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Domingo 22 de julio de 2012

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Cultural El Duende

Elogio de un pertinaz aparecido

22 jul 2012

Fuente: LA PATRIA

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El Duende fue durante algunos años una deliciosa y enriquecedora experiencia, una inolvidable faena, hasta que el azar me instó a zarpar a otras latitudes y ahí continuaron nutriéndolo otros hermanos de oficio –generosos y consecuentes hermanos. De ahí en adelante, fue su incondicional lectura, uno que otro artículo fugaz y la nostalgia por la nave que dejé cruzando el horizonte.

Aquella primera época del suplemento, junto a Alberto Guerra y Eduardo Kunstek nos turnábamos en la elección del material para el número emergente. Cada cual traía una experiencia propia de lectura y formación. Cada cual compulsaba sus dilecciones, visiones y compulsiones, y así iban emergiendo poemas, ensayos, textos, imágenes que se conjugaban para cristalizar en la puntual edición de los domingos.

Cortázar, Hilda Mundi, Julio Ramón Ribeiro, y una larga lista de opciones desfilaban ante nuestros ojos. De por medio –recuerdo– se avenían cómplices eventuales: el luminoso Jorge Zabala y el puntilloso Zeke Rosso con sugestiones y conversaciones interminables de las que emergían ideas y propuestas disímiles.

Los números conjugaban el aquende y el allende, es decir liábase generosamente la producción cultural local, nacional e internacional, bajo una concepción integral de las letras. ¿No era gratificante leer por ejemplo un texto de Eduardo Nogales con un ensayo de Emile Cioran en el mismo número? Es decir, ¿los escritores del terruño codo a codo con firmas de trascendencia universal? O, ¿enfrentar los esperpénticos dibujos de Topor avecindados con los poemas de Milena Estrada Sainz? Es decir, ¿la puesta en escena de un imaginario ácido junto a las palabras leves y diáfanas de la poeta? Heterodoxia, dialécticas creativas y pluralidad se dieron cita en El Duende, además de la danza performativa que suscitaba en la comarca y los puntos cardinales que tramaba con su periódica llegada.

De este modo, el Duende fue hinchando el vientre y abombándose bajo el sombrero. Su tono lenguaraz no cesa(ba). Número tras número, imperceptiblemente, fue precipitándose en el imaginario de un público que crecía y se complacía, incluso, más allá de nuestro venerable altiplano. Pertinaz, no cesó de trascender los años, y ya, al cabo, alcanzó el exorbitante número 500. Cifra exponencial, si de publicaciones literarias y culturales se trata.

Pero, ¿qué diablos pretende este mítico personaje al alcanzar ya sus 500 apariciones? Aquí evoco ese memorable debate de aquellos 60, cuando Sartre/Beauvoir junto a otros contertulios inquirían: ¿Para qué sirve la literatura? Pregunta, hoy, nuevamente actualizada y lanzada no sin connotaciones críticas y políticas, desde el libro-ensayo de Antoine Compagnon, una vez más: ¿Para qué sirve la literatura?

Un suplemento, por supuesto, no es un género literario per se. Más bien es un medio que tiene la función de divulgar y motivar la lectura de lo meramente literario o, en su caso, promover el acceso a diferentes campos de la cultura, desde las letras. Es también una lupa. De este modo, busca estimular el dichoso hábito de la lectura, el cual, como es sabido, es generador de placenteros estados de conciencia y lucidez. Espeta esa imaginación roída por la rutina, aguza nuestra sensibilidad que el tráfago de la repetición desgasta, fortalece y enriquece nuestro lenguaje.

Una publicación, así concebida, nos da la oportunidad de acceder a mundos insospechados de la mano de la imaginación, a escritores prestigiosos, a re/descubrirnos a través de nuestros intelectuales y creadores. Sobre todo, cuando en nuestro medio, todavía la literatura libresca es un fantasma inaprensible o un fetiche frente a la cual sólo caben el desdén o la mitificación ostentosa. Claro, con frecuencia la cultura literaria suele ser tangencial, de poca llegada, donde en muchos casos simplemente se rota ad nauseam sobre un manojo de manidos autores, salvo ventajosas excepciones. Y por supuesto –¡cómo obviarlo!–, en otro plano, sobre todo a causa del limitado acceso de las mayorías a ese aparato industrial atiborrado de precios, mercados, elitismo, esoterismo, tornándolo una muralla poco menos que infranqueable. Ergo: El Duende abre compuertas a la fiesta de las letras, hace que lo hermético se torne democrático, lo que sin duda es más edificante que la zarabanda televisiva y los turbiones políticos.

Saltando la barda, El Duende es uno de esos agujeros negros que nos conecta con esa otra materia de la que también estamos hechos: la exigencia de la perfección, la necesidad de inquirir, el deseo de nuevas búsquedas, el cultivo y la crítica de los valores, la propulsión de ideas, la capacidad de pensar con autonomía y es más, el deseo de mantener los ojos abiertos frente a un mundo que tiende a autofagocitarse y a desconocerse en lo esencial. De ahí es que se empeñe en abrir espacios de comunicación y de acercamiento, puentes plurales de doble vía; ya lo decía Steiner: la lectura sigue siendo el lugar por antonomasia del conocimiento de uno mismo y del otro. En fin, con la literatura, su materia prima, como una forma de felicidad y de tristeza, como un viaje hacia adentro y hacia afuera.

Más que el instrumento de una estrategia cultural o vainas burocráticas por el estilo, El Duende continúa siendo hijo de una pasión. Imposible haber sido alentado durante tanto tiempo al margen de la perseverancia, la convicción y el entusiasmo. En tal empresa boga ese excepcional substrato humano que lo hace posible, creíble e incondicionalmente leíble: Luis Urquieta, Erasmo Zarzuela, Benjamín Chávez y Julia Guadalupe García. Ellos, por supuesto, merecen un sincero abrazo; y al Duende, va un guiño cómplice, por su estatura y su incansable manía de agitar el caldero de la actividad cultural de Oruro y el país.

Edwin Guzmán Ortiz. Oruro.

Poeta y crítico de arte.

Fuente: LA PATRIA
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