrarlo por la vida.

El musgo la había cubierto casi hasta la mitad cuando yo llegué llevándole los anillos hippies que compramos en la feria un domingo cualquiera. Para entonces ya no podía respirar como respiran los venados comunes en época de cacería, pero aún podía divertirse desde la luz envejecida de sus ojos mirando los pececillos dorados que le regalé para Navidad. Los atraje con un trozo de pan casero, de ésos que salían de su horno para alegrar el pueblo. Luego los coloqué en una botella de coca cola y se los envié con algunas gotas de mar. Fue un buen verano aquél, aunque el musgo que empezó a crecerle desde los pies, hacía del invierno la estación ideal para Isabel.

Confieso además que nunca pude imaginármela proclamando al mundo su pinta de espantapájaros, una manera cómica de enfrentar el miedo.

Le gustaba ponerse botas largas y esconder la debilidad en la penumbra de la lámpara. Por eso siempre me gustó recordarla acomodando el rocío en el pelo, ordenando los sueños cansados para atajar en el corazón el buen sabor a inocencia que todos los humanos deberíamos tener.

Costó mucho ponerle los zapatos porque las calles y los perros se le aglomeraron asustados en sus plantas, querían marcharse con ella hacia la otra orilla del cielo para no quedarse olvidados en medio de tantos teléfonos absurdos. Isabel odiaba los teléfonos pues afirmaba que eran aparatos del diablo encerrando un espíritu para que la gente contara sus confidencias y secretos y quedara expuesta al chantaje. Sin embargo, para otras cosas era muy moderna, por ejemplo el día que la Reina Isabel visitó el norte, ella no dudó en sobornar a los pacos-escoltas para aproximarse a su Majestad y comunicarle que ser tocayas no era lo mejor que le había pasado en el mundo. Todos saben que vivir en la sombra no es lo mismo que albergar la oscuridad.

El musgo no alcanzó su cerebro, a veces –incluso– me dolía su lucidez, aunque era fácil distraerla. Una tarde nos sentamos en el umbral acompañadas de sus geranios multicolores, los pececillos dorados estaban tristes pero sus manos se alegraban con los anillos hippies, parecía que las madrugadas y el trabajo hubieran pasado de largo. Manos bonitas las de Isabel, acariciando sin escaseo a los locos y prostitutas del pueblo.

Esa tarde ensayamos a ser pececillos. Ella no lo hacía mejor pues aprendió a respirar con la piel cuando el musgo le cubrió los pulmones, así que la llevé bajo la lluvia y soñamos con el mar. Ésta muy pálida y liviana, tal vez pesaban en el aire solo los recuerdos y algunas promesas sin cumplir.

Los geranios perdieron su color y yo me acerqué a Isabel para limpiarle con mis lágrimas el musgo que ya le había tomado los ojos.

Giovanna Rivero Santa Cruz. Santa Cruz, 1972. Escritora, comunicadora y docente universitaria

Fuente: LA PATRIA
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