Martes 24 de julio de 2012
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A pesar de encontrarse haciendo retiro, el Maestro recibió la visita de un monje que se postró a sus pies pidiéndole perdón por invadir su silencio. El Maestro lo acogió porque lo percibió atormentado y le preparó una taza de té especiado a la manera india, con toda la calma. Sólo después de haberlo tranquilizado, se sentó en su cojín y le invitó a desahogar su corazón.
- Maestro, ¿de dónde proceden las raíces de tu sistema filosófico? Aunque asentado en el Tao, sigues las normas de Confucio y practicas el Budismo mientras que todos nos damos cuenta del respeto con el que tratas a los sufís y lo desconcertados que nos dejas con las extravagancias de algunos Mulás. ¿Se trata de un sincretismo o es que todo te da igual porque has descubierto la nada y el absurdo que nos gobiernan?
El Maestro cogió un hermoso melocotón de aterciopelado color ambarino y con un aroma penetrante y se lo dio para que lo comiese, mientras que el Maestro hacía otro tanto. Al principio, el monje intentó comerlo con mesura, pero era tanto y tan rico el jugo del melocotón que imitó al Maestro que se relamía con lo que desbordaba por la comisura de sus labios. El monje se acomodó y juntos dieron cuenta de una buena cantidad de melocotones que competían con las luces que entraban por la baranda en ese atardecer de otoño.