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Domingo 02 de septiembre de 2012

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Cultural El Duende

Desde mi rincón

Universidades católicas: ¿Bastión o pesadilla?

02 sep 2012

Fuente: LA PATRIA

TAMBOR VARGAS

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No hace falta repetir aquí cosas archisabidas, como que la universidad como institución de enseñanza, debate y producción de ideas y conocimientos es un fenómeno medieval en cuyo nacimiento y consolidación la Iglesia Católica tuvo el papel decisivo. Y que la Iglesia Católica, con altibajos dependientes ante todo del grado de tolerancia de los regímenes políticos imperantes, las ha mantenido hasta nuestros días; y que hasta nuestros días no ha dejado de fundar otras nuevas por los continentes del planeta.

Dicho esto, queda todavía por preguntarnos cuál es en la actualidad la ‘salud’ de tales universidades católicas. Y lo primero que nos viene a la mente es que su existencia no ha podido aislarse de la de la Iglesia en su conjunto; y en este tema nos sale al encuentro el tema de la influencia que sin duda ha tenido la atmósfera que ha venido prevaleciendo después del Concilio Vaticano II (el llamado ‘postconcilio’, entendido como algo parecido a un ‘concilio permanente popular’). Si en dicha mentalidad había que desmontar cualquier manifestación de ‘poder’, las universidades católicas parecían prestarse a ello; como también se prestaban en cuanto fortalezas de confesionalidad (entendida como indeseable, pues chocaba con las metas de un presunto ecumenismo). Por otro lado, las universidades católicas eran una piedra en el ojo de quienes se habían apuntado a un todavía naciente ‘laicismo radical’, cuya meta es la desaparición de cualquier tipo de confesionalidad del ámbito público.

Ya vemos, pues, que a las universidades católicas les han venido amenazando factores tanto internos católicos como externos sociopolíticos e ideológicos. Si a esto le añadimos la disminución del personal de las órdenes religiosas que habían fundado y administraban muchas de ellas, podemos imaginar sin grandes dificultades que dichas universidades católicas cada vez más se han convertido en ‘monstruos’: de aspecto nominalmente católico, pero con un contenido cada vez más confundible con el de cualquier otra universidad del mundo. Como si en esto hubiese consistido su verdadera y buscada ‘homologación’: que su ‘catolicidad’ fuese lo menos perceptible posible y, sobre todo, que no plantee dificultades a la hegemonía mundana. Y esto tanto por la fuerza imparable de unos hechos como por efecto de unos deseos subliminales, poco formulados en alta voz o, por lo menos, encubiertos con la mayor dosis de eufemística o equivocidad consciente.

La arremetida laicizante a mansalva de las últimas décadas (una verdadera kulturkampf) ha disparado también una mayor conciencia dentro de la Iglesia Católica. Y esta mayor conciencia puede resumirse en una consigna: la Iglesia sólo puede y debe mantener universidades propias si éstas son verdaderamente católicas (en el supuesto, claro está, de que una ‘universidad católica’ deba ser empíricamente reconocible). Una cosa, sin embargo, es lo que el magisterio y el gobierno vaticanos han dicho, enseñado y decidido… y otra cosa es lo que han hecho los responsables de las diversas universidades con el nombre de católicas. Naturalmente, la divergencia no siempre se ha situado en la cuestión fundamental y principista de su substancia católica, sino en mil y un temas en los que cualquier universidad, sus dirigentes o sus profesores se pronuncian en la actividad cotidiana.

Con este telón de fondo, uno puede entender un poco mejor el rosario de situaciones que se han venido dando por diversos puntos del mundo: una vez es la Notre Dame University por invitar a un abortista como Obama (entonces recién elegido presidente) para que pronuncie el discurso central en el acto de graduación de fin de curso; y esto a pesar de las advertencias y oposición de diferentes representantes de la jerarquía eclesiástica y del personal mismo universitario. Otra vez es la Universidad Javeriana, de los jesuitas colombianos, donde uno de sus profesores de teología ha manifestado pública y repetidamente su ‘tolerancia’ abortista, recibiendo el respaldo de la universidad como tal; o cuando la Carrera de Psicología hizo público su apoyo para que los llamados ‘matrimonios’ homosexuales, no sólo fueran legalmente reconocidos como tales, sino para que además pudieran adoptar niños como ‘hijos’. También la Georgetown University, en manos de los jesuitas, ha sido causa de preocupación o de indignación: esta vez se trata de la invitación a la ministra de salud de Obama, Sibelius (una de las autodeclaradas ‘católicas por el derecho a decidir’) y se supone que uno de los mayores responsables de la ley de Obama que obliga a todas las empresas a financiar el ‘derecho’ al aborto de sus empleados; esta vez, la invitación persistió a pesar de la protesta del arzobispo local. El famoso autor octogenario de El Exorcista, William P. Blatty, ex-alumno de la universidad, no sólo ha expresado su protesta, sino que ha hecho un llamado a los alumnos y ex-alumnos de Georgetown para que pongan fin a tales conductas. Y en España, los obispos han exigido a la Pontificia Universidad de Comillas, de los jesuitas, el retiro de uno de sus profesores de ‘bioética’ luego que defendiera la aceptabilidad del aborto en determinadas situaciones. La historia podría continuar porque se puede hablar de una situación en la que el ‘escándalo’ puede saltar a la prensa en cualquier momento...

Dentro de este contexto, quizás haya quienes no vean nada extraordinario en el conflicto que envuelve a la Pontificia Universidad Católica del Perú; pero por lo menos hay dos circunstancias que lo singularizan: por un lado su duración (más de dos años en forma crítica); por otro, el carácter global del conflicto, pues no se trata de un profesor atrevido o díscolo, sino de la entidad como tal, en toda su organicidad. No hace falta entrar a detallar las vueltas y revueltas que ha tenido el conflicto: parece que todo empezó cuando su Gran Canciller (el Arzobispo de Lima) exigió el cumplimiento del testamento de su principal fundador para que un representante arzobispal ejerciera el deber y el derecho de control de los bienes; pero empezó a adquirir aires de rebeldía cuando la Santa Sede exigió el cumplimiento de una disposición general para las universidades católicas del mundo: la adaptación de sus estatutos a la Constitución Apostólica Ex Corde Ecclesiae (de 1990). Su rector y la asamblea universitaria una y otra vez se han negado a dar cumplimiento a lo mandado; lo han hecho de una forma típicamente andina: sinuosamente. Unas veces alegando una legislación peruana presuntamente protectora; otras, el derecho a la ‘libertad de cátedra’; otras, rechazando la presunta movida ‘conservadora’ del arzobispo Cipriani (que, siendo del Opus Dei, no puede ser otra cosa ni tiene derecho a cumplir sus obligaciones). El Vaticano envió un Visitador Apostólico; de su informe salió una orden perentoria que ponía plazo final a las dilaciones; la universidad pidió ampliar el plazo; así se hizo, pero vencida la prórroga, no hizo más que ratificarse en su rebeldía. Y en julio pasado llegó la decisión de la Secretaría de Estado: la Pontificia Universidad Católica del Perú no podrá seguir usando ni lo de ‘Pontificia’ ni lo de ‘Católica’ mientras no corrija su forma de conducirse, que en los hechos tiene poco de ‘católica’. Por supuesto, hasta ahora sus representantes siguen declarando que no piensan hacer ningún caso de aquella orden pontificia.

Un hecho sorprendente en este conflicto es que hasta hace poco tiempo de la Pontificia Universidad sólo se oían las monótonas voces rebeldes ‘oficiales’; y uno se preguntaba si no había disidentes en sus filas. Últimamente, un profesor de primera hora, De la Puente Candamo, ha hecho oír su posición de inequívoco enfrentamiento a los órganos representativos. Todavía más recientemente, un jesuita obispo emérito ha dado a conocer una carta ‘guerrillera’ contra el Primado y a favor de los universitarios insubordinados; carta que más de uno podrá considerar indigna de un mitrado. Por su parte, los jesuitas peruanos también han difundido una carta, más ‘modosita’ en la forma, pero de fondo solidario con los rebeldes: lo hacen por medio de aquel estilo ambiguo que tradicionalmente se ha atribuido a la Orden.

Ésta es la pesadilla en que se han acabado convirtiendo las ‘universidades católicas’ para los responsables de la Iglesia. Claro, no es un fenómeno por sí mismo, separado del resto de la vida eclesiástica. Sólo quien piense en las cosas que han dicho y escrito muchos teólogos durante el último medio siglo; o las cosas que ha practicado el clero en las celebraciones litúrgicas; o los sainetes escenificados en innumerables monasterios o conventos; o los extravíos de que han hecho espectáculo los seminarios; etc. ‘Diálogo con el mundo’, ‘ecumenismo’, ‘legítima laicidad’, ‘evangelización de la cultura y la ciencia’ y varias otras etiquetas (convertidas en consignas perentorias) tendrían mucho que explicar y permitirían entender mejor el ambiente en que se han dado aquellos conflictos. Todos coincidirían en un concepto ‘permisivo’ y ‘a la carta’ de la confesionalidad. Y entonces uno no puede dejar de preguntarse: ¿para qué quiere la Iglesia universidades entendidas así?

Y más de un obispo y de un cardenal y de un superior general de órdenes religiosas debería preguntarse si puede esperar otras tempestades de los polvos que, cada uno cuando le tocaba, han ido sembrando. La historia enseña que la anomia no es el fruto de la libertad, sino sólo el punto de llegada del libertinaje anarquista. Y donde éste se impone en la Iglesia, no puede seguir hablando de ‘iglesia’, ni de ‘fe’, ni de ‘comunión’, ni de ‘autoridad’, ni de ‘disciplina’, ni de ‘derecho’. ¿Será capaz la Iglesia de recuperar sus propias verdades?

Fuente: LA PATRIA
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