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Domingo 24 de junio de 2012

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Cultural El Duende

Desde mi rincón

Tesoros marinos: ¿Todavía el uti possidetis

24 jun 2012

Fuente: LA PATRIA

TAMBOR VARGAS

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Últimamente medio mundo se ha encontrado frente al tema del ‘tesoro submarino español’. Resumamos: la verdadera historia empieza en 2007 cuando una empresa norteamericana especializada en la búsqueda cabalmente de tesoros bajo el mar (Odissey), encuentra y saca a la superficie medio millón de monedas de oro y plata (unas 17 toneladas). Procedían del buque español “Nuestra Señora de las Mercedes” que en 1804 fue hundido por naves inglesas en lo que actualmente se consideran aguas internacionales del Atlántico, relativamente cerca de lo que era su meta, el puerto de Cádiz.

En cuanto Odissey hizo público su hallazgo, el gobierno español reclamó ante tribunales estadounidenses. Alegó la bandera del buque hundido y la procedencia de su cargamento. Esos tribunales finalmente han dado la razón (¡por ahora!) al gobierno de Madrid. Y las monedas rápidamente han sido trasladadas a buen recaudo.

Pero el Perú ya ha recurrido el fallo de tribunal de Tampa ante la Corte Suprema de Washington. En este caso alega la procedencia ‘peruana’ de la mayor parte del cargamento. Está por ver qué sucederá, aunque parece poco probable que la Suprema gringa desmienta a su subordinado de Florida. Y a Bolivia le ha faltado tiempo para imitar a su vecino: primero han sido voces privadas; luego, un ministro ha anunciado el propósito gubernamental de formalizar un reclamo, haciendo valer que la plata para la fabricación de las monedas, su lugar de acuñación y la mano de obra fue potosina; o sea que Bolivia alega la procedencia ‘boliviana’ (es decir, charqueña) de la mayor parte de las toneladas ‘devueltas’ a España. Entretanto, los españoles parecen haber declarado estar dispuestos a ‘repartir’ en forma simbólica el tesoro entre los museos de todos los países hispanoamericanos, como prueba o muestra –dicen– de hermandad; pero de ninguna manera están dispuestos a tener que acatar ningún tipo de exigencias de sus ex-súbditos.

Más allá de la crónica, hay varios detalles que ‘llaman la atención’; es decir, que merecerían alguna atención.

Primero: ¿por qué hay que reclamar y pleitear ante tribunales de los Estados Unidos? No puede ser porque el mentado tesoro haya sido hallado en aguas norteamericanas, que no lo ha sido; la única razón que a uno se le ocurre es porque andaba de por medio una empresa gringa. Y si ésta fuera realmente la causa, estaría emparentada con aquella otra cláusula que EEUU impone que acompañe ciertos convenios de ‘ayuda’ para que cualquier denuncia de abusos contra soldados norteamericanos sólo puedan verla tribunales de Washington.

Segundo, en sus argumentaciones judiciales el gobierno español ha hecho valer que la nave hundida era de bandera ‘española’; de donde ha querido deducir que sus tesoros recuperados eran patrimonio del estado que hoy ha heredado aquella ‘bandera’. Aquí me llaman la atención dos detalles: por una parte, que a la maquinaria oficial española no le haya interesado tomar en cuenta el ‘pequeño detalle’ de que, hechas las averiguaciones del caso, resulta que la mayor parte de la preciosa carga era propiedad de súbditos privados; por otra, que, a juzgar por los alegatos y recursos a algunos principios del derecho marítimo internacional, resultaría que cuantas riquezas duermen en el fondo de los mares, sólo aguardan que alguien los rescate y devuelva a la superficie para que tengan que ser restituidos a los entes estatales actuales que puedan demostrar legítimo vínculo hereditario con el de la época del naufragio. Vaya, que las entidades ‘públicas’ sólo se quedan esperando que alguien identifique, ubique, busque y encuentre lo enterrado en el lecho marítimo, para que –si tienen suerte en todo el procesos– los esperen en los casos en que la aventura acaba en final feliz para echar mano de ello.

Tercero, los tardíos reclamos hispanoamericanos también se prestan a comentario. La pregunta enarbolada ha sido: ¿de dónde procedían los centenares de miles de monedas? Y todavía: ¿quiénes trabajaron en su acuñación; antes, en su fundición; y al inicio de todo, la extracción del metal precioso de los tajos mineros andinos? Los peruanos han respondido: del Perú; los bolivianos, en cambio, han dicho de Potosí. Al respecto me llama la atención que nadie haya replicado a los peruanos que unas monedas hundidas en 1804 y muy probablemente acuñadas –siquiera en parte– en Potosí, no podían ser ‘peruanas’ porque por entonces (y desde 1776) la Villa Imperial no formaba parte del Virreinatro peruano, sino del rioplatense. Ya nos ha salido el uti possidetis por donde menos se lo podía esperar. Me imagino que, puestos en esta ‘lógica’, si la moneda fue acuñada en Potosí, no tardará mucho en dejarse oír la voz de CONCIPO reclamando la legítima propiedad del tesoro. Y de paso, ¿por qué no parece haber chistado ni el gobierno ni los argentinos (herederos de lo rioplatense)? No sé si será significativo del talante ‘criollo’ que en ninguna de estas voces haya percibido la reivindicación de los derechos de los actuales descendientes de las personas privadas que en 1803 enviaron el tesoro a sus parientes de la metrópoli…

El desarrollo y conclusión judicial del asunto le trae a uno conclusiones más bien melancólicas. Porque vienen a consagrar la omnipotencia consanguínea de los estados, que quieren cosechar donde no han sembrado ni cultivado: en este caso, no organizan expediciones de búsqueda y dejan que otros lo hagan; cuando fracasan, es cosa de la ‘empresa privada’; cuando tienen éxito, para esto están ellos y no cesan hasta que un tribunal ‘x’ les dé la razón (en este caso, en nombre de su ancestro político). La guinda del caso llega con la promesa de repartir unas cuantos centenares de monedas de muestra entre los museos de los países ‘interesados’. España no quiere desaprovechar ninguna ocasión de hacerse fama de generosa.

La historieta también ha servido para volver a poner sobre la mesa el tema de la ‘recuperación’ de los bienes culturales ‘saqueados’ y dispersos por el mundo (aunque la UNESCO es capaz de hacer todos los papeles del circo, en la Bolivia de hoy se ve como parte de la ‘descolonización’ de sus ciudadanos). Y a uno no le cabe en la cabeza que una misma sociedad y, a veces, incluso unas mismas personas reivindiquen simultáneamente los derechos sobre dos cosas tan incompatibles como son, de una parte la ‘herencia’ de unas riquezas enterradas que, en su momento, formaron parte inseparable, y esto es lo segundo, de un abominado sistema de dominación y colonización. ¿Estamos ante una ‘herencia a la carta’? Espectáculo triste, sólo porque no pertenece a las tablas teatrales.

Acabaré con un inocente apunte lexicográfico: la anécdota recordada ha servido para que fuera el periodismo madrileño (¡tan alejado de los mares!) volviera a dar curso al término ‘pecio’, que tanto puede significar “pedazo o fragmento de la nave que ha naufragado” como “porción de lo que ella contiene”. ¿Quién de entre los vivos había oído o usado nunca tal palabra? Pero parece que cualquier momento es bueno para volver a poner en circulación, ya que no monedas potosinas de hace más de 200 años, por lo menos un vocablo que nadie entendería si no va acompañada de su explicación.

Fuente: LA PATRIA
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