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Domingo 26 de agosto de 2012

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Revista Dominical

¿También ustedes quieren irse?

26 ago 2012

Fuente: LA PATRIA

Bernardino Zanella - Siervo de María, ex Rector del Santuario del Socavón

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La preocupación de hacer accesible la Buena Noticia al hombre de hoy, puede llevarnos a buscar nuevas formas de comunicación, pero no a reducir la radicalidad del mensaje evangélico.

Leemos en el evangelio de san Juan 6, 60-69:

«Después de escuchar la enseñanza de Jesús, muchos de sus discípulos decían: “¡Es duro este lenguaje! ¿Quién puede escucharlo?”. Jesús, sabiendo lo que sus discípulos murmuraban, les dijo: “¿Esto los escandaliza? ¿Qué pasará, entonces, cuando vean al Hijo del hombre subir donde estaba antes? El Espíritu es el que da Vida, la carne de nada sirve. Las palabras que les dije son Espíritu y Vida. Pero hay entre ustedes algunos que no creen”. En efecto, Jesús sabía desde el primer momento quiénes eran los que no creían y quién era el que lo iba a entregar. Y agregó: “Por eso les he dicho que nadie puede venir a mí, si el Padre no se lo concede”.

Desde ese momento, muchos de sus discípulos se alejaron de él y dejaron de acompañarlo. Jesús preguntó entonces a los Doce: “¿También ustedes quieren irse?”. Simón Pedro le respondió: “Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de Vida eterna. Nosotros hemos creído y sabemos que eres el Santo de Dios”».

Jesús había multiplicado los panes, indicando que la posibilidad de satisfacer el hambre de la gente pasa por el compromiso de compartir el pan. La generosidad vence el egoísmo y multiplica los bienes.

Pero el acontecimiento le sirvió también para abrir otro discurso: como necesitamos alimentarnos para la vida física, así necesitamos alimentar la vida en el espíritu, y Jesús mismo es el alimento, el “pan bajado del cielo”, para que todo el que lo coma “tenga vida para siempre”. Se ofrece a sí mismo, hasta la cruz, para que nosotros, aprendiendo de él, podamos repartir nuestro pan y hacernos pan para los demás. Es éste el sentido también del sacramento de la eucaristía, que él deja a sus discípulos durante su última cena.

La propuesta de Jesús es totalmente contraria a las expectativas de la gente. Los adversarios de Jesús se le oponen repetidamente. Pero al final es también un grupo importante de discípulos que la rechaza. La multiplicación de los panes había despertado en ellos los sueños de poder, la esperanza de un mesías glorioso y triunfador, y por eso habían confabulado con el intento de hacerlo rey. En cambio, él ahora viene con la idea de servir y de ofrecer la vida misma para hacer crecer la vida en el espíritu. La humillación de la cruz sería la “glorificación” de Jesús y su regreso al Padre. Son dos proyectos opuestos: uno inspirado en una visión de una vida encerrada en sí misma, en sus intereses y en su egoísmo y ambición, que Jesús llama “carne”; y uno abierto al “Espíritu”, al amor, a la entrega de la vida: un proyecto excluye el otro.

Con firmeza Jesús declara: “El Espíritu es el que da Vida, la carne de nada sirve”. El hombre es sólo “carne”, si no es animado por el Espíritu. Las palabras de Jesús son “Espíritu y vida”, y hace falta definirse si se quiere acogerlas o rechazarlas, aclarar las verdaderas motivaciones del seguimiento de Jesús.

“Muchos de sus discípulos”, de sus mismos seguidores, le dicen “no” a Jesús, no le dan su adhesión: “se alejaron de él y dejaron de acompañarlo”. Es demasiado exigente su propuesta: “¡Es duro este lenguaje! ¿Quién puede escucharlo?”. El texto del evangelio hace pensar que el problema se da también en las futuras generaciones de discípulos. Juan refleja la experiencia de su comunidad.

Frente a la grande deserción de muchos, Jesús no flexibiliza las exigencias. Está dispuesto a quedarse solo, como se había quedado solo, huyendo a la montaña, cuando quisieron hacerlo rey. No hay alternativa a su propuesta de servir y amar hasta la entrega de la vida.

La pregunta de Jesús a los Doce es sin hesitación: “¿También ustedes quieren irse?”: plenamente libres de seguirlo o no. Es posible que en el corazón mismo de la comunidad haya quien se resiste, quien ofrece un seguimiento sólo exterior, quien está dispuesto a la traición, tal vez con un aparente gesto de cariño: “Judas, con un beso entregas al Hijo del Hombre”.

Lo seguirán sólo los a que el Padre se lo concede: “Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque, ocultando estas cosas a los sabios y entendidos, se la diste a conocer a la gente sencilla”. Simón Pedro hace una confesión de fe, que no es sólo personal. Es la confesión de la comunidad de los verdaderos discípulos de todos los tiempos: “Tú tienes palabras de Vida eterna”. No hay otro camino para la vida. Jesús es el camino.

Fuente: LA PATRIA
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