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Domingo 19 de agosto de 2012

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Revista Dominical

La verdadera comida

19 ago 2012

Fuente: LA PATRIA

Por: Bernardino Zanella - Siervo de María

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Muchos limitan sus intereses únicamente a las cosas materiales, y creen sólo en lo que pueden ver y tocar.

Jesús nos propone una visión de la realidad que integra la dimensión material y la espiritual: la material, con sus características de necesidad y de precariedad; la espiritual, con su proyección definitiva, más allá del tiempo.

Leemos en el evangelio de san Juan 6, 51-59:

«Jesús dijo a los judíos: “Yo soy el pan vivo bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá eternamente, y el pan que Yo daré es mi carne para la Vida del mundo”. Los judíos discutían entre sí, diciendo: “¿Cómo este hombre puede darnos a comer su carne?”. Jesús les respondió: “Les aseguro que si no comen la carne del Hijo del hombre y no beben su sangre, no tendrán Vida en ustedes. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene Vida eterna, y Yo lo resucitaré en el último día. Porque mi carne es la verdadera comida y mi sangre, la verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y Yo en él. Así como Yo, que he sido enviado por el Padre que tiene Vida, vivo por el Padre, de la misma manera, el que me come vivirá por mí. Este es el pan bajado del cielo; no como el que comieron sus padres y murieron. El que coma de este pan vivirá eternamente”.

Jesús enseñaba todo esto en la sinagoga de Cafarnaúm».

Al inicio del evangelio de san Juan, encontramos la indicación que el Verbo de Dios, la Palabra, “existía al principio junto a Dios”, y en Jesús “la Palabra de Dios se hizo carne y habitó entre nosotros”. Este mensaje, que nos recuerda como Jesús une la condición divina y la hace “carne” en la condición humana, se complementa con una nueva declaración: esa “carne”, esa humanidad en que habita la divinidad, se ofrece como alimento para la vida del mundo. El episodio de la multiplicación de los panes encuentra en esta afirmación su plena explicación. Todos pueden conseguir en Jesús, en la comunión con él y en la apertura a su enseñanza, el pan que alimenta su vida para siempre.

Evidentemente no se trata sólo de la vida física. El discípulo y la discípula de Jesús experimentarán, como todos, el destino común de la muerte física, pero la vida que Jesús transmite y alimenta va más allá de la muerte y es para siempre. La verdadera vida Jesús la ofrece al mundo ofreciéndose a sí mismo, su persona, su “carne”, hasta la entrega total en la cruz.

La imagen de Dios que Jesús manifiesta, un Dios metido en la vida del hombre, en su realidad y en su historia, no puede ser aceptada por sus adversarios. En un primer momento “murmuraban”, como sus antepasados en el desierto del primer éxodo, rechazando la pretensión de Jesús que se había declarado “bajado del cielo”. Ahora “discuten entre sí”, preguntándose: “¿Cómo este hombre puede darnos a comer su carne?”.

Ellos mismos darán la respuesta, con la condena a muerte y la crucifixión de Jesús. Él ofrece su carne y su sangre, acepta la muerte en una entrega extrema de amor, para abrir a la humanidad un camino de vida permanente según el Espíritu. Experimentando ese amor, asimilándolo como una comida: “mi carne es la verdadera comida y mi sangre, la verdadera bebida”, los hombres podrán reproducirlo en sí mismos, repartiendo el pan y haciéndose pan para la vida de todos.

En el lenguaje del evangelio de san Juan, se puede entrever claramente la praxis sacramental de la comunidad: en la eucaristía la comunidad revive la experiencia pascual de Jesús y acoge el don del Espíritu, que la habilita y la compromete a realizar en su vida la misma entrega en el amor. La intimidad de comunión entre Jesús y el Padre se extiende al discípulo que se identifica con Jesús: “el que me come vivirá por mí”. De este alimento, recibirá la fuerza para realizar el nuevo éxodo de una plena humanización.

Fuente: LA PATRIA
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