¿Por qué pensamos más en el pasado que en el presente?
08 sep 2012
Por: Maximiliano Corradi
A partir de los 55 muchos ven llegar la vejez con terror. Otros se doblegan a la vejez entregándose al destino, que es lo mismo que tener una actitud fatalista, porque en la vejez una persona también puede dar pasos de aprendizaje, pasos que al mismo tiempo pueden ser pasos de rejuvenecimiento. Cada día deberíamos dar un paso de aprendizaje, grande o pequeño, afirmando las fuerzas positivas, que podemos extraer de los Diez Mandamientos y el Sermón de la Montaña de Jesús. A partir de los 50 años es el mejor tiempo para la autorreflexión. Quien ha pasado los 50 años ya no debería coquetear con el dejarse tiempo, sino que debería orientarse a los ideales espirituales, madurando para representar los valores correspondientes.
Si sobrepasamos los 60 años, el tormentoso querer y el acuciar, que es propio de la juventud, debería haber disminuido. A partir de los 50 años la edad pasa a convertirse en edad madura; el verano tiende su mano al otoño. El hombre que ha madurado en el Espíritu vivirá, de acuerdo con el otoño que comienza, con más tranquilidad y cordura. Quien cree que tiene que recuperar algunas cosas, opinando que las ha omitido en la juventud, sucumbe al autoengaño. El autoengaño conduce a la decepción y a la resignación. Una afirmación que debería dar que pensar a aquel que está envejeciendo es: Aquel que desea recuperar la juventud, envejece.
En la vejez permanecer siendo activo en espíritu y creativo significa dedicarse oportunamente a otros talentos. De ello se pueden desprender nuevas tareas, por ejemplo la acción desinteresada por una buena causa.
Muchos se quejan de su edad, se afligen porque van envejeciendo y no notan que envejecen justamente a causa de la aflicción. Se pasan la vida pensando en el pasado, en vez de purificarlo, porque el que ha purificado el pasado conservará buenos recuerdos de su juventud, que en la vejez le harán conservar su imagen juvenil. El hombre vive entonces no en el ayer, sino en el hoy.
Nuestro cuerpo se marchita, envejece, pero se hace viejo sólo a raíz de nuestros deseos, también del querer, de los pensamientos contrarios a la ley de Dios y a causa de nuestros miedos y preocupaciones. El que ha superado el pasado no siente cómo se le van los años, envejece, pero jamás será viejo. No echará de menos la juventud porque vive sus ideas conscientemente, sus días y años, no con temor por el mañana, no por miedo por lo que podría surgir todavía del pasado.
Cuando más sentido ha tenido nuestra vida en la Tierra, tanto más jóvenes seguimos siendo, hasta haber alcanzado incluso una edad avanzada. A aquel que madura hacia el otoño de su existencia, se le recomienda echar una mirada retrospectiva, para terminar con el pasado, con aquello que le ocupa todavía y entregarle su juventud pasada al gran Espíritu eterno.
Tener actividad espiritual conduce a tener energía de acción hasta una edad avanzada, porque el cerebro permanece activo y es irradiado por la fuerza de vida creativa. A más tardar en la mitad de nuestra existencia terrenal deberíamos preguntarnos: ¿Procuramos alcanzar lo humano, lo externo, o la interiorización, la conciencia de Dios? Esta decisión es de importancia vital, pues justamente entre los 35 y 42 años es posible hacer un nuevo y fundamental cambio de vida...”
Las siguientes preguntas nos pueden dar indicaciones sobre nuestro propio modo de pensar y comportarnos, es decir sobre cómo estamos construyendo nuestro futuro y en las respuestas sinceras encontraremos la ayuda para cambiar: ¿Por qué permanecemos en pensamientos más en el pasado que en el presente?, ¿qué esperamos del futuro?
Cuan a menudo dice un anciano: “Estoy muerto de cansancio”, o bien “Ya no puedo más, ya no quiero más” y se deja llevar. Mientras más pensemos así, más le damos a nuestro cuerpo la programación de marchitarse, de rendirse ante la vejez, de modo que la persona envejece y por último se hace vieja. Quien ha seguido siendo joven en el interior, como persona mayor es considerado y paciente, especialmente con la juventud, pues él mismo ha experimentado que se debe dejar libre a la juventud para que siga su propio rumbo de vida.
De la publicación: “Mucha, mucha vida”
(*) Vida Universal
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