Estamos en vísperas de conmemorar el triste aniversario del golpe militar del 17 de julio de 1980 contra la joven democracia boliviana, la cual quedó interrumpida por dos años, hasta su retorno vigoroso desde 1982 y su ejemplo continental como la más participativa con el cauce abierto por la Ley de Participación Popular de 1994.
Los que vivimos en vivo y en directo el proceso de 1978 a 1982 podemos contar con certezas históricas cómo son los golpes de estado, cómo se preparan, quiénes actúan desde atrás y quiénes dan la cara, quiénes de acomodan, quiénes aprovechan el pánico para exilios dorados, y quiénes resisten junto al importante rol de periodistas, radialistas, dueños de medios, curas y monjas y la Conferencia de Obispos.
También podemos conocer cómo actúan los provocadores, casi siempre enviados desde el oficialismo y que suelen ser los más vociferantes para lanzar a las masas descontroladas contra objetivos imposibles, cómo esos aparentes radicales son los primeros en desaparecer. Sabemos el rol de los para- paramilitares, paraoficialistas, paraestatales.
Tengo la impresión que una mayoría de los ministros y de los voceros del actual gobierno democrático del Presidente Evo Morales desconocen la historia de Bolivia y la vivieron desde otra orilla, inclusive desde los proyectos financiados por la ahora aborrecida USAID. Son pocos los que tienen una hoja de vida de permanente lucha por los ideales democráticos: David Choquehuanca, Teresa Morales (desde su niñez), Cecilia Ayllón. Los otros se conocieron en el poder, no en la lucha ni en la resistencia, como bien apuntaba un conocido gestor político hace algunas semanas.
Probablemente ello influye en su actual confusión. No es lo mismo golpe que porrazo. O dicho de otra forma, no es lo mismo que un gobierno ande de tumbo en tumbo, de salto en salto, que la organización externa de hostigamiento o de acciones armadas, como ocurrió contra el gobierno socialista chileno en 1973.
La desestabilización cotidiana de la Bolivia actual tiene su origen en decisiones y acciones asumidas desde el propio gobierno. Más de una vez me animé a señalar que en el futuro se encontrará quién fue el mayor responsable del descalabro en sus propias filas. ¿Habrá sorpresas?
El capricho de favorecer a como de lugar a los cocaleros, unido a un afán de venganza, por la derrota moral de 2011 y al afán de mostrarse fuertes, para reventar a los indígenas originarios del Territorio Indígena y Parque Nacional Isiboro Sécure, le pasa cada vez una factura más abultada. Ese es el mayor de todos los porrazos y un marco permanente de caída.
No hay columnista independiente, historiador, artista, caricaturista, cantante que salga a defender tanta maldad. Los golpeados se quedan aislados, ciertamente con el ojo en tinta y argumentos de ficción, que el futuro evaluará.
Por ello, los paceños no salieron esta vez a las calles como lo hicieron el 17 de julio hace 32 años. El gobierno tuvo que importar gentes de chicotazos y turbas para escenificar la comedia de cómo los movimientos sociales en “magnífica reacción” salieron en su apoyo. ¡Qué disparate! Los jóvenes, los vecinos, las mujeres, estaban al otro lado.
El pueblo paceño es sabio, lo demostró el 16 de julio de 1809 y durante dos siglos. No sale para defender porrazos, sale para defender a los más débiles y esa idea siempre lejana pero movilizadora que se llama Libertad.
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