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Warning: session_start(): Cannot start session when headers already sent in /home/lapatri2/public_html/impresa/index.php on line 8 Djuna Barnes - Periódico La Patria (Oruro - Bolivia)
Djuna Barnes. New York, 1882-1982. Escritora y poeta norteamericana. Durante su residencia en París, estuvo en contacto con Duchamp, Joyce, Getrude Stein, Pound, Eugene O’Neil. Publicó en narrativa: Ryder (1928); El bosque de la noche (1936) y El vertedero (1988). En poesía, su obra está reunida en Poesía reunida, 1911-1982.
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Ocaso de lo lícito
Tú, con tus largas y vacías ubres
y tu calma,
tu ropa blanca manchada y tus
fláccidos brazos.
Con dedos saciados arrastrándose
en tus palmas.
Tus rodillas muy separadas como
pesadas esferas;
con discos sobre tus ojos como
cáscaras de lágrimas,
y grandes lívidos aros de oro
atrapados en tus orejas.
Tu pelo teñido cardado a mano
alrededor de tu cabeza.
Labios, mucho tiempo alargados por sabias palabras
nunca dichas.
Y en tu vivir todas las muecas
de los muertos.
Te vemos sentada al sol
dormida;
con los más dulces dones que tenías
y no has conservado,
nos afligimos de que los altares de
tu vicio reposen profundos.
Tú, el polvo del ocaso de
un amanecer húmedo de fuego;
tú la gran madre de
la cría ilícita;
mientras las otras se encogen en virtud
tú has dado a luz.
Te veremos mirando al sol
unos cuantos años más;
con discos sobre tus ojos como
cáscaras de lágrimas;
y grandes lívidos aros de oro
atrapados en tus orejas.
La soñadora
Cae la noche, en oscurecidas formas que parecen–
tantear, con misteriosos dedos hacia la ventana –luego–
descansan en el dormir, envolviéndome, como
en un sueño
fe mía –¡que yo pueda despertar!
Y gotea la lluvia con el mismo triste, insistente ritmo.
Temblando a través del vidrio, inclinándose lacrimosa,
y suave golpetea, como pequeños pies tenebrosos.
Fe mía –¡qué tiempo éste!
El plumoso fresno aletea; allí sobre el vidrio,–
el fuego moribundo lanza un parpadeante
rayo fantasmal,–
y luego se cierra en la noche y la lluvia cae suave.
Fe mía –¡qué oscuridad!
El lamento de las mujeres
¡Ay, Dios mío!
¡Ay, Dios mío, qué es lo que amamos!
¿Esta carne puesta en nosotros
como un guante arrugado?
Huesos tomados deprisa de alguna lujuriosa cama,
y por ímpetu, el empujón del diablo.
Qué es lo que besamos con prisa,
esta boca que busca la nuestra, o aún más ese
pequeño ojo lastimoso en la engañada cabeza,
como si lamentara aquello que a nosotros nos falta.
Este pálido, este más que anhelante oído atento
que oye de la lastimosa boca el suave lamento,
para marcar la silenciosa y la angustiada caída
de aún otra caliente y deformada lágrima.
Brazos cortos y magullados pies muy separados
para caminar eternamente con nosotros desde la salida.
¿Ay, Dios, es ésta la razón que amamos
–No son tales cosas golpes mortales al corazón?
A una de otro humor
¿Oh amada querida, debería dejar
de mirarte, siempre con ojos húmedos,
y quejumbrosos besos de estos labios donde yace
más miel que en tus áloes? ¿Debería romper
aún más oscuras hierbas, y suspirando no perder de vista
con fingida lamentación y gritos temerosos,
rodeándole lentamente con blasfemias
porque estaría bailando? No, me falta
la necesaria torpe salmodia de la desesperación.
No resuena en mí tu sombrío humor,
no está en mi corazón. Ni en ningún lugar
dentro de mi carne, la misma carne que enamoraste.
¿Entonces para qué aflojar mi trenzado pelo
ocultando mis ojos, y pretender que cavilo?
Transfiguración
El profeta cava con manos de hierro
en las inestables arenas del desierto.
El insecto vuelve a su larva;
retorna a semilla la rosa trepadora.
Como humo hasta la vacía garganta de Moisés,
irrumpen todas las palabras que dijo.
El cuchillo de Caín retira la estocada;
Abel se levanta del polvo.
Pilatos no puede encontrar su lengua;
desnudo está el árbol del que Judas colgó.
Lucifer clama desde la tierra;
Cristo cae a la muerte.
A Adán vuelve la fastidiosa costilla;
una criatura solloza en su flanco.
La extensión del Edén es espesa y verde;
el bosque se agita, no se ve una bestia.
Desencadenado, el sol, con rabiosa sed,
alimenta el último día con el primero.
Fuente: LA PATRIA
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