El nuevo liberalismo norteamericano y su raigambre totalitarista
03 ago 2012
Por: Adhemar Ávalos Ortíz
Barack Obama ingresó al escenario de Estados Unidos con un discurso supuestamente democrático, el que intenta ser depositario de un nuevo liberalismo, viejo y carente de las virtudes del “New Deal”, o sea el nuevo trato, que afrontó una crisis sin precedentes en la historia del país del Norte y lo sacó del hundimiento aún a costa de producir armas y aventuras para el despojo.
El nuevo proyecto encabezado por un mestizo, medio africano y parcialmente blanco, muy inteligente a propósito, es deleznable porque recurre a procedimientos totalitarios de dominio del mundo y, además, porque ningún presidente de la nación yanqui (aunque lo de nación es muy discutible) decide por sí mismo. Lo novedoso es que Estados Unidos no quiere intervenir en su patio trasero (Latinoamérica, pero nunca Bolivia por no ser tan importante para los ególatras de Washington) ni tampoco en zonas calientes tradicionales como Afganistán e Irán, lo hizo parcialmente a grandes costos que no redundaron en beneficios. Pero intervino en bastiones laicos y aceptablemente democráticos, desde el punto de vista religioso, como Libia y Siria. Se está llegando al punto de que ningún cristiano, ateo o budista puede circular tranquilamente por media África o una parte de Asia. Así no se resolverán los problemas acuciantes económicos y políticos en la superficie, pero fundamentalmente filosóficos. Y la religión por más soberbia o buena que sea no escribirá un sendero positivo, solamente la razón de la ciencia.
En realidad, los demócratas de vieja estirpe, recordemos a John Kennedy y a sus hermanos Robert y Edward, se aplazaron en la resolución de problemas grandes como la confrontación con Cuba o la Guerra de Vietnam y recurren al viejo instrumento de la intervención militar cubierta de un “halo de protección de los derechos humanos”, cuando desde George Washington, y antes, nunca les importaron, demostrando que son más republicanos en esencia que sus enemigos políticos. En algunas ocasiones, muy pocas, fueron eficientes, pero mayormente no. Los republicanos resultaron supuestamente peores, pero en circunstancias difíciles no. Los demócratas apelaron a la destrucción de Vietnam en los años 60’s, pero los republicanos supieron retirarse después de que se provocó la muerte de un millón de vietnamitas y 55 mil norteamericanos de trasero blanquito o un poco negro como diría Jaime Paz Zamora con respecto a Gonzalo Sánchez de Lozada. Son malos en el discurso, pero los demócratas son mucho más eficientes en política, no tanto en economía.
Ahora, una nueva tendencia liberal se pasea por los pueblos de Estados Unidos, proclamando que resolverá graves problemas, de Latinoamérica ni hablan porque sigue siendo su patio trasero y a pesar de que la tienen metida en el ojo. Barack Obama, en este contexto, es un hijito complaciente del “establishment” (o sea realidad consolidada desde el poder, pero no para construir justicias, sino para pervertirlas). Ni así, las reformas teóricas, políticas y económicas, son suficientes para cambiar un cuadro negro, un sistema aplastado por la brutalidad que ha liquidado su consumo de mercancías, atentando contra el propio capitalismo que si no vende muere. Nunca Marx tuvo tanta razón, ni siquiera en 1848. Si no hay consumo de bienes e ideas, además de servicios, la producción languidece y lleva a crisis crónicas que no se deben resolver por el tema de financiar las irresponsabilidades de los bancos.
Los norteamericanos pretenden, muy soberbiamente, solucionar sus asuntos en base a la construcción de un nueva hegemonía, pero ya no lo hacen personalmente, arrastran a potencias desflorecidas (Inglaterra y Francia) y a países de Europa Oriental que se construyeron a patadas con un despojo terrible de recursos de todo el pueblo (por ejemplo Polonia y Lituania, además de la República Checa y los regímenes putrefactos de la periferia ex-comunista).
China, al igual que la India, son potencias económicas y políticas. No obstante el “nuevo liberalismo” recurre a recetas viejas para problemas nuevos y comete un serio riesgo de fracasar porque se aleja de tendencias razonables. La historia marcará su derrota fatal, necesaria pero peligrosa porque puede arrastrar a todo el mundo en su aventura oportunista.
(*) Politólogo
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