Huelga de médicos. Motín policial. Toma de minas. Ajuste de cuentas. Marcha del Tipnis. Contramarchas. Discursos de guerra. En este panorama, ¿dónde nos conduce el actual Gobierno? ¿El camino elegido es la mejor vía para todos? ¿Cuál es esa ruta? A todas luces y sin tener cualidades de gran analista, es el derrotero de la confrontación, del enfrentamiento. En el Gobierno la palabra y la acción de concertación le es algo ajeno y solo la acepta en la medida que ésta se dé bajo sus condiciones. Por lo tanto, entendida así la concertación no es tal y los acuerdos firmados bajo esta lógica, lejos de solucionar los problemas, son la llave para nuevos y mayores problemas en el mediano y largo plazo. El Gobierno tiene en su raíz una matriz antidemocrática. Para ellos la democracia es solo un instrumento que se debe usar para justificar actos totalitarios a nombre de los pobres. Eso de fortalecer el Estado de Derecho, es un anacronismo propio de los capitalistas y neoliberales que debe ser combatido. El nuevo estado ya no se basa en las instituciones sino en la voluntad de los que tienen el poder. Las instituciones solo sirven en la medida que garanticen la destrucción del Estado de Derecho, pero no para su propio fortalecimiento e independencia.
Los que hoy fungen como dueños del proceso de cambio están rifando, desde que se hicieron cargo del Gobierno, la posibilidad histórica de sentar las bases de la reconciliación, el perdón y el hermanamiento entre hombres y mujeres de este país. Es la lógica de la separación y la segregación a nombre de la igualdad. Así estamos desde el 2006 hasta hoy y parece que la cosa lejos de rectificarse tiende a profundizarse. Los líderes del proceso se aferran a esta idea obsoleta del siglo XIX y para ello no escatiman medios físicos ni mentales.
Desde el 2010 se ha producido una especie de diáspora masista. Varios han sido echados o se han salido de los encantos del poder. Los que fueron excluidos, hoy aparecen como los grandes detractores del Gobierno, sin asumir y sin arrepentirse de que ellos fueron, durante los primeros cuatro años, defensores e impulsores de una política separatista, segregacionista, vengativa y destructora de la institucionalidad democrática. Estas personas, que ayer apoyaban políticas excluyentes, hoy, cuando están fuera del Gobierno, recién hablan de un régimen totalitario, antidemocrático y corrupto. Como si en los primeros cuatro años todo hubiese sido un vaso de leche, como si en esos cuatro años no se hubiesen producido acciones totalitarias. “Mientras estábamos nosotros, todo estaba bien. Hoy que no estamos, todo está mal”, perecieran decir estos rebeldes del cambio.
Cuando criticábamos las acciones antidemocráticas del Gobierno, esos rebeldes de hoy nos estigmatizaron, marcaron y confinaron al cajón del desprecio porque según ellos, nos oponíamos a que “el indio gobierne el país”; a que los “sectores sociales tengan el poder”. Fuimos y somos tratados como parias en nuestro país, ese mismo trato que ahora reciben ellos de parte de los camaradas con los que festejaban los triunfos del régimen. Loaron el cerco a Santa Cruz, la matanza del hotel “Las Américas”; los hechos del Porvenir; jubilosos apoyaron el cerco al parlamento para aprobar la CPE, no dijeron nada sobre la destitución de alcaldes ni gobernadores. Callaron sobre lo camiones de contrabando.
Los rebeldes de hoy, creían que había que destruir todo, y hoy reclaman, como nosotros, que destruyendo no se avanza, que con odio no se construye y que con totalitarismo vamos a la muerte entre bolivianos.
Hoy, me alegro que sus ojos se abran, que sus corazones sientan el dolor del desprecio. Bienvenidos a las filas democráticas, a las filas de los que creemos que Bolivia necesita de todos y todas. Bienvenidos al grupo de los que apostamos por la inclusión pero. Bienvenidos a donde creemos en la igualación hacia arriba y no hacia abajo. Bienvenidos al sector que apostamos por el perdón y la reconciliación. Bienvenidos a donde apostamos a la democracia como opción de vida y no como simple instrumento. Bienvenidos para que juntos construyamos un país basado en el dialogo, la tolerancia, la inclusión, el respeto a las leyes, en la necesidad de compartir el poder y en la independencia de los poderes. Pero esa bienvenida será mucho más efectiva y duradera, si los desengañados del proceso lo hocen no solo abriendo los ojos y el corazón, sino abriendo la mente, la razón. Es decir, haciendo una reflexión y autocritica profunda de su accionar pasado. No pueden venir al lado democrático cargando sus diablos de antes: odio, rencor y venganza. No pueden venir a esta parte democrática como acción oportunista de sobrevivencia y vigencia. Sólo los convencidos del cambio en paz, perdón, respeto y reconciliación seremos capaces de brindarle al país una esperanza. Bienvenidos.
(*) Ciudadano de la República de Bolivia
Columnistas.net
Tomado de hoybolivia.com
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