Loading...
Invitado


Domingo 24 de junio de 2012

Portada Principal
Cultural El Duende

Leyenda de la paja brava

24 jun 2012

Fuente: LA PATRIA

Cuentan los abuelos que hace mucho tiempo, en la gélidas pampas del altiplano, vivía una pareja: Sach’a, hombre fuerte y trabajador, y Raymi, su fiel compañera en las faenas diarias.

Un día, Raymi quedó embarazada y desde ese momento Sach’a no hacía otra cosa que pensar en el hijo que iba a venir. Llenó de atenciones a su mujer hasta el día en que por fin Raymi trajo al mundo una hermosa criatura.

Sach’a la tomó entre sus brazos estrechándola delicadamente como temiendo lastimarla. Fue tanta la alegría al verla, que no dudó en salir orgulloso por el pueblo para mostrar a su primogénita.

La belleza de la niña era evidente por lo que todos la bautizaron con el nombre de T’ika, que en lengua nativa significa flor, y como tal se fue poniendo más hermosa día a día.

Desde niña, T’ika salió a trabajar con su padre y de retorno a su casa siempre ayudaba a su madre.

Un día, la muchacha escuchó un fuerte ruido que jamás había oído; venía de la Montaña Oscura, así llamada porque nadie se había atrevido a acercarse a ella varias leguas a la redonda. T’ika, con la curiosidad de sus quince años, decidió emprender el recorrido para saber qué provocaba ese desesperado sonido.

A la mañana siguiente, Sach’a, luego de buscar toda la noche a su hija, retornó a su casa sintiendo haber perdido la flor más bella de su vida. De repente, Raymi, con voz quebrantada por la angustia y el dolor, gritó a su marido:

–¡Sach’a! ¡Sach’a! Ya no llores, que nuestra hija con los rayos del sol está llegando.

Sach’a se incorporó desesperado para correr a encontrarla y, sin dar tiempo a recibir la primera palabra de ella, propinó una bofetada en el rostro de aquella niña que durante su vida solo había recibido sus caricias.

–¡Eres una indigna! Me avergüenza ser tu padre –gritaba Sach’a–. ¡Tú, mi hija!, has perdido mi cariño y respeto al no llegar a dormir a tu casa.

Sach’a había perdido el control dejándose llevar por los principios morales de su pueblo; la arrastró de las trenzas y, no solo la expulsó de su casa sino también de su pueblo, de aquel pueblo que hasta hace unos días admiraba y quería a T’ika y ahora la humillaba y despreciaba.

T’ika, con el rostro el cuerpo y el ama adoloridos, caminó sin rumbo durante varios días. Finalmente, sin darse cuenta llegó a las faldas de la Montaña Oscura, las piernas se arrastraban por el cansancio y al dejar de dar un paso cayó su cuerpo aterido.

Cuando abrió los ojos, sintió por primera vez una fría caricia sobre sus mejillas, era Wayra el señor de los vientos que por mucho tiempo había estado encerrado en las cuevas de la Montaña Oscura, y que aquel día en que T’ika no llegó a dormir a su casa, fue liberado por la inocencia de la niña que hoy ya no mostraba su belleza ni alegría.

–¡T’ika, despierta, despierta! –le decía Wayra.

–¿Por qué? ¿Por qué tuvo que pasar esto? –se lamentaba la muchacha.

Furioso por lo sucedido, Wayra empezó a soplar y soplar y soplar cada vez más fuerte iracundo por lo que habían hecho con T’ika, y juró que nunca más nadie lastimaría a esa dulce niña quien, con el correr del tiempo sería su amada.

Pasaron muchos meses, Sach’a no había olvidado a su hija y un día, sin saber por qué por dónde ni cómo, inició un largo recorrido rumbo a la Montaña Oscura. ¿Sería acaso que sentía el llamado de su niña? A los pocos pasos de llegar a la montaña, se levantó un gran remolino, pero Sach’a no dudó en seguir buscando a su hija. Tal vez el recuerdo de aquel fatídico día en que había despreciado a la flor de su vida, hoy más que nunca le remordía el alma. Empezó a llorar desesperado, clamando el nombre de la razón de su vida.

El viento hizo réplica del llanto de aquel padre arrepentido calmando sus ánimos.

De pronto, Sach’a se encontró con un bebé desnudo que dormía plácidamente sobre un extraño arbusto, que en lugar de hojas tenía espinas; éstas se mostraban secas y erguidas como dispuestas para no sentir daño. Curiosamente, el niño parecía no sentir ni el mínimo dolor.

Sach’a lo tomó entre sus manos y pronto comprendió que aquella criatura era hijo de T’ika y Wayra, y que aquel arbusto seco pero firmemente enraizado en la arena del altiplano, era nada menos que su amada flor transformada en Paja Brava para que nadie más la lastimara.

Reynaldo Borquez Quevedo. Oruro.

Docente de primaria.

Fuente: LA PATRIA
Para tus amigos: