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Domingo 10 de junio de 2012

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Cultural El Duende

Recuerdos de la resistencia popular al golpe militar de 1980

10 jun 2012

Fuente: LA PATRIA

Testimonio del Padre Antonio Caglioni, párroco del distrito minero de Viloco y de las comunidades cercanas, donde se creó el Gobierno de Resistencia Popular al narcogolpe militar del 17 de julio de 1980. Mineros y campesinos de la Provincia Loayza y de Inquisivi fueron los últimos en caer, el 5 de agosto de 1980. En 2010, varios activistas de Derechos Humanos les rindieron homenaje donde cayeron. Este 2012, cuando se conmemoran 30 años de Democracia, necesitamos recoger los testimonios olvidados por las nuevas generaciones

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Eran los últimos días de julio 1980. Tenía que volver a la mina con víveres para la prolongada huelga general (y con un pequeño cargamento de municiones para los máuser y rifles) de los mineros y campesinos de Araca.

El p. Sergio Gualberti era el flamante párroco del Tejar en La Paz, pero, sí o sí, quiso acompañarme en el camino a las minas de Caracoles y Viloco que eran los últimos bastiones de la resistencia contra el golpe de Luis García Meza y Luis Arce Gómez. Llegamos sin problemas hasta Caxata, comprobando que no había indicios de milicos y que por ende, la arremetida final de los golpistas podía tardar hasta la próxima semana.

En la primera bajada después del desvío hacia Quime, los campesinos habían cortado el camino volando las rocas rojas a la izquierda de la carretera, para impedir el paso de los caimanes (pero también de nuestro jeep). Logramos pasar gracias al imponente peso del p. Sergio que en ese tiempo sería de unos dos quintales: él se sentó encima de la llanta derecha anterior permitiendo que la llanta izquierda posterior volara en el vacío. (¡Para mí ha sido un milagro también esto!).

A nuestra llegada, a través de la Radio Viloco, comuniqué la impresión que no había rastros de militares a lo largo del camino. El Domingo, concelebramos la misa de las 10 a.m. y todavía no habíamos regresado a casa cuando la sirena empezó sus llamadas ensordecedoras y desató el vaivén más desenfrenado a lo largo del campamento: familias enteras que cerraban su cuarto y escapaban con sus bultos; wawas y mujeres que gritaban y lloraban de grande; los campesinos de la feria del Domingo recogiendo sus productos y cargando sus burritos; las volquetas de la Comibol que arrancaban sus motores; jovencitos y mayores que se subían al camión con palos, dinamitas y escopetas…

Yo saqué de la Iglesia la bandera boliviana, corrí a recoger mi rifle y logré alcanzar a la última volqueta que salió volando del campamento con desbandes a cada curva como para vaciarnos al precipicio. Y desde este momento ya no le vi al p. Sergio hasta mi liberación de las cárceles del Cuartel General de La Paz, varios días más tarde.

En toda esa confusión de fin del mundo, gracias (yo diría) a su figura imponente, su barba larga y cabellos negros de antiguo profeta, el padre logró agarrar a un pequeño auditorio y les dijo que con la violencia no se iba a ganar nada y más bien se iba a recrudecer más la venganza militar, y que más valía intentar una mediación del último momento.

Así logró meter al jeep a unos cuantos mineros y a un catequista, Jorge Huayta, y con ellos se lanzó hacia Quimsa Cruz, el lugar donde la columna de los caimanes estaba estacionada, a unos 15 km antes de Viloco.

En el trayecto se dieron cuenta que esta iniciativa contradecía a las órdenes de los dirigentes y además que podía llevarlos a todos al suicidio; y por buena suerte (o por otro milagro) todos los acompañantes se quedaron donde habían parado las volquetas y sólo Santiago Huanca acompañó al padre.

La encañada de Quimza Cruz está coronada por nevados perennes desde los cuales baja un agua caudalosa que ha cavado las rocas y creado canchones; a la izquierda de éstos se desliza el camino desterrado que, pasado el río, sube hasta el paso en donde estaba apostada la caravana militar. Nuestro jeep hizo una parada antes de girar a la izquierda, precisamente al frente de los milicos, hizo señales de luz por un buen rato, mostrando además pañuelos blancos.

Después, lentamente –subraya p. Sergio– recorrimos el desterrado, siempre con pañuelo blanco bien visible. Antes de llegar al río en el punto en que ya era imposible escaparse ni atrás ni adelante, las tres tanquetas empezaron a disparar ráfagas de balas haciendo del coche una cacerola inservible. (Siempre he pensado que querían divertirse al ver a todo el coche prender fuego como en las películas)

Santiago fue el tercer minero asesinado en Quimza Cruz ese triste domingo por las FFAA de Bolivia, pues ya habían matado a otros dos en los enfrentamientos para tomar Viloco y avanzar a Caracoles.

¿Y el padrecito? P. Sergio bajó rápido del coche y aprovechó como escudo la llanta delantera izquierda. Se había recordado de las historias que el papá Gualberti, trabajador en los ferrocarriles de Italia, les contaba a sus tres hijitos acerca de un blitz que al final de la Segunda Guerra Mundial realizaran los nazi-fascistas en contra del tren Bergamo-Clusone, y cómo se había salvado acurrucándose detrás de la rueda en diagonal a los tiros.

Cuando los soldaditos bajaron para mirar su polígono de tiro se les congeló la sangre delante de ese sobreviviente que los increpaba con vehemencia. El mismo coronel, Alberto La Fuente, se asustó y pensó que ese hombre debía de tener a su lado algún santo o algún diablo y seguramente alguna fuerza superior a las armas de fuego. ¿Cómo había salido vivo de tanta baleadora?

Para concluir cabe recordar la llegada de mons. Jesús Agustín López de Lama que en ese tiempo era nuestro obispo antes de retirarse voluntariamente a la parroquia de Los Álamos en Santa Cruz. Posiblemente escucharía por las ondas de Radio Viloco la noticia que los golpistas estaban llegando a nuestro campamento y a él también le vino en la cabeza la necesidad de intentar una mediación de último momento. Se llevó consigo al p. Torribio, su futuro sucesor, y a todo gas nos dio alcance antes de la noche.

El coronel se rehusó recibirlo y más al contrario ordenó la detención de “los tres curas” en su movilidad: tuvieron que dormir allí recluidos (con el frío de los 5000 metros s.n.m.) y su jeep fue obligado a encabezar a la mañana siguiente la marcha hasta Viloco, por si hay algún riesgo en los restantes kilómetros. Fue monseñor López que después de escuchar al p. Sergio sentenció agradecido: ¡Éste es un milagro de tu paisano, el buen Papa Juan XXII!

En ese tiempo el c. Juan Evo Morales Ayma, incursionaba en el sindicalismo boliviano como secretario de deportes. Nuestro p. Sergio ha llegado a ser Arzobispo auxiliar con derecho de sucesión en la Arquidiócesis de Santa Cruz, Evo ha llegado hasta ser Presidente del Estado Plurinacional de Bolivia: quizás cuántos otros milagros nos tiene reservados todavía Juan XXIII, el papa proletario.

¿Y para los que en su vida mortal les consta el hecho de no ser precisamente “caballos de carrera”? Para ellos, Juan les recuerda (y como verdadero campesino se lo recordaba a sí mismo) cuán necesario son por su humilde trabajo: “Ubi non currunt equi trottant aselli” (ahí, donde los caballos no pueden correr los burritos van al trote). Y esto es el milagro al que todos anhelamos: el vivir bien cada cual, según su vocación, como ha vivido él: por eso la Iglesia nos lo propone como ejemplo para imitar y santo para invocar cada 11 del mes de octubre.

Fuente: LA PATRIA
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