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Domingo 09 de septiembre de 2012

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Revista Dominical

¡Ábrete!

09 sep 2012

Fuente: LA PATRIA

Por: Bernardino Zanella - Siervo de María

En un tiempo en que las comunicaciones parecen haber superado todas las barreras, en un mundo tan interconectado, la condición de muchas personas es la de un profundo aislamiento, por la incapacidad de escucha y de una verdadera comunicación; o la comunicación sirve para un proceso de masificación, en que muchos pierden su identidad y originalidad.

Para la reflexión, nos puede servir un texto del evangelio de san Marcos 7, 31-37:

«Cuando Jesús volvía de la región de Tiro, pasó por Sidón y fue hacia el mar de Galilea, atravesando el territorio de la Decápolis. Entonces le presentaron a un sordomudo y le pidieron que le impusiera las manos. Jesús lo separó de la multitud y, llevándolo aparte, le puso los dedos en las orejas y con su saliva le tocó la lengua. Después, levantando los ojos al cielo, suspiró y le dijo: “Efatá”, que significa: “Ábrete”. Y en seguida se abrieron sus oídos, se le soltó la lengua y comenzó a hablar normalmente. Jesús les mandó insistentemente que no dijeran nada a nadie, pero cuanto más insistía, ellos más lo proclamaban y, en el colmo de la admiración, decían: “Todo lo ha hecho bien: hace oír a los sordos y hablar a los mudos”».

Palabra del Señor

El texto del evangelio de san Marcos nos presenta a Jesús en un territorio pagano, superando las barreras geográficas y religiosas de Israel.

Aparece un sordomudo, que llega a Jesús no por su propia iniciativa, sino llevado por otros, que “le pidieron que le impusiera las manos”.

El sordomudo vive una condición de grave aislamiento y soledad, pero en este evangelio es también un símbolo poderoso de la condición de un mundo enfermo, discípulos y paganos, que no es capaz de escuchar y recibir un mensaje de comunión y de vida, encerrado en sí mismo: un mundo de exclusiones e intolerancia. Y por eso incapaz también de transmitir y comunicar a los demás esta pasión por la vida. Sordo y mudo. Es como una zona muerta de la humanidad, en que se ha apagado el Espíritu. Y no se mueve en la búsqueda de un cambio, porque ni lo imagina. Le basta el conjunto de intereses que orientan su existencia y por los cuales invierte toda su energía.

Pero otros lo llevan al encuentro con Jesús.

Jesús realiza gestos que parecen incomprensibles: separa el sordomudo de la multitud, para que se encuentre consigo mismo, lejos del ambiente que lo condiciona. “Le puso los dedos en las orejas y con su saliva le tocó la lengua”: lo va como plasmando de nuevo, y le inspira su aliento vital. “Después, levantando los ojos al cielo, suspiró y le dijo: ‘Efatá’, que significa: Ábrete”: es una nueva creación, un hombre nuevo: “en seguida se abrieron sus oídos, se le soltó la lengua y comenzó a hablar normalmente”. Ahora es capaz de escuchar la Palabra, y a partir de esa escucha, hacerse mensajero de la Buena Noticia. Ahora no habrá mordazas ni religiosas ni políticas que puedan encadenar la Palabra. Ahora podrá unirse al coro de los que proclaman: “Todo lo ha hecho bien: hace oír a los sordos y hablar a los mudos”.

No es suficiente la indicación de Jesús para frenar el entusiasmo: “Les mandó insistentemente que no dijeran nada a nadie”. Sin duda la preocupación de Jesús es que no se interprete de manera equivocada ese gesto de sanación: no quiere ser una manifestación de poder, que se podría aprovechar fácilmente en favor del proyecto nacionalista que alimentan los mismos discípulos. Es sólo una señal, para indicar una dirección: una humanidad nueva, ni sorda ni muda, capaz de escucharse y de escuchar, de escuchar las profundas inquietudes de su ser, las angustias y esperanzas del mundo, y escuchar la naturaleza y toda la creación. Y capaz de hablar, con respeto y dignidad, sin mentiras y ambigüedad, con humildad y franqueza.

Fuente: LA PATRIA
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