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Domingo 16 de septiembre de 2012

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Cultural El Duende

Desde mi rincón

Sousa Mendes, el Cónsul

16 sep 2012

Fuente: LA PATRIA

TAMBOR VARGAS

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Cuando uno creía conocer la historia relativamente ‘reciente’, cualquier día te encuentras con nuevas ignorancias. Es que el pasado es de tales dimensiones que ni toda una vida bastaría para saberlo todo; esto como si, además de conocer el pasado, uno no tuviera que vivir y… ¡sobrevivir!

La impresionante historia (escasamente divulgada) puede resumirse así. En 1940 Aristides de Sousa Mendes do Amaral e Abranches (1885-1954) se estrenó como cónsul portugués en la ciudad francesa de Burdeos. Y como tal le llegó una circular por la que el Presidente Oliveira Salazar instruía denegar la visa a los “extranjeros de nacionalidad indefinida, cuestionada o en litigio; a los apátridas; a los judíos que hubiesen sido expulsados de su país de origen o del país en que se hubieren afincado”.

Ya en 1939, como cónsul en Amberes había desobedecido las órdenes de su gobierno concediendo visa a judíos en dificultad como el rabino local y a otros refugiados; pero ahora, después de la fulminante ocupación alemana de Francia, la situación se había vuelto mucho más difícil. Y el día 16 de junio de 1940 Sousa Mendes tomó la gran decisión de su vida: dar visa portuguesa a cuantos se la pidieran; su razonamiento fue: “A partir de ahora daré visas a toda la gente, ya no hay nacionalidades, raza o religión”. Y desde ese día, ayudado de sus hijos, sobrinos y del rabino de Amberes, sella pasaportes, concede visas, echa mano de cuantas hojas de papel dispusiera.

A quien le recuerda las instrucciones de Lisboa, responde: “Si hay que desobedecer, prefiero que sea a una orden de los hombres que a una orden de Dios”. Cuando el presidente Oliveira toma medidas contra el cónsul, del 20 a 23 de junio el cónsul prosigue su actividad en la ciudad de Bayona, en el escritorio de un vice-cónsul estupefacto, así como de otros dos funcionarios de Portugal. El 22 de junio Francia firma un armisticio con Alemania; pero Sousa Mendes sigue concediendo visas en su camino a Hendaya (lugar fronterizo con España), cuando Oliveira ya lo había destituido de sus funciones consulares y había enviado funcionarios para que lo trajeran preso a Lisboa.

Decidido a jugárselo todo, Sousa Mendes con su coche oficial encabeza y dirige la columna de otros vehículos de refugiados hasta la frontera española, que no dispone de teléfono; gracias a ello no le había llegado la orden de Madrid de cerrar la frontera con Francia. Mendes logró persuadir a los guardias para que permitieran a todos ‘sus’ refugiados proseguir el viaje a Portugal.

Se calcula que en aquellos pocos días de junio Sousa Mendes concedió la suma escalofriante de entre treinta y cuarenta mil visados a otros tantos que huían de la policía alemana (entre ellos el heredero imperial austro-húngaro, Otto de Habsburgo).

La reacción del gobierno portugués de Oliveira Salazar fue fulminante: la destitución del cónsul. Entrado en Portugal, fue sometido inmediatamente a proceso; los castigos no se hacen esperar: el 8 de julio de 1940 es dado de baja por un año del servicio diplomático, además de la reducción de su salario a la mitad y antes de que se convirtiera en definitivo su alejamiento. Pero además, el odio penal del régimen dictatorial le prohíbe el ejercicio de su profesión de abogado; y algo más chistoso, también se le retira la licencia de conducir, obtenida en el extranjero.

Condenada su numerosa familia a la más estricta penuria, Sousa Mendes pudo sobrevivir gracias a la ayuda de la comunidad judaica (dos de sus hijos, por ejemplo, pudieron estudiar en los EE. UU.; y dos de ellos formaron parte del desembarco aliado en Normandía. Mendes y su familia se vieron forzados a acudir a la cantina de la ayuda internacional judía, atrayendo la atención por su triste vestimenta y aspecto; y un día tuvo que confesar: “Nosotros también somos refugiados”.

Pero la peor humillación no fue ésta, sino que le llegó cuando, acabada en 1945 la guerra con la rendición incondicional alemana, Sousa Mendes tuvo que ver cómo el régimen de Oliveira Salazar, por una parte le felicitaba por la ayuda prestada a los refugiados; pero, por otra, no sólo le negaba la reincorporación en el servicio diplomático, sino que lo hacía víctima de un cerco sociopolítico, digno de un contagioso (¿sería porque su actuación avergonzaba a todos?). Sus anteriores estrecheces se convirtieron en declarada miseria: en efecto, tuvo que desprenderse de su patrimonio familiar; en 1948 falleció su esposa Angelina; la mayor parte de sus 14 hijos se alejaron de él en pos de sus propios destinos; y parece que a su miseria también contribuyeron los malos manejos de una amante francesa con la que convivió en sus últimos años. Y en 1954 Sousa Mendes falleció perfectamente pobre en el hospital de los Franciscanos de Lisboa; y fue enterrado con el hábito de aquellos frailes.

Con los años se ha ido conociendo, reconociendo, admirando y condecorando la heroica conducta de Sousa Mendes. También en Israel, por razones obvias. En Portugal y en Brasil hay una fundación que venera esta figura y mantiene viva la memoria de su proeza. Ha generado una nutrida bibliografía biográfica, siempre centrada en su episodio bordelense.

Sobre la personalidad de Sousa Mendes no deben ocultarse dos detalles: de un lado, que procedía de una familia aristocrática, propietaria rural, conservadora y monárquica; de otro, que en toda su vida se consideró un católico practicante; es decir, que procuró inspirar su conducta en los valores y preceptos del Evangelio. La vida lo puso ante el momento de la prueba: y en ella dio perfectamente la talla: por supuesto, en 1940 en Burdeos; pero no menos a lo largo del resto de sus días: enfrentando con entereza el cinismo del poder político de su país, que mientras se ufanaba de sus actos consulares, a él lo condenaba al ostracismo, a la marginación y a la miseria.

Reducida a su mera esencia, Sousa Mendes ofrece el ejemplo de una conducta heroica: heroísmo que consistió en anteponer el imperativo de su conciencia a las órdenes del poder y de la lealtad política. Como Tomás Moro, como John Fisher y tantos otros, fue un mártir del positivismo jurídico. Y en este mismo sentido, un supremo ejemplo para nuestros días relativistas, postmodernos, funcionales, laicistas.

Pero no nos hagamos ilusiones: la ‘sublime belleza’ de su ejemplo no extraviar a nadie del dolor amargo del momento de la prueba (“Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”). Y en el caso de Sousa Mendes esta noche oscura no fue cuestión de minutos, horas o días, sino de casi tres lustros.

Y podemos preguntarnos: ahora que la Iglesia Católica busca particularmente seglares para canonizar su heroicidad, ¿nadie ha pensado en el Cónsul de Burdeos?

Fuente: LA PATRIA
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