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Domingo 19 de agosto de 2012

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Cultural El Duende

EL MÚSICO QUE LLEVAMOS DENTRO

19 ago 2012

Fuente: LA PATRIA

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Chavela Vargas

Hace poco, en Cuernavaca, México, murió la gran Chavela Vargas, una de las cantantes mayores de la historia de la música de nuestro continente. A modo de sentido homenaje a esta mujer que nos enseñó tanto, El Duende reproduce un fragmento del último capítulo de su autobiografía titulada Y si quieres saber de mi pasado, en el que habla de Catrina que, en buen mexicano, es la muerte.

Los amigos se enfadarán conmigo aquí. Cada vez que nombro a Catrina, a la pelona, cambian de conversación, miran hacia otro lado, o me dicen que coqueteo con las enfermedades, o cualquier otro cariño:

–La pelona quiere que sigas cantando –me dice Joaquín.

–No –me grita Elena–, de eso no hables. Tú hablas de eso con mucha ligereza y a mí no me gusta. Ya lo sabes.

O el médico. Es un médico con mucho prestigio en México, no quiere quedar mal.

–Doctor; estoy más que harta. Quiero irme.

–Usted no se va a ninguna parte. Usted se queda aquí porque usted es Patrimonio Nacional y tiene que quedarse aquí.

–Bueno –le contesto–. Está bien. Vamos a apostar a ver si me voy o me quedo.

En fin, son jóvenes. Tienen toda la vida por delante. Y creen que me da miedo la muerte. Lo diré ahora y ya no lo repetiré en adelante: no me da miedo al muerte; me aterra el dolor y me pesan los recuerdos. No sé cuántas veces les he asegurado, amigos del alma, que no es la muerte la que mata, sino los recuerdos. No hace mucho que murió un personaje muy importante en España, un escritor, creo, y vi en la televisión que decía: ¿Miedo a la muerte? No, en absoluto. Es una vulgaridad. Todo el mundo se muere; lo lleva haciendo la gente desde el principio de la Humanidad. Es una forma de afrontarlo, desde luego. Cuando hablábamos Joaquín Sabina y yo, hace unos meses, le dije:

–La verdad, Joaquinito, me da coraje. Voy a morir como santa. No tiene ningún chiste, no va conmigo. Ése no es mi estilo. Yo debería morir sentada en una cantina, recordando mis años pasados. A todo el mundo se le cae el pelo, todo el mundo se voltea a ver cuándo yo voy a beber otra vez. Yo no sé por qué les da tanto miedo.

Además, muy a menudo olvidan mis amigos españoles que yo vengo de América. Vengo de México, y en México la Catrina es casi una amiga. ¿En qué quedamos, pelona? ¿Me llevas o no me llevas? Eso le preguntaba el borracho a la Catrina, cuando decían que se iba la muerte cantando por toditas las cantinas. Pues eso le voy a decir yo: Si quieres nos vamos: deme usted la mano, señora, y nos vamos. Cuando estemos tomando tequila y chacoteándonos de todo. La Catrina es una señora muy elegante… siempre va muy bien arreglada.

En México –disculpen los mexicanos, pero lo tendré que recordar porque mis amigos de España tienen esa cosa trágica con la muerte…–, en México, digo, la muerte es un juego, un juguete. ¿Es que no han visto que hacemos figuras en papel con calaveras? ¿Es que no han visto que hacemos dulces y pasteles con la imagen de la muerte? Pues han de saber que el Día de los Difuntos es una fecha muy especial en México y que es muy divertido. Si hasta los velorios son como fiestas. Les contaré algo que tal vez no conozcan.

Cuando yo vivía con Diego de Rivera y Frida Kahlo, el maestro me dijo un día que teníamos que visitar el cementerio de Janitzio en la isla de Pátzcuaro. Está en Michoacán. Es el cementerio más hermoso del mundo, frente al lago. Allí van las gentes y, durante la noche, pueden verse cincuenta mil luces encendidas. Es un espectáculo que apenas puede describirse. Los deudos llevan flores, pero sobre todo llevan comida y bebida. Como los muertos no pueden con tanta cantidad de tequila y dulces y frutas, los vivos dan buena cuenta de ello.

–No, manito, si se lo comen los muertos…

Se lo comen los vivos. Últimamente he sabido que aquella zona se ha convertido en lugar turístico, y que el acontecimiento recibe el nombre de Festival de Todos los Santos. Cuando yo lo visité, hace cincuenta años, no era tan conocido, y Diego pasó la noche tomando apuntes, preguntando por la comida, anotando algunos rasgos de la artesanía popular… Así se afronta la muerte en México.

Al diablo también le va remal en México. Lo pintan de colorado, y tiene premio quien le quita el cuerno o el rabo.

Por eso, cuando nos morimos, es ridículo que lloren por nosotros. El espíritu mexicano juega con los muertos, y juega con la vida y la muerte. Más bien vamos a reírnos todos; cuando en las fiestas de Todos los Santos estamos rodeados de imágenes y caricaturas de la muerte, nos sentimos bien, muy bien. Es la vida mexicana, mi vida, y es también belleza. He visto figuras de calaveras formando una orquesta… Creo que fue en el museo de mi amiga Dolores Olmedo: allí estaban los esqueletos tocando sus instrumentos. ¡Un orquestón! Estaban así, con los ojos vueltos, porque estaban hasta la madre de borrachos, bizcos del cuete que traían.

La vida también es eso. La muertes una parte inexcusable de la vida, vivimos rodeados de muerte y hemos de afrontarlo sin miedo, con valentía. Así lo siento. Amo la vida, por eso no desespero ante lo que inevitablemente ha de ocurrir y no me molesta ni me enoja hablar de ellos. ¿Para qué me voy a hacer la tonta? Jugar con la vida es una forma de olvidar el dolor. El dolor pasado, el dolor presente y el dolor futuro probablemente también.

Y sí: me gusta la vida. Soy muy vital. Soy fuerte y me gusta ser alegre, aunque disfrute con la dulce tristeza de las canciones, de la melancolía o los recuerdos. He vivido y viviría chacoteando con las cosas. Porque tengo un espíritu risueño. Soy, como muchos amigos míos, un cómico de la vida. La vida es cómica, ¿no les parece? Y deseo vivir la vida como siempre; disfrutándola y apurando todos los vasos. Cada rincón del mundo he visto, cada pliegue del alma de los hombres he visto, cada mirada de las mujeres he visto. He conocido mucho y he visitado todos los corazones allí donde me han abierto las puertas.

Fuente: LA PATRIA
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