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Domingo 05 de agosto de 2012

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Cultural El Duende

Desde mi rincón

Sabine MacCormack

05 ago 2012

Fuente: LA PATRIA

Francfort, 1941 – Notre Dame, 2012 • TAMBOR VARGAS

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En junio acaba de fallecer inesperadamente la investigadora Sabine MacCormack. Su desaparición nos apremia a dedicarle este breve texto, ya que nadie –que yo sepa– antes, cuando vivía, lo ha hecho.

Cuando ya tenía conocimiento de algunos de sus concienzudos trabajos sobre la trama intelectual de una serie de temas andinos, ambos coincidimos en Sucre, donde yo residía desde años atrás y adonde ella vino a investigar durante un año. Sólo desde entonces puedo decir que hubo entre nosotros dos una verdadera relación.

Gracias a ella pude conocer algunos detalles de su vida: nacida en Francfort en plena guerra mundial dentro de una acomodada familia judía, no tardó en salir ‘exiliada’ hacia Gran Bretaña. Allí fue escolarizada y luego estudió filosofía y letras clásicas en la afamada universidad de Oxford, por la que no se doctoró hasta 1975; al casarse con un ‘local’ se despojó de su apellido paterno; pero cuando se divorció del británico mantuvo el que los usos anglosajones asignan a las casadas. De ese matrimonio mantuvo por largo tiempo a su lado una hija.

Sabine comenzó su aventura intelectual interesándose por los autores clásicos latinos y los cristianos de los primeros siglos (con una marcada predilección y familiaridad por San Agustín); después, fue añadiéndoles los medievales. No viendo posibilidad de estabilizar su situación académica en la que ya se había convertido en su segunda patria, como tantos otros fue a dar a los Estados Unidos, que por sus dimensiones parecería poder siempre dar cobijo a cualquiera que llegue a sus playas. Cambió de contexto laboral; pero fue para nosotros más importante que también reorientó sus intereses: si hasta entonces Momigliano había sido uno de sus ‘maestros’, ahora empezarán a serlo Rowe y Murra. En estos nombres y en lo que simbolizan podemos ver retratado el giro que dio a su trabajo, obligándole (sólo en parte) a un nuevo comienzo.

En efecto, desde su aterrizaje en Estados Unidos se propuso fijar su mirada analítica en el mundo andino colonial; pero no como una más entre los numerosos especialistas que ya existían y seguían surgiendo, sino con un muy marcado toque personal: se propuso poner a la vista la huella clásica y cristiana en los acomodos que el régimen colonial impuso a la antigüedad andina. Para ello disponía de una envidiable ventaja sobre la mayoría de sus nuevos colegas: dominaba los presupuestos occidentales antiguos y medievales; la otra mitad (la antigüedad propiamente andina) se la fue apropiando con un esfuerzo y una dedicación verdaderamente dignos del estereotipo germánico. Y sin prisa, pero sin pausa, empezó a dar a conocer los frutos de su nuevo campo de estudio (entre ellos, para nosotros de una muy particular significación, el estudio dedicado a fray A. de la Calancha).

Por su preparación y su dominio de las herramientas, no podía tardar en destacar. Publicó más artículos que libros; entre éstos, nos interesan especialmente dos: Religion in the Andes: Vision and Imagination in Early Colonial Peru (Princeton University Press, 1991) y On the Wings of Time: Rome, the Incas, Spain and Peru (Princeton University Press, 2006). En unos y otros pronto se hizo evidente un nivel de interpretación y correlación de lo que todos sabíamos con sus raíces europeas, prácticamente desconocido hasta entonces. Y por este camino no le fue demasiado difícil conseguir becas de investigación, invitaciones, posibilidades de publicación y distinciones académicas.

Pero ahora, a sus 70 años de edad, cuando cabía pensar que en la Universidad Católica de Notre Dame por fin había encontrado lo que se había pasado la vida buscando (aquella sutil y lábil combinación de enseñanza y estudio, además del contacto con un alumnado curioso y exigente), la muerte ha interrumpido abruptamente su existencia y, con ella, su trabajo y sus proyectos.

Se ha ido, pero nos queda para siempre su legado tangible y accesible. Sin embargo, éste desde siempre ha venido sufriendo las consecuencias de su carácter radicalmente exótico en el ambiente de los estudios andinos. Simplemente porque dicho ambiente carecía de la imprescindible familiaridad con el milenio largo que en Europa había precedido a la caída del Tawantinsuyu a manos de las huestes de Pizarro; y con sus múltiples relaciones de recepción y choque de ideas, concepciones, prácticas, ideales entre la tradición europea y la andina. Esto todavía quedaba más acentuado si limitamos el panorama a los especialistas de las propias tierras de los Andes (Ecuador, Perú y Bolivia). No sólo es una cuestión de falta de conocimientos, sino más propiamente de intereses y curiosidades. Aquí ha solido predominar la obsesión por la ‘originalidad’, la ‘originariedad’, la ‘insularidad’; MacCormack, en cambio, ponía el acento en las influencias, los contactos, las largas continuidades, los mestizajes resultantes, las influencias subterráneas. No es que pretendiera afirmar que los Andes coloniales fueron sin más una extensión del Occidente cristianizado; pero ha muerto habiendo demostrado sobreabundantemente que quien no tome en cuenta el trasfondo intelectual occidental no podrá explicar con solvencia una buena parte del pensamiento colonial andino.

Éste ha sido su combate. Y quien lo acepte en sus términos propios, no podrá ver en él una guerra coronada por el laurel de la victoria, sino una siembra que por largo tiempo seguirá esperando una condigna germinación. Y así podremos comprender que, entre nosotros, no haya salido todavía de un connotado anonimato. Como mucho, unos pocos sabían de su existencia y, acaso, del título de algunos de sus trabajos; o muy borrosamente, de sus temas.

El caso y la trayectoria de Sabine MacCormack nos invita a una poco afable lección: la de tomar nota de nuestras propias indigencias que se han interpuesto y han impedido un aprovechamiento libre de los hallazgos de MacCormack. Y aquellas carencias nos conducen a sus verdaderas causas. No es que andemos escasos de juveniles inteligencias, teóricamente prometedoras; lo que suele impedir el paso de la semilla a la espiga pertenece al área de los instrumentos que habrían de poder transformar las incipientes promesas en realidades adultas: lo que se refiere tanto a la adquisición de los conocimientos (las sucesivas fases del sistema educativo) como a la transformación de las capacidades adquiridas en realizaciones profesionales. Léase: las instituciones capaces de sostener la trayectoria de una vida de investigación.

Y sería deshonesto callar que, dentro de esas carencias, disfunciones o como se las quiera llamar, ya de por si graves, últimamente se ha venido a añadir otra: la que se deriva de una desequilibrada ‘fijación’ en el autoctonismo; y agravada, todavía, con la simétrica satanización de cuanto sea, parezca o se imagine como ‘colonial’. La suma de ambos factores (el estructural y el coyuntural) basta y sobra para que a corto y mediano plazo resulte inviable la superación de las aludidas incapacidades o limitaciones. Naturalmente, la obra dejada por MacCormack sólo puede entenderse y aprovecharse situándose en las antípodas de las mentadas fijación y satanización.

Y quien no se deje obsesionar por los plazos temporales, podrá reconocer que cuando aquí se hayan creado las condiciones necesarias, el método de trabajo y los resultados acumulados de Sabine MacCormack seguirán esperando para fecundar la busca de explicaciones de incógnitas y enigmas. Y quienes entonces lo vivan podrán rendirle el homenaje de agradecimiento que ahora necesariamente resultaría impertinente y, por ello mismo, artificial: equivaldría a homenajear lo que se desconoce, que es tanto como decir: practicar el filisteísmo.

Fuente: LA PATRIA
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