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Domingo 19 de agosto de 2012

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Cultural El Duende

Omeros

19 ago 2012

Fuente: LA PATRIA

No sé precisar cuándo leí por primera vez Omeros del poeta de la isla de Santa Lucía, Derek Walcott. Lo que sí sé es que lo hice en un ejemplar prestado. Se trataba de la única edición en español de la que tengo noticia del monumental poema. La de Anagrama en traducción de José Luis Rivas; 449 páginas de una impecable edición bilingüe en un tomo amarillo con una evocadora imagen en la portada que muestra a una barca de pescadores en la cegadora claridad del mar Caribe.

Algunos años después, me compré el libro en Buenos Aires y, un par de años después lo perdí. Hace poco más de un año volví a encontrarlo en un olvidado rincón de una estupenda librería ubicada en las callejuelas que se entretejen en la parte posterior del mercado de la Boquería en Barcelona.

Entre tanto yo había podido releerlo varias veces, gracias a que en la biblioteca del Centro de Documentación en Artes y Literaturas Latinoamericanas CEDOAL de La Paz , existe un ejemplar que, de hecho, fui yo quien por encargo suyo, lo había traído de la Argentina.

No quiero referirme aquí a ese magistral poema cuya lectura recomiendo con ilimitado entusiasmo, por ser, sin duda alguna, una verdadera obra maestra de la poesía contemporánea. Quiero en cambio algo mucho mejor, compartir las palabras de que autor vertió sobre él en una entrevista que le hizo el gran poeta mexicano David Huerta y que se publicó en la revista Letras Libres hace más de diez años.

David Huerta: Hábleme de Omeros.

Derek Walcott: Me levantaba en la mañana, como si tuviera que escribir una novela o pintar. Tenía un trabajo. Y eso fue la parte más feliz del libro. Sabía que por mucho tiempo que me llevara, tenía por qué despertarme en la mañana. Finalmente llegué a un diseño, y comencé a sentir el diseño, a sentir que quería un verso que fuera largo como el horizonte, y quería que ese verso se sintiera como, digamos, que si llegara el viento, lo alteraría. No quería la forma del cuarteto, que por el aspecto que tiene sería un bloque; quería un poco más de aire. Le quité un verso para dejar tres, pero entonces el diseño también era la tersa rima, más o menos. El verso largo, como saben, cruza dos lenguas distintas, pero para nosotros en inglés el verso largo te da más cesuras. Así que al hacerlo lo que sentía era que podía descansar; puedes descansar en medio del verso o parar el verso nada más como en una breve ficción, porque lo puedes retomar. Y pensé: “Está bien. En términos del homenaje, estoy en el Caribe, estoy viviendo en un archipiélago, estoy en la lengua inglesa”. Y el paisaje sobre el cual estoy hablando tiene islas, tiene tormentas, tiene todos los elementos de un archipiélago. Mi intención nunca fue traducir a Homero al Caribe. Eso sería un desperdicio de tiempo, porque la cosa sería demasiado literaria. En otras palabras, escribir una épica literaria no era, para mí, algo visionario, era elevar el riesgo. Nadie escribe para elevar el riesgo, a menos que seas un gran poder, a menos que seas un Virgilio, y a menos que el lugar del cual vienes tenga un poder mítico. Entonces puedes ver el destino. Lo puedes hacer porque tienes un país muy grande: el destino de México, el destino de Italia. Porque puedes heredar la condición de poeta épica por la escala y el poder de tu país, porque puedes decir “Yo tengo esa calidad de profecía e historia que tiene una épica estandarizada”. ¿Qué poder tiene una isla en América? Ninguno. Así que no tiene un destino épico. Los únicos héroes que podría tener fueron, o son, los que salieron y llegan por el mar, los valientes que salen y hacen lo que hicieron, y en ese sentido no están saliendo a la guerra porque posiblemente van a estar en guerra con la naturaleza, con sus huracanes, y por tanto tienen…

David Huerta: La vastedad del mar.

Derek Walcott: Ésa es la lucha mayor de la épica; la naturaleza del mar. (…) Ésa es la cultura de la que soy, y todo lo que sé en términos de sentimiento, mi educación y las asociaciones que estaban allí, llegaron por esta razón: el hecho de que Santa Lucía se llamaba la Helena de las Antillas Menores, por su belleza. Pero también por el número que cambió de manos en distintas batallas.

Benjamín Chávez

Fuente: LA PATRIA
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