Anticipándonos a las actuales predicciones de la AIE, que se avecina la era del gas, a fines del siglo pasado, se promulgó la Ley de Hidrocarburos Nº 1689 con la visión que el país debía aprovechar el auge del combustible fósil del siglo XXI.
Los resultados fueron excelentes. Rápidamente se incrementaron las reservas de gas permitiendo celebrar el contrato de exportación al Brasil colocando al país en una posición geopolítica nunca antes alcanzada al convertirlo en el posible proveedor de gas para toda la región.
Inclusive se iniciaron las gestiones para exportar gas como LNG a ultramar y así liberar la industria nacional de la dependencia de los mercados de gas de sus países vecinos.
Ese ingreso tan auspicioso al siglo XXI fue bruscamente interrumpido por la “Guerra del Gas” que dio inicio a un proceso de cambios. Una nueva ley de hidrocarburos, el 2005, seguida el 2006, por la llamada nacionalización de los hidrocarburos, dando inicio a la participación directa del Estado en el manejo de la industria.
Mientras en nuestro país sucedían esos cambios, el mercado internacional prosiguió inexorablemente su marcha ascendente. Así el petróleo tiene un precio de ±$us 100/bbl y el gas de ±10 $us/mmbtu. Generando una competencia de precios, el LNG se ha introducido en la región.
Tomando en cuenta esas condiciones en el mercado internacional, hagamos una rápida revisión de cómo estamos para lograr el mejor desarrollo de nuestra industria los próximos 10 a 15 años.
Las reservas de gas han sido disminuidas pero alcanzan para cumplir con los contratos de exportación de gas a Argentina y Brasil. El crecimiento del mercado interno, con El Mutún autoeliminado, parece estar adecuadamente cubierto. La producción para el mercado interno y la exportación, depende de la perforación de pozos por las compañías privadas para desarrollar reservas probadas antes de la nacionalización.
El mercado interno de energía, está con problemas. Se ha perdido la autosuficiencia eléctrica y petrolera. No se han instalado centrales eléctricas de importancia, así la creciente demanda ha eliminado 300 a 400 MW de reservas que tenía el sistema.
El mercado de carburantes es abastecido por crecientes importaciones de gasolina y diesel. El diesel es el combustible con mayor demanda, con una tasa de crecimiento de más del 10% anual, haciendo que su importación signifique erogaciones crecientes de cientos de millones de divisas por año.
El problema se ha agravado porque las refinerías están al límite de su capacidad. El país está en la aberrante situación de importar GLP, gasolina y diesel y al mismo tiempo exportar condensado sin refinación y gas húmedo del cual se puede extraer GLP y otras fracciones como materia prima para petroquímica, actividad en la que no se tiene ningún avance.
Finalmente, en el decenio la actividad exploratoria ha sido prácticamente paralizada.
En una gran síntesis, se puede decir que el país, energéticamente, está viviendo de los proyectos ejecutados antes del inicio del proceso de cambio. La extraordinaria elevación de precios del gas de exportación ha impedido que estemos en una situación desastrosa.
Hemos perdido prácticamente una década. Si mantenemos esa inoperancia e ineptitud, los próximos 10 años llegaremos a una situación crítica de no poder abastecer el mercado interno con importaciones porque tendríamos dificultades en tener producción para las exportaciones de gas que son la fuente de ingresos para cubrir esas deficiencias.
El tiempo se nos está acabando. Sólo nos queda otra década para recuperar nuestra autosuficiencia energética y sentar bases para un desarrollo sostenible de esta industria.
Tenemos dos señales positivas para el próximo decenio. Todo indica que Argentina y Brasil continuarán requiriendo gas boliviano. Necesitamos descubrir más reservas. Ese es el camino de la solución de nuestro problema. Para lograr inversión exploratoria el Gobierno debe modificar o cambiar la Ley de Hidrocarburos y compatibilizarla con la Ley de Inversiones y la Constitución Política del Estado.
(*) Ingeniero
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