Caminaba por Madrid cuando una voluntaria de Greenpeace me pidió apoyo, a lo que le respondí, como verdadero “fanático” de la naturaleza, que lo haría cuando ellos dejen de promover su destrucción. Le dije que el mayor contaminador global es el ejército de EE.UU. lo que, dada su evidente inclinación hacia la izquierda, le cayó bien. Pero no es cuestión de simpatía con la izquierda, sino de verdad.
Las operaciones militares de Washington (guerras, intervenciones y más de 1.000 bases en el mundo y 6.000 instalaciones en EE.UU.) son contaminantes. Las armas (más allá de que producen la peor “contaminación”: la muerte de personas) son altamente contaminantes, la violencia lo es, es destructiva de la vida, de la naturaleza. El Pentágono es el mayor consumidor de productos petroleros, y de energía. Según datos oficiales, utiliza 320.000 barriles diarios de petróleo (50.9 millones de litros) pero esto no incluye lo consumido por contratistas, o en instalaciones arrendadas, ni en la producción de armas.
El Departamento de Defensa produce más desechos peligrosos que las cinco mayores compañías químicas de EE.UU. juntas. Uranio empobrecido, combustibles, pesticidas, agentes defoliantes, plomo y grandes cantidades de radiación derivadas de la producción, prueba y uso de armas, son solo algunos de los contaminantes. Entretanto, un nuevo plan contempla la militarización del Ártico para defender la seguridad nacional y “las riquezas submarinas”, lo que resulta irónico, que ¡con violencia se defienda la naturaleza!
Por caso, desde que hace 22 años los gobiernos “defienden” (violentamente) el comercio de cuernos de elefante crece sin fin siendo Asia el principal destino. En 2011, se confiscaron 23 toneladas de colmillos de elefantes, unos 2500 animales asesinados. Los países y agencias internacionales combaten el tráfico de especies (principalmente marfil y cuernos de rinoceronte), que alimenta a grupos armados y suelen realizarlo las mismas redes que trafican droga. El FBI, la Interpol, la ONU, etc., persiguen el tráfico de especies que hoy llega a los $us. 70.500 millones.
Cristián Samper, presidente de la World Conservation Society, afirma: "soy colombiano. Y esto me empieza a recordar a la lucha contra las drogas. Por mucha policía que pongas… podemos acabar con un guarda detrás de cada rinoceronte… no tiene sentido". En realidad, todo esto, al igual que la guerra contra las drogas, no es más que un gran negociado. La “prohibición”, como lo hizo la “ley seca”, garantiza el monopolio a los que sobornan adecuadamente a los funcionarios que se encargan de poner a las fuerzas armadas (la violencia) a defender este monopolio que garantiza altísimos precios.
En contraposición con esta violencia destructiva de la naturaleza (como que es contraria a lo natural, como ya decía la escolástica medieval), el mercado natural es su principal defensor: son las personas las que cuidan de sus mascotas y sus parques y jardines. Los ríos del Estado, por caso, por el contrario suelen estar contaminados por aquellos que sobornan a los políticos.
Y eso hace Greenpeace, pedirle a los gobiernos que utilicen sus fuerzas armadas para forzar (violentar) prohibiciones en “defensa” de la naturaleza, en lugar de promover que la naturaleza quede en manos, precisamente, del mercado natural.
(*) Miembro del Consejo Asesor del Center on Global Prosperity, de Oakland, California
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