En los últimos meses se ha acentuado la tendencia a la baja del precio internacional del petróleo, tanto el referente norteamericano (WTI) como el europeo (Brent). Incluso existen proyecciones de una caída del precio WTI hasta 50 dólares por barril. Esta tendencia va a contramano de las previsiones de los expertos y, como veremos, de los intereses de Bolivia, de modo que es útil analizar el origen de ese fenómeno.
Las causas son complejas y variadas. En primer lugar está la reducción de consumos por la recesión de la economía europea. Pero, por otro lado, Japón, a tiempo de reducir su generación eléctrica nuclear, ha incrementado las compras de hidrocarburos, mientras que China e India siguen creciendo, pero más lentamente. Finalmente los EE.UU. están viviendo una verdadera transformación energética, gracias a sus enormes reservas de gas (shale gas) y petróleo (shaleoil) no convencionales y hasta Israel, para no creerlo, se vislumbra como una futura potencia del shaleoil. En suma, la crisis europea es sensible pero no parece ser la única causa, ni la principal, de la caída del petróleo.
Una causa menor radica en los elevados niveles de almacenamiento de crudo de las principales economías, que ya no logran utilizar esas reservas al ritmo anterior a la crisis. Consecuentemente hay menos compradores de petróleo y el precio tiende a bajar, a no ser que se reduzca la producción. De hecho no se lo está haciendo. ¿Por qué?
Porque a los motivos antes expuestos parece sobreponerse otra causa coyuntural, pero muy relevante: la crisis de Siria. Siria no es un importante productor de petróleo, pero su crisis está siendo aprovechada hábilmente por Arabia Saudí, el mayor productor de petróleo del mundo. Entre los países que apoyan al agónico régimen de Bashar Al-Assad están Rusia e Irán, ambos grandes exportadores de petróleo. Una fuerte caída del precio del petróleo los afectaría sustancialmente - a Rusia más que a Irán -, de manera que Arabia Saudí, manteniendo su producción elevada, estaría obligando a Putin a flexibilizar su apoyo al régimen de Al-Assad. De hecho los resultados ya están a la vista.
En realidad, Arabia Saudí tiene razones más prosaicas que la solidaridad con los rebeldes sirios. Mantener el petróleo por debajo de los 80 $/bbl le permite inviabilizar, o por lo menos postergar, el desarrollo de proyectos de la “competencia” como la cuenca del Orinoco en Venezuela, el “pre-sal” de Brasil e inclusive el shaleoil destinado al mercado internacional. Al mismo tiempo, se está reduciendo la ventaja que el LNG ha tenido en los últimos meses ante el petróleo, desanimando el cambio de matriz energética en varios países. En suma, Arabia Saudí habría resuelto estratégicamente perder ganancias para no perder mercados.
Y Bolivia, ¿qué impactos recibe en este contexto político y energético?
Desafortunadamente hay más consecuencias negativas que positivas de una caída del precio del petróleo. Las positivas son la disminución de la factura por importación de diesel y otros combustibles. Las consecuencias negativas, aunque no inmediatas, tienen que ver con la disminución del precio del gas exportado, cuya fórmula está relacionada, en última instancia, con el precio del Brent. Obviamente, esa pérdida sería superior al ahorro del diesel: una razón más para resistir las intenciones de la argentina Enarsa de revisar el precio del gas contratado.
Ojala que YPFB esté consciente de esos riesgos y responda con la misma celeridad y dedicación con la cual sus ejecutivos suelen involucrarse en hechos de corrupción.
(*) Es Físico
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