Es sabio y claro el refrán “el pez muere por la boca”; pero hay gentes que igual hablan hasta por los codos. Y no siempre se entiende hablando, cuando sin palabras podría entenderse mejor. La sobriedad es casi siempre un signo de inteligencia, y de tontería el dar rienda suelta a la sin hueso. Claro que existe la salvedad de que “quien tiene boca se equivoca”, en alusión al posible desliz involuntario. ¿En cuál caso estaría el gobernador de La Paz?
Es difícil saberlo con certeza. Pero el hecho es que en presencia del “hermano” Evo” se despachó con un discurso solemne y furibundo que dejó pequeños a los más conspicuos jacobinos del régimen. El término “jacobino” proviene de uno de los bandos más radicales de la Revolución Francesa; se caracterizó por su intolerancia y por sembrar el terror en la Francia de 1789.
Gran oportunidad para irrumpir con fuerza en la palestra. En esos días llegaban al país muchos extranjeros, entre ellos los periodistas. Y obviamente no pasaría inadvertido algo tan estupendo como la amenaza de colgar a los opositores en Bolivia. La curiosidad les llevó también a descubrir que los ponchos rojos degüellan perros para mostrar la crueldad con que actuarían en contra de los “neoliberales”.
Antes, también desde Tiquipaya, se dio otro campanazo al planeta con lo de coca cola y los pollos. La prensa mundial se ocupó con asombro del novedoso descubrimiento. Fue otro golpe exitoso de publicidad. La cuestión es no quedarse a trasmano ni en silencio; por lo menos hay la opción de anotarse en el otro lado de la luna, lleno de sombra y de misterio. Choquehuanca y Cocarico son seguidores del jefazo. ¡Funciona!
Pero hablando en “pepas”, como dice mi vecino, ¿qué dijo el tal Gobernador? Lo que sigue: “Vamos a colgar a todo aquel que se oponga al “proceso de cambio” y a los que están haciendo la guerra sucia contra el Presidente”. Por lo que es urgente que los potenciales “verdugos” aclaren bien qué es y hacia dónde se va con el famoso “cambio”, a fin de evitar que algún cristiano distraído vaya a dar por equivocación al patíbulo.
“Palabra y piedra suelta no tienen vuelta”, otro refrán. No se sabe si de eso estaba enterado el Gobernador o a sabiendas nos quiere hacer una broma al decir que sólo fue un “lapsus”; es decir, un error de la lengua: “lapsus linguae”. Y luego no pasa nada. Por suerte no se culpó a los periodistas. Pero la muchedumbre ya recogió la terrible consigna y muchos ya deben estar imaginando la horca para los opositores de su entorno.
Diríase que por un rapto emocional se le cayó la careta. Después se asustó ante el posible efecto que tendría en un momento especial de visitas extranjeras. Una avanzada de la OEA ya estaba presente y en Tiquipaya tenía que hablarse de derechos humanos. En tal circunstancia, no era prudente cometer ningún “lapsus”. Luego, echar la culpa al “empedrado” tampoco es muy convincente. Tiene que haber ocurrido algo más serio.
A la reacción que se manifiesta de forma súbita e involuntaria, pero que estaba ahí latente dentro de uno mismo, los psicólogos llaman la “traición del subconsciente”. La conjetura sería entonces que ante las expresiones del jefe de un partido opositor, se descargó por la lengua del Gobernador el atávico instinto de agresividad racial en contra de los que son diferentes. Es una actitud y estado mental que a diario se refleja en la personalidad del caudillo mayor. Puede ser cierto, ¿no? ¡Qué dice usted!
(*) Pedagogo y escritor
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