Jueves 30 de agosto de 2012
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Ya casi es de noche. En el cruce Machacamarca – Huanuni el bus se detiene detrás de una larga fila de carros varados. “Hasta aquí nomás”. Los pasajeros ya ni protestan. En silencio recogen sus enseres y emprenden a pie lo que falta. Por lo visto, nos estamos acostumbrando a soportar en silencio el abuso. Y esta es apenas una pequeña muestra de lo que cotidianamente ocurre en todos los caminos del país. ¿Alguien tendrá el coraje de ponerle el cascabel a ese “gato”?
Prolifera cada vez más. Aparte del perjuicio a los pasajeros, otro efecto peligroso se va generando en esa crónica costumbre de bloquear. Y es que la impunidad tiende a consolidar con el paso del tiempo una “democracia basada en la presión y el conflicto, que puede derivar – ciertamente - en una dictadura de minorías eficaces” (Mateo Paz). Por la recurrencia, parece normal el infringir el precepto constitucional que teóricamente garantiza la libre circulación. Lo anuncian y lo cumplen con cinismo y desfachatez.
Sin embargo, se observa cierta reacción en la conciencia colectiva. Hasta el Fiscal General ha tenido la audacia de decir que “el bloqueo es de hecho un delito”. Varios ministros también han manifestado, así sea tímidamente, que obstruir la libre circulación es vulnerar una norma específica vigente; pero la cosa es quién se anima a enfrentar al “monstruo”. Por supuesto que no ha de ser el régimen actual. El bloqueo fue uno de sus recursos para acceder al poder. Le faltaría autoridad moral para condenarlo formalmente. No lo ha hecho ni lo hará.