Sábado 30 de junio de 2012
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- Maestro, - le dijo Sergei mientras preparaban las tintas que habrían de servir para trazar el diseño básico en la alfombra de rafia - Casi no has comido y bien que te gustaban las compotas.
- Me siguen gustando, Sergei, lo que ocurre es que a veces se me cierra el estómago.
- Eso a mí me sucede cuando estoy triste.
- La tristeza es un estado de ánimo que no pocas veces procede de secreciones interiores. Su origen puede ser biológico o químico. Pero otras veces es el estado de ánimo el que activa esas glándulas.
- Maestro, antes no solías dar tantas vueltas. Nos contabas un cuento y nos llenabas de luz. Pero, claro, he dicho nos contabas y ahora sólo estoy yo.
- Sergei, antes de llegar Ting Chang, tú ya estabas aquí para atenderme. El Abad te había dado este puesto ya que ni querías ser monje ni tenías las ideas muy claras acerca de lo que pretendías hacer en esta vida.
- Sí, Luz del Otoño, yo también creí que estaba de paso pero, ya ves, la liebre se asentó por un tiempo. Desde que salí de Mongolia, adonde mis padres habían emigrado desde Siberia como sabes, yo buscaba alcanzar la fama, correr aventuras y conocer mundo.- No le des más vueltas, Sergei. Cuando llegó el joven doctor aportó un chorro de paz y de serenidad, tenía y tiene una grandeza interior que se refleja en todo su semblante. Era saludable y alegre. Daba paz. No necesitaba hablar para expresar su estado de ánimo. Y nos hizo mucha compañía. Pero aquí estaba de paso y yo sabía que necesitaba asentarse para afrontar lo que el Cielo le deparase.