San Jerónimo tenía a su disposición todas las escrituras sobre Jesús, así que por encargo del Papa Dámaso recopiló la llamada Vulgata, la primera Biblia, los cuatro evangelios. El sabía muy bien que Jesús no había comido carne y que enseñó el amor también a los animales y a no matarlos. En una carta a Juveniano, Jerónimo hizo una acotación muy especial sobre este tema: “El placer por la carne era desconocido hasta el diluvio; pero desde el diluvio se nos han embutido las fibras y los jugos pestilentes de la carne animal. Jesucristo, que apareció cuando se cumplió el tiempo, volvió a unir el final con el principio, de manera que ya no nos está permitido comer carne”. (Adversus Jovinianum).
De este texto se desprende que Jesús sin duda mandó no comer carne, lo que algunos evangelios que están fuera de la Biblia lo testimonian. A pesar de ello Jerónimo suprimió este importante aspecto de la enseñanza de Jesús al recopilar la Vulgata, incluyendo al mismo tiempo antecedentes ya falsificados.
Cada día millones de animales tienen que pagar con su vida esta falsificación de la enseñanza de Jesús. Miles de millones de animales han sido desde entonces maltratados, enfermados y asesinados. Especialmente los pueblos cristianos se han transformado en devoradores de carne. Las consecuencias de esta estafa para la naturaleza, los animales y también para los seres humanos son incalculables.
El que Jesús y los apóstoles eran vegetarianos lo confirman muchos escritos apócrifos. La literatura correspondiente se puede obtener en la Editorial La Palabra, por ejemplo: “El amor de Jesús por los animales que nos fue ocultado” o “La Biblia fue falsificada”. Interesantes publicaciones que nos desvelan que Santiago, el hermano de Jesús, el primer dirigente de la comunidad originaria de Jerusalén, era vegetariano. Esto está comprobado históricamente. Y así también hay párrafos del intercambio de cartas de los primeros cristianos que dan testimonio de que ellos tampoco comían carne. Se puede asegurar que la mayor parte de los miembros de las comunidades originarias no disfrutaban de la carne.
Por ejemplo, leemos en cartas de Minucius Félix, un cristiano originario que en diálogo con Octavio le decía: “Tenemos tanto recelo por la sangre humana que ni siquiera conocemos la sangre de animales entre nuestras comidas”. Esto significa que para los cristianos originarios el 5° Mandamiento: “No matarás”, tenía validez no sólo en relación con las personas, sino también para con los animales. Esto también lo comprueba el famoso historiador alemán Karlheinz Deschner en su libro “Y una vez más cantó el gallo”, donde leemos lo siguiente: “Entre los ebionitas, que fueron los descendientes de la comunidad cristiano-originaria y que poco después serían declarados herejes y tampoco creían en la muerte de Jesús como sacrificio expiatorio, el pan y la sal eran los elementos básicos de la cena recordatoria del Señor, lo que incluso se ha declarado que constituye la forma más antigua de la eucaristía”.
De Santiago, que era la principal autoridad de la Comunidad en Jerusalén, ha sido transmitido: “Él no tomó vino, ni bebidas alcohólicas. Tampoco comió carne”. Además, en las traducciones se hace presente varias veces: “No llevaba túnica de lana, sino de lino, tampoco usaba sandalias de cuero”. Esto muestra que estaba en contra de explotar a los animales.
En los escritos apócrifos (aquellos que no fueron acogidos en la Biblia) encontramos muchas citas que muestran que los apóstoles eran vegetarianos. Allí se lee sobre Pedro: “Me sustento de pan y olivas, a las que sólo de vez en cuando añado alguna verdura”. O de Mateo: “Quien se sustentaba de semillas de cereales, frutos de los árboles y verduras, sin carne”. De Juan se ha transmitido lo siguiente: “Juan nunca probó la carne”.
Pero también los padres de la Iglesia dan testimonio de que en el cristianismo originario no se consumía carne. Por ejemplo, Juan Crisóstomo: “Entre ellos no corren ríos de sangre, no descuartizan ni despedazan carne. Donde ellos no se hallan los terribles olores de comidas de carne, no se escuchan alaridos ni ruidos desoladores. Sólo prueban el pan, fruto de su trabajo, y agua pura. Si desean una comida más abundante, sus exquisiteces son frutas, y se sienten tan satisfechos como ante una mesa de reyes”.
(*) Vida Universal
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