De acuerdo a la Carta apostólica “Porta fidei”, firmada por Benedicto XVI proclamando el Año de la Fe, éste –Dios mediante- comenzará el 11 de octubre de 2012, y concluirá, el 24 de noviembre de 2013, solemnidad de Nuestro Señor Jesucristo, Rey del Universo. Del 7 al 28 de octubre se celebrará la XIII Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos, sobre “La nueva evangelización para la transmisión de la fe cristiana”, consecuentemente el Año de la Fe será lanzado durante el desarrollo del Sínodo.
El 11 de octubre de 1962 se inauguraba en la Basílica de San Pedro el Sacrosanto Concilio Vaticano II, el concilio más numeroso de la historia al que concurrieron 2.500 obispos de todo el mundo, y, hace dos decenios Juan Pablo Magno, recordando también el trigésimo aniversario del mismo, promulgaba el Catecismo de la Iglesia Católica “uno de los frutos del Concilio”.
Como escribí en mi artículo “La primavera de la Iglesia”: ni duda cabe que el Concilio Vaticano II, ha sido para bien o para mal, el acontecimiento de la Iglesia de la XX centuria.
En nuestra imaginación podemos figurarnos al Espíritu Santo presidiendo el Concilio Vaticano II y los 20 concilios ecuménicos precedentes en los dos milenos de la Iglesia, Madre y Maestra, porque ciertamente, los concilios, todos los concilios han sido una obra, una gracia del Espíritu Santo. Según las palabras del Papa Juan XXIII, el Concilio ha querido “transmitir pura e íntegra, la doctrina, sin atenuaciones ni deformaciones” comprometiéndose a que “esta doctrina, cierta e inmutable, que debe ser fielmente respetada, sea profundizada y presentada de manera que corresponda a las exigencias de nuestro tiempo”.
Este año será una ocasión propicia para que todos los fieles comprendan con mayor profundidad que el fundamento de la fe cristiana es “el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva".
Ciertamente la fe es la exigencia fundamental del Cristianismo, es la base de la Religión Cristiana. Este año especial pretende purificar nuestra Fe de toda inevitable excrecencia que se adhirió en el paso de tantos siglos y de tantos ambientes diversos, y particularmente de los 50 años recientemente pasados.
Desde el comienzo de su pontificado, el Papa Benedicto XVI se ha comprometido firmemente en procurar una correcta comprensión del Concilio, rechazando como errónea la llamada “hermenéutica de la discontinuidad y de la ruptura”, y promoviendo la que él mismo ha llamado “’hermenéutica de la reforma’, de la renovación dentro de la continuidad del único sujeto-Iglesia, que el Señor nos ha dado; es un sujeto que crece en el tiempo y se desarrolla, pero permaneciendo siempre el mismo, único sujeto del pueblo de Dios en camino”.
El Concilio Ecuménico Vaticano II se encuentra desde hace décadas en el centro de agudas polémicas. En el ya célebre “Informe sobre la Fe”, Vittorio Messori recoge lo que el Cardenal Ratzinger había escrito diez años antes de dicho coloquio: “El Vaticano II se encuentra hoy bajo una luz crepuscular. La corriente llamada “progresista” lo considera completamente superado desde hace tiempo y, en consecuencia, como un hecho del pasado, carente de significación en nuestro tiempo. Para la parte opuesta, la corriente ‘conservadora’, el Concilio es responsable de la actual decadencia de la Iglesia Católica y se le acusa incluso de apostasía respecto del Concilio de Trento y al Vaticano I: hasta tal punto que algunos se han atrevido a pedir su anulación o una revisión tal que equivalga a una anulación”.
Naturalmente la acción postconciliar que más daño hizo a la Verdadera Fe es la pseudo teología desarrollada por teólogos que han perdido la fe, con graves daños para el bien espiritual de las almas, empero, la apostasía actual –no es el resultado de la legislación conciliar- la decadencia vino desarrollándose, como lo explanó el magisterio pontificio preconciliar ya desde el Renacimiento, pasando por la Ilustración, el liberalismo, la Revolución francesa, el modernismo, el comunismo, la revolución sexual, la teología de la liberación marxista. Se traicionó al Concilio, con un falso “espíritu del Concilio” para encubrir “la autodemolición de la Iglesia” como lo afirmó el Papa Paulo VI.
Aún eso, la Iglesia Católica, Cuerpo místico de Cristo, no está ni herida ni desanimada. Hay manantiales de entusiasmo en sus entrañas. Y unos grandes deseos de olvidar flaquezas pasadas y recomenzar un período de nueva evangelización y de una vida interior muy distinguida, bajo el cayado de Benedicto XVI sucesor de San Pedro, que no ha cesado de buscar una purificación y revitalización ad intra. El Papa mira con ilusión pastoral el próximo “Año de la Fe”, para que la singladura eclesial conlleve una nueva y vital energía en todos los aspectos de la vida social y religiosa, en fidelidad al Divino Espíritu y a la bimilenaria tradición eclesial.
(*) Director Nacional Pioneros de Abstinencia Total
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