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Domingo 22 de julio de 2012

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Cultural El Duende

Estudio científico sobre los duendes

22 jul 2012

Fuente: LA PATRIA

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Los personajes

Hay muchos tipos de duendes en el mundo. Desde los caseros hasta los exóticos. Están los cobrizos de las tierras altiplánicas del Nuevo Mundo y los de rubicundos pómulos de los Urales. Unos son mendigos, otros devoran diamantes. Los que viven solitarios dentro de los hornos de las abuelas aimaras, los que sólo comen las uñas que crecen vertiginosamente, los que se alimentan de sal en las cavernas submarinas.

En todo el globo tienen caracteres distintos, que dependen de lo que meditan. Hay los que reflexionan acerca de la muerte y ante la muerte de los humanos; otros, son consejeros y maestros en conventos ortodoxos y en las cumbres de los lamas. Es fácil de entender que el ascetismo los ha formado virtuosos, y por eso son depositarios de fe y proveedores de cuestionamientos, que susurran en los oídos de la gente dormida, y cuya sabiduría les permite orientar gracias a la experiencia acumulada. Es la forma de acercar mágicamente lo sagrado y lo profano.

La rispidez de la cara les exige replantear sus conceptos de estatismo o temor creado. Por otra parte, individuos depresivos les han atribuido la antropofagia, porque algún mito repetía que los sacrificados ganaban una encarnación divina que prolongaba la vida, aceptando que el cuerpo inerte, cuando pierde el ánima, despierta una cualidad vivificante. Los duendes saldrían de la subtierra para devorar carnes, arrancar al cuerpo de los sucesos trillados, eludir el ordenamiento de la realidad y la nulidad de las cosas inmóviles. Por obra de ellos, las afinidades enigmáticas de la gente producen conmociones.

Y como el mundo es así de incongruente, muchas personas experimentan la gran desilusión ante el duende, cuando se dan cuenta que no es el pícaro, que origina fechorías e ideas raras que desean iluminar caminos sicodélicos.

Aplicaciones científicas

Hacemos el estudio científico de estos consanguíneos equivocados de los demonios, pero que son mansos porque su paz está en su ritmo interior, que les permite presentir las cualidades humanas superlativas, admirarlas porque tienen trascendencia, e imitarlas porque son los resultados positivos de los humanos. Además, a veces curan, a veces profetizan, pero siempre ensanchan la hidalguía de los vecinos. Por otra parte, este espécimen puede asimilar estrechamente las cualidades intelectuales de la “víctima” adquiriendo el papel de mentor. Devorar los libros es una forma metafórica de canibalismo, y para ser maestro debe estudiar las ideas y el elemento siempre presente de las polémicas de los seres dotados de razón para transmitir –expresión enmascarada de todos los colectivismos: la comunicación– secretamente a los otros.

Ésta es la tarea de los duendes: ganar a los seres para la bondad, inyectándoles la capacidad de sorprenderse, no le puede quedar la sensación de vacuidad de su horno o de su desván adonde el destino llega pero fugazmente. Quiere emplear aquellas conciencias para darles dictados nuevos.

En la posición fetal de su cavilación, el sombrero metido hasta las cejas, con la barba en punta, la respiración entrecortada y ahorrativa, la oscuridad que mece los pensamientos, la piel de papiro no resquebrajado, el tiempo que se hace ovillo detrás del esfenoides, espera que sus preceptos estén listos, para acercarse a un elegido y enseñarle que la introspección sirve para definir imágenes sobre tierra fértil y sepultar costumbres. Cada uno de estos entes pueden salir de tiempo en tiempo, o, los más activos, aparecen cada noche y van deletreando sus consejos o sus fijaciones en el conducto auditivo del huésped que al día siguiente cree haber soñado. Con sus mensajes hacen que los seres se confronten, se estudien, descalifiquen, o rebauticen; el cuestionamiento es repasar la vida, para reflexionar acerca de la dignidad de la muerte, de los acontecimientos, de los gestos. Las ensoñaciones aventuran en universos ignotos que sólo pueden explorar los dotados; asimismo, descender a los territorios subterráneos, para emerger después con coloridos de otros mundos; en este proceso, sedimentan en los espacios para hallar conciencias en los estratos profundos.

Los duendes quieren que los elegidos enjuicien lo que encuentran a su paso. Leer las palabras, vislumbrar la trama, la crudeza del desafío, las enseñanzas establecidas en el ambiente. Les facilita la realidad vulnerante del silencio pertinaz que hiere cuando no se puede hablar pero sí testimoniar en frases tejiendo los recuerdos sin descoser los actos bochornosos.

En Oruro hay un duende que se complace dialogando con la materia, por eso mora en los socavones, y con su habilidad logra que la estética de los hombres no se entierre, más bien gane los aires –no hay asfixia si sale el hálito– para fortalecerse por momentos, y otros, desvanecerse para repensar algunos temas; no quiere vaticinar las desgracias venideras, más bien legar una afición especial por los sentimientos nobles. Es de carácter intelectual, por lo que carga en su morral lo que es ética y filosofía, lo que es justicia y entereza, lo que es una literatura rigurosa y provocadora, lo que es evolución de los recursos poéticos, pensando en las renovaciones del duro vivir. Concorde con su mandato hereditario aparece cada quince días enseñando un comportamiento excepcional. Si se quiere, increíble, porque es parte de un ilusionismo metafísico. Como parte de su constitución brinda unas páginas para que los elegidos puedan llenarlas con sus propias producciones, nacidas en el acervo del mismo duende.

La obra ha sido la de descubrir a los intelectuales de la reflexión precisa, el manejo simultáneo de conceptos filosóficos y del lenguaje; lo que, a diferencia con la tradición intelectual predominante promueve activismo, pues no hay espacio para los sentimentalismos perecederos sino el indeclinable trabajo de mover las maquinarias imaginativas que dan lugar a encantamientos –denominados literatura– si es que son prodigiosos en estilo e innovadores en estructura.

Intuición en los sueños

La aparición periódica de El Duende se debe a la taumaturgia de Luis Urquieta, que a cada lapso se inquieta y abre páginas como receptor, impulsa a la empresa Zona Franca y a la rotativa de La Patria. Hace algunos años, cuando al inicio se calculaban los recursos primos, se abalanzaron a intuir los discursos sibilinos del hombrecillo del gran sombrero y los pantalones andrajosos los poetas Alberto Guerra, Edwin Guzmán y Benjamín Chávez que en medio de la trepidación social siguieron los mensajes escondidos de sus sueños.

Entonces ganó El Duende y ganó Luis Urquieta porque engendraron la profecía poética de que la justicia literaria llegaría al pueblo mediante las columnas de un suplemento que consentiría la lectura multifacética de las sorpresas quincenales imbuidas en las sensibilidades estéticas.

Es verdad que la literatura es el arte solitario, pero los autores comprendieron también la línea de pensamiento y hoy como ayer siguen preparando sus obras, con afán despiadado para alcanzar lo impecable, el valor de las frases sucintas, los enunciados ordenados, el respeto a la gramática y el repudio a la chabacanería. Saben que la lectura de El Duende educa al pueblo, porque el paradigma teórico –base del pensamiento– está en la frase impresa.

Lamentablemente los periódicos han optado por ahorrar espacios, minimizar la cultura, basarse en efectos alarmistas, y por eso los suplementos literarios han desaparecido, los que eran el alma de todo diario para ganar lectores y fomentar las letras adquirieron un carácter general, relegando las cuestiones de filosofía, ética, educación, literatura, etc. a un plano secundario.

En un tiempo anterior el ambiente físico condenaba al atraso, y las facultades intelectuales fueron martilladas sobre el yunque de la politiquería insulsa. Más tarde la lectura misma tuvo que ser contrastada; y para escribir actualmente hay que tener un juez que es el duende intelectual que rechaza, y por su intervención a los escritores deslucidos se les coartan los pensamientos, ya nada les induce inspiraciones. Sólo la disposición mágica de los entes superiores, aunque vivan escondidos, logrará que las ideas se coleccionen en cuadernillos grandes, de papel sábana, ilustrados, que servirán como una historia de los artículos portadores de ideas decisivas y apremiantes.

Para modificar la corteza terrestre y cerebral se necesita un sismo, por eso en este medio igualmente se dan opiniones encontradas, que son detonantes de intimidades, y los lectores serán más críticos, ubicarán técnicamente los errores, y denigrarán al autor que no obedezca las preceptivas literarias, porque la indeclinable fidelidad al sentimiento propio y a la estética es El Duende.

Alfonso Gamarra Durana.

Académico de la Lengua de la Historia.

Médico cardiólogo.

Fuente: LA PATRIA
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