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Domingo 08 de julio de 2012

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Cultural El Duende

El estaño

08 jul 2012

Fuente: LA PATRIA

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Una noche pegajosa y húmeda se arrastra por las galerías. No se ven los muros, pero se adivina su material, blando y glutinoso; no se ve el fondo, pero se presiente el abismo, que lanza un vaho espeso y cálido, vaho de monstruo. La noche es baja, se escurre por las manos, pone trabas a los pasos, que suenan a hueco y huyen sin ligereza a lo largo del subterráneo. Pesa sobre el corazón de los hombres; se la oye moverse, crecer como una planta de la tiniebla peluda, gruesa, hostil; se la oye agitarse y tragar, tragar a grandes sorbos el aire ralo; hacer el vacío, y reírse. La risa de la noche tiene también su dentadura sombría, dentadura de metal, postiza, como dentadura de banquero.

Los hombres salen de su fondo y avanzan como fantasmas de la noche, detrás del ojo de sus lámparas. Minúsculos, apenas perceptibles, se arrastran como ratas que se alimentarán del sarro y la humedad; y su mezquina luz los delata. Un coro de silencio pone tragedia en su larga, fatigosa marcha. El eco de sus pasos los precede y ellos siguen esa gradería de golpes, caminan como los muertos en su tumba. Un musgo ceniciento brota obstinado en algunos rincones, y ése es su único vegetal; un cielo de cemento, bituminoso, se alza por sobre sus cabezas, al alcance de la mano; los hombres se vuelven y miran a las profundidades; allí avanzan otras lámparas como las suyas, y ésas son las estrellas de su cielo.

Penados de la noche, los hombres pasan, y arrastran los pesados grilletes de su miseria. Agobiados, resignados, sin pasiones, se deslizan consustanciados con las noches, hundidos en la noche como en un infortunio, primitivos habitantes de un mundo que no ha visto aún nacer la luz. Bajan sobre su herramienta; sus brazos se prolongan ahora en el acero; son poderosos; se abaten sobre el metal; perforan la entraña de la tiniebla.

Pero la noche no es su aliada. La noche que es la alcahueta en las alcobas y mendiga obscena en las ciudades, aquí enseña un colmillo de bestia y gruñe. Brilla su ojo duro y mineral; vigila. El hombre roe la veta, arranca pedazos de estaño, respira con dificultad, vuelve a la tarea; y siente al mismo tiempo roer a la bestia en sus entrañas. Su sangre, allí dentro, cae gota a gota. Es la mina.

Oscar Cerruto. De su novela “Aluvión de fuego”.

Fuente: LA PATRIA
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