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Domingo 10 de junio de 2012

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Cultural El Duende

Pandora y las brujas

10 jun 2012

Fuente: LA PATRIA

“Pandora y las brujas” aborda el imaginario griego influyente en las concepciones culturales de Occidente sobre la mujer y su relación con la decadencia de la historia. El texto forma parte del libro “Theatrum ginecologicum” escrito por el académico de la lengua Blithz Lozada Pereira (Oruro, 1964)

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Cuarta de seis partes

Las brujas en la historia

Seguramente fue el diablo el que enseñó a amar a las mujeres

Thomas Fuller, escritor inglés

Ante ti están abiertos el paraíso y el infierno

Johann Wolfgang Goethe, escritor alemán

Desde fines de la Edad Media, las brujas adquirieron la fisonomía conocida de algunos personajes característicos del theatrum ginecologicum. Se trata de quienes sustentarían conocimientos prácticos y habilidades mágicas provenientes del poder diabólico empleado para dañar a los otros o para favorecer la maldad. La imagen de la bruja en la cultura occidental se perfiló con rasgos profundos de alguien dedicada al culto del Diablo, a la adoración a ídolos falsos y que militaba activamente en contra de la religión cristiana. Tal imagen produjo una obsesión masiva de persecución que daría lugar a la caza de brujas, la realización de innumerables procesos civiles y religiosos y la ejecución en la hoguera o la horca de aproximadamente sesenta mil víctimas.

El poder de las brujas provendría del pacto realizado con el Diablo, que marcaría de alguna forma el cuerpo de la mujer, lo que permitiría reconocerla ulteriormente. En retribución al culto demoniaco, la persona que lo efectuase adquiriría la capacidad de ocasionar distintos tipos de maleficios, tendría la potestad de causar daños a las personas individual o colectivamente, sería capaz de variar el curso de la naturaleza produciendo tempestades, sequías, enfermedades y muerte, y adquiriría enormes poderes sobrenaturales para transformarse en lobo o en otros animales, pudiendo además volar después de recubrir su cuerpo con ungüentos mágicos.

La visión medieval y moderna de las brujas establece que se trata de mujeres insidiosas que conspirarían para deteriorar el poder de Dios y ampliar la influencia del Diablo en el mundo. Es una visión misógina sustentada en la idea de que las mujeres serían más proclives que los hombres a pecar, mostrando mayor vulnerabilidad a la influencia demoniaca. Es decir, la posibilidad de protagonizar encuentros nocturnos íntimos con el Diablo, el deseo de adquirir un poder enorme que transforme radicalmente su situación generalmente precaria, la perspectiva de tratar habitualmente con demonios que realicen su voluntad y la ansiedad de dominar la vida de los demás con acciones temibles, habrían estimulado en las mujeres una enorme expectativa de convertirse en brujas.

Mujeres fueron la mayor parte de quienes siendo acusadas, procesadas y enjuiciadas habrían sido quemadas en la hoguera o ahorcadas. Muchas eran solteras o viudas, de estratos sociales bajos y se dedicaban a actividades pedestres como cuidar niños, cocinar o ser parteras. Aunque murieron personas de toda edad, hubo una considerable cantidad de mujeres viejas mayores de cincuenta años, reforzándose los prejuicios misóginos de la sociedad y las instituciones que las condenaron.

Por lo demás, que numerosa cantidad de mujeres jóvenes y bellas haya sido quemada en el continente europeo después de ser sometidas a la humillación y crueldad de la tortura, puso en evidencia los componentes eróticos, misóginos y económicos de los inquisidores y los tribunales civiles. Cerca al 90% de los acusados de brujería fueron mujeres y en todos los casos la sexualidad fue el aspecto central. Los inquisidores nominalmente célibes, regocijaban su morbosidad, represión e hipocresía en las descripciones obtenidas por tortura que las acusadas ofrecían, haciendo hincapié en detalles referidos a las orgías rebosantes de sucias fantasías, con múltiples orgasmos supuestamente provocados por el miembro frío del demonio y los íncubos. Además, la caza de brujas permitió la constitución de una inmensa burocracia que se beneficiaba de las expropiaciones realizadas a las brujas y de los pagos que sus familiares debían hacer por llevar a cabo los procesos que acababan con el ajusticiamiento de las inculpadas institucionalizándose el asesinato y el robo masivo con argumentos tanto morales como legales y teológicos.

En Inglaterra y Escocia se contrataba a personas para que busquen brujas, pagándoles una alta gratificación por cada mujer que entregasen para ser ahorcada. No había ningún escrúpulo en la actividad. Cualquier marca del Diablo, visible o invisible, servía para imputar a la mujer de tener trato diabólico, de preferencia a quienes procedían de estratos sociales bajos. En los juicios que se llevaron a cabo no cabía ningún atenuante, defensa o testigo de descargo, las coartadas de las acusadas simplemente se ignoraban y si el marido de una mujer decía que la acusada pasó la noche con él, el inquisidor simplemente argumentaba que el marido había sido engañado por los ardides del Demonio.

Es posible que varias personas acusadas de brujería hubiesen realizado prácticas ocultistas de magia negra, hubiesen participado en celebraciones nocturnas y expresado intenciones de dañar o perjudicar a otras personas; no obstante, los crímenes que se les imputaba a las acusadas de brujería era imposible de realizar, poniendo en evidencia la morbosidad, ausencia de escrúpulos e intereses materiales de quienes se beneficiarían con el ajusticiamiento de las supuestas brujas. Actualmente se sabe que aparte de la probable ingesta de drogas en ciertas celebraciones nocturnas, las acciones endilgadas a las brujas no se dieron en ningún caso, siendo explicable que el detalle de las confesiones narradas se diera como consecuencia de la pertinaz aplicación de la tortura.

Respecto de los orígenes de la brujería, quienes pretenden explicarla simbólicamente, la presentan relacionada con antiguos ritos paganos de agradecimiento a fuerzas sobrenaturales o para propiciar la fertilidad. Autores como Margaret Murray y James G. Frazer(1) argumentan que las religiones neolíticas más antiguas que efectuaban ritos de fertilidad para que se prolongue el invierno y se logre una buena cosecha en verano, practicaban también sacrificios humanos. Particularmente, habrían sido las religiones germánicas y celtas las que influirían con creencias panteístas que sumadas a otros contenidos de la imaginería occidental constelaron la figura de las brujas. Tal adición y recreación simbólica incluiría por ejemplo, al dios con cuernos pintado en la cueva de Ariège en Francia, a la diosa Afrodita en Grecia y la imagen fenicia de Astarté, al dios Lug de los celtas y la fisonomía de Pan como dios de la fertilidad, a los ritos en honor a Dioniso y a varios otros dioses tracios que se asociaban con excesos y guiones cumplidos por ménades y sátiros en celebraciones extáticas.

Además, es conveniente destacar que en el contexto politeísta que simbólicamente ensalza la fertilidad, el culto a las diosas y a las fuerzas de la naturaleza visualizadas como madres de la comunidad adquirió notable relevancia. Los ritos con oficiantes y partícipes varones y mujeres desnudos o semi-desnudos incluyeron encantamientos y danzas, honrando un conjunto de creencias que develarían la reencarnación como supervivencia del alma y la comunión de energías colectivas para alcanzar fines compartidos.

Inclusive en el contexto temporal en el que el judaísmo se afirmara prohibiendo con énfasis la hechicería y proclamando un solo dios, particularmente las clases populares de condición rural en diversos entornos culturales habrían expresado actitudes contrarias a la tendencia religiosa monoteísta. Por ejemplo, la adoración a la diosa egipcia Isis se mantuvo por siglos, en tanto que mujeres oficiantes practicaron invariablemente ritos politeístas en honor al dios persa Mitra y reverenciaron a la diosa Inania que fue la versión sumeria de Lilith. Y es que en el imaginario más arcano de la humanidad, al parecer la consumación de la hierofanía plena se daba gracias a la unión sexual glorificada y enaltecida en los ritos en honor a la fertilidad y la fecundidad.

Si bien la palabra bruja se habría empleado ampliamente en las lenguas romances del siglo XV, habría tenido un origen anterior que se remontaría a la zona de los Pirineos de fines del siglo XIII. La palabra bruxa de origen latino-arábigo habría significado en tal contexto, “súcubo o demonio femenino”. Después la bruja se constituyó de forma inequívoca en la víctima principal de la acción política e ideológica de Occidente llevada a cabo en tres centurias, desde mediados del siglo XV hasta mediados del XVIII. En cambio, las prácticas y las actrices vinculadas con la hechicería o la magia tendrían amplia difusión cultural quedando manifiestas en múltiples formas del folklore, en los mitos clásicos y en un sinnúmero de expresiones culturales diversas.

En las culturas clásicas la magia que propiciaba la fertilidad era promovida inclusive por el Estado, tal es el caso de los augures romanos. Pero la magia maléfica (llamada maleficæ) que practicarían las hechiceras como casi exclusividad de las mujeres, habría sido proscrita y perseguida. Las oficiantes de esta magia, prosélitos de diosas como Hécate, Selene y Artemisa, desde muy temprano en la cultura occidental habrían gozado de la fama de tener poderes extraordinarios como metamorfosearse en animales, influir en situaciones eróticas, volar y hechizar para beneficio propio o para provocar enfermedades y tempestades que favoreciesen o dañasen a otras personas. Las hechiceras más connotadas de la mitografía griega fueron sin duda Circe y Medea que habrían dominado las pócimas y los filtros mágicos.

La caza de brujas se produjo de manera tenaz los siglos XVI y XVII especialmente en Europa Central, existiendo consenso actualmente, en que se habría producido 110 mil procesos judiciales y religiosos y sesenta mil ejecuciones en la hoguera. Quemar a las brujas habría sido probablemente, una práctica heredada de la cultura germana que en época arcaica mandaba al fuego a los magos si realizaban hechizos perjudiciales para la comunidad. No obstante, el castigo por la práctica de la magia negra fue frecuente en varias culturas, como se advierte por ejemplo en el Código Hammurabi y en las leyes del antiguo Egipto. Por su parte y en contraste, el cristianismo de fines del siglo VIII estableció que se debía perseguir a todo feligrés que creyese en brujas, por lo que se proscribió creer que ellas existiesen. Tanto fue así que en Hungría a inicios del siglo XII el rey Colomán simplemente instruyó a sus súbditos que no debían realizar ninguna inquisición al respecto, puesto que era imposible que las brujas existiesen.

(1) Las obras de Margaret Murray son The Witch-cult in Western Europe publicada en 1921, God of the Witches de 1933 y The Divine King in England de 1954. El libro clásico, obra de James George Frazer es La rama dorada (Trad. Elizabeth Campuzano y Tadeo Campuzano. Fondo de Cultura Económica. 8ª reimpresión, Madrid, 1980).

Continuará

Fuente: LA PATRIA
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