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Domingo 10 de junio de 2012

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Cultural El Duende

Desde mi rincón

Culto al dios salud

10 jun 2012

Fuente: LA PATRIA

TAMBOR VARGAS

El hombre histórico ha tenido siempre, a través de las diversas etapas de su vida en el planeta, una preocupación por su salud; quizás sería más exacto hablar de ‘interés’ por su ‘buena’ salud, pues que de ella dependía la mayor parte del normal desarrollo de sus actividades. Así se explica la existencia de algún tipo de especialistas en la curación de los males que la amenazaban (recurriendo a ‘saberes’ y ‘poderes’ religiosos, mágicos, naturales o científicos). En los últimos tiempos (¿llega a un siglo?) se ha ido produciendo un dominio cada vez más absoluto de la medicina ‘científica’ sobre la sociedad: forman parte de ese cortísimo periodo tanto la intensísima investigación médica como la más o menos real universalización del acceso a la amplísima gama de los servicios hospitalarios, por medio de los ‘sistemas de salud’, ‘cajas’ y ‘seguros’.

De forma paralela a esta creciente hegemonía de la medicina ‘científica’, se ha ido imponiendo en la mentalidad colectiva la convicción de que todos podemos vivir sanamente; y esto equivale a proclamar que todas las enfermedades son superables; y de aquí ya sólo queda un minúsculo paso a la consagración de un ‘derecho’ a la salud; que para que sea tal, ha de ser necesariamente universal.

Las dudas no vienen tanto de la ‘capacidad funcional’ de médicos + hospitales + laboratorios productores de medicamentos + eficacia curativa de los mismos, cuanto del análisis elemental del ‘sujeto’ básico, que es el hombre. Porque si hablamos de él (y así parece), nos topamos con un dato innegable: su carácter mortal; y como anticipo dosificado de ese ‘tope’, la enfermedad en toda su amplia variedad de rostros.

En las épocas optimistas del ‘progreso ilimitado’ (hoy, se ‘cree’ que sólo momentáneamente, congeladas por la fatídica ‘crisis’), se ha ido dejando filtrar una expectativa desmesurada: la de la superación de la muerte. Y en el camino a ella, las sucesivas ‘victorias’ sobre cada uno de los ‘males’ que se oponen a aquel viejísimo sueño. Si por un lado se ha ido cimentando la convicción de que todos ‘tenemos derecho a vivir con salud’ (como si quien no lo lograra tuviera que ser un tarado de nacimiento) y, por otro, la ciencia médica podía anunciarnos periódicamente el derribo de otros tantos nuevos obstáculos a la plena realización de aquel ‘derecho’, ¿quién puede dudar de que cada día estamos más cerca del hombre inmortal? Como si hasta ahora la única causa de que no alcanzara aquella meta fuera que no supiera combatir y superar sus males corporales.

Vemos, pues, que la actitud vivida por gran parte de la Humanidad actual se alimenta, a partes aproximadamente iguales, del viejo sueño de la inmortalidad y de las promesas implícitas de la ciencia médica. Como quien dice, estamos a un paso de convertir en realidad una de las más profundas aspiraciones del género humano. Y no cuesta entender que unas generaciones que ‘creen’ seriamente en la próxima conquista de la inmortalidad, hayan ido desarrollando paralelamente un pánico a la muerte. Pánico también en imparable crecimiento. Porque la muerte ha dejado de ser la realidad que ponía punto final a nuestra presencia en este mundo; ahora ha adquirido el antipatiquísimo papel de ‘robarnos’ la inmortalidad cuando tan codiciable bien se está convirtiendo en una ‘real posibilidad’. Lo que hace que cada nuevo muerto se indigne contra tan ‘injusta discriminación’: por tan corto tiempo todavía haya seguido siendo ‘víctima’ de la mala pasada de ‘seguir’ muriendo.

Pero esto es solamente el telón de fondo; en la existencia común de la gente nos encontramos con otro fenómeno: la atención concedida a la ‘salud’ en la vida cotidiana no ha cesado de ir ganando grados en el termómetro del valor que se le da a esta dimensión de la existencia.

Esta atención puede ser tan invasora, que la ‘salud’ se convierta en la ‘única causa’ por la que merezca la pena vivir. Al valor ‘salud’ se está dispuesto a sacrificar el resto: la alimentación, el ejercicio físico, la programación de las horas del día. Porque a la hora de ‘valorar’ (es decir, asignar valor), la salud ocupa la cima y nada le puede discutir esa clasificación (los que se expresan en español moderno, lo llaman ranking). Leo en una carta al directo de un periódico: “Cuando los verdaderos valores morales se desvirtúan es comprensible que un dolor de cabeza, una tos rebelde o un kilo de más creen auténticos escrúpulos, no aceptando que la enfermedad sea algo natural”; y me parece exacto. Porque la forma lógica en que esa mentalidad se expresa es la aparición de una ‘ascética laica’: por el bien de esta (buena) causa hay quien está dispuesto a sacrificar todo lo demás.

Y por la vía de este vocabulario podemos acabar dando con una de sus verdaderas explicaciones: mientras la gente se venía creyendo en lo que le decían las religiones (otros mundos), podían enfrentar la muerte con cierta serenidad o, incluso, provocar su llegada (como la provocan los militantes islámicos en sus atentados suicidas); cuando una parte importante del mundo cristiano ‘moderno’ ha apostatado de la fe de sus padres, se vuelve harto más peliagudo reconciliarse con la realidad de la muerte. Y este vacío de mal digerir se pretende llenarlo, bien con la ‘pura fe’ en la inmortalidad conquistada por la ciencia terrenal, bien con la ‘buena forma’ (fitting) saludable. Es el culto a ese nuevo dios llamado ‘salud’. No se dan cuenta que, con buena o mala salud, la existencia en este verdadero ‘valle de lágrimas’ tiene un punto final; y que, más que en la ‘buena forma’, en la ‘buena vida’ se encuentra una preparación incomparablemente mejor para la muerte.

Que los administradores en bancarrota de la salud pública nos recomienden cualquier ejercicio, de la misma forma que nos conminan a no fumar y a renunciar a otras mil cosas para evitar los males cardiovasculares, las docenas de cánceres o veinte mil otras posibles enfermedades, es otro asunto. Que tiene y no tiene que ver con lo que veníamos hablando. Porque no es verdad que la ‘salud’ comporte la ‘felicidad’; y menos todavía, que pueda regalarnos la inmortalidad.

Fuente: LA PATRIA
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