La preparación, realización y elaboración de los planes de desarrollo departamental y municipales mantienen hasta ahora una lógica conformista y poco o nada cambia con relación a los proyectos denominados de “continuidad” que no resultan ser otra cosa que el seguimiento y ejecución de anteriores que se dilatan o simplemente quedan a medias por falta de presupuesto, mal cálculo de los costos y hasta falta de proyectos.
Los planes de desarrollo marcaron su época a partir de la planificación quinquenal, vale decir para ser ejecutados en cinco años durante una gestión considerada suficiente para llevar a cabo los procesos de licitación para la elaboración de los proyectos de prefactibilidad, factibilidad y ejecución, que sin embargo siempre faltó tiempo para su conclusión y muchas obras quedaron a media.
Al no conseguir los resultados esperados otros optaron por una planificación decenal, vale decir de 10 años y luego el cambio de autoridades dejó sin efecto el plan de desarrollo del antecesor calificando todo como insulso, falto de creatividad y hasta inútil, por lo que instruía la elaboración de un nuevo plan que además de consignar los proyectos de continuidad, se agregaban otros -muchas veces sin tener presupuesto- con tal de lograr un gran listado y demostrar que se quiere hacer obras.
Al final ninguna de las recetas fue eficiente y su aplicación dejó dudas porque siempre la llegada de nuevas autoridades puso de manifiesto las deficiencias y la no aplicabilidad de las líneas maestras de acción que lamentablemente tampoco fueron reemplazadas por otras más “inteligentes” que garanticen y optimicen el desarrollo regional, para alcanzar un crecimiento económico sostenible y sustentable.
Los planes o propuestas de desarrollo, en una mayoría, contienen datos interesantes sobre los niveles de producción, exportaciones, crecimiento económico, pero sin definir empero cuál será la línea de crecimiento y desarrollo, cuáles son las nuevas vocaciones productivas y de servicios, qué ofrece Oruro como zona estratégica y hacia donde se define el crecimiento urbano, quedando la región cuadriculada en el actual límite intensivo y extensivo por ausencia de planificación del crecimiento y desarrollo urbano.
La muestra más elocuente de que eso es así, resulta ser la falta de un plan de ordenamiento territorial, que dejaron pendientes algunas autoridades municipales y cuando pretendió aplicar el burgomaestre de entonces incluso fue enjuiciado porque se estaban tocando intereses muy arraigados en la estructura municipal que permite un manejo discrecional de los planes, proyectos y planificación del desarrollo local.
A eso se suma la actitud pasiva de nuestras autoridades que siempre esperan que les “sugieran” que es lo que deben hacer y son los mandos nacionales los que imponen presupuestos y asignan recursos, así sea de competencia departamental, porque nuestra administración departamental resulta ser un apéndice de la nacional, por la falta de capacidad para decidir y definir el futuro de la región autónoma como se manifiesta.
Los últimos planes de desarrollo que se conocieron fueron los elaborados durante la gestión del entonces prefecto Carlos Börth para un periodo de cinco años y del alcalde Edgar Bazán vigente del 2007 al 2011 inclusive, sin que empero lleguen a concretar los proyectos inscritos, puesto que cambio de autoridades dejó al margen propuestas que bien podrían ser reformuladas, modificadas y en definitiva ejecutadas para el crecimiento urbano de nuestro departamento y la capital.
Así la lógica conformista sólo permite avizorar planes y proyectos de continuidad y de corto plazo, sin tomar en cuenta que los grandes proyectos de desarrollo están inconclusos como la carretera Oruro-Pisiga, que tiene una larga data de casi 80 años y posterga indefinidamente la puesta en marcha del primer Corredor Bioceánico; el parque industrial con una demora de más de medio siglo y en ciernes por haber sido cedidos sus terrenos para la construcción de viviendas para los movimientos sociales; la construcción del Mercado Central propuesta que ni siquiera tiene un diseño final; la ausencia del plan de ordenamiento territorial para saber hacia dónde crecerá Oruro y como se proyectará su desarrollo, junto a otros que son añorados como el proyecto Oruro Puerto Seco y la construcción de una fundición de zinc para tener un complejo metalúrgico en Vinto, además de la proyección minera como fuente fundamental de ingresos para el sostenimiento económico de la región.
Ojalá los expertos en planificación tengan ideas innovadoras respecto a las nuevas vocaciones productivas de Oruro y tomen en cuenta a la minería y su diversificación, la agropecuaria y la producción diversificada de la quinua y de los camélidos andinos, así como los servicios que podemos ofertar como eje estratégico de vinculación vial, ferroviaria y en el futuro quizá aérea, si el aeropuerto que se construye reúne las mínimas condiciones para la aeronavegación internacional. Oruro en definitiva tiene futuro pero debemos aprender a explotar el poder regional, lo contrario será más de lo mismo en materia de desarrollo.
(*) Periodista
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